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Las dificultades de los fabricantes de mascarillas ponen a prueba los objetivos de soberanía industrial europea

Un trabajador de una fábrica francesa de mascarillas.
Un trabajador de una fábrica francesa de mascarillas.BENOIT TESSIER (Reuters)

Las empresas europeas que se lanzaron a producir mascarillas a raíz de la pandemia iban a ser los garantes de que nunca más faltase este producto esencial en caso de una nueva crisis sanitaria. También de que esas escenas vergonzosas de negociadores de todo el mundo arrebatándose cargamentos de tapabocas a golpe de talonario en las pistas de aterrizaje de los aeropuertos chinos no se producirían nunca más. Y eran, sobre todo, el símbolo de una nueva política de relocalización y recuperación de la soberanía en productos estratégicos tras décadas de globalización desbocada. De paso, se prometían políticos y empresarios, se crearían nuevos empleos que ayudarían a revitalizar la economía y hasta reactivar territorios desindustrializados del país.

Pero 19 meses después de que el presidente francés Emmanuel Macron diera la orden de que Francia alcanzara la “independencia plena” de mascarillas antes del fin de 2020, buena parte de la treintena de empresas que desde entonces respondió al llamamiento presidencial está al borde de la quiebra o con la producción a mínimos. Sus productos, hasta dos o tres veces más caros que los chinos, no encuentran compradores y las existencias se acumulan en sus hangares sin que sepan cómo darle salida. El problema, que también sufren otros países europeos, ha puesto en evidencia que la política de relocalización soberana no es tan fácil ni, sobre todo, rentable. “Debemos retomar el control, construir más de lo que lo hacemos, [necesitamos] una Francia, una Europa soberana, una Francia y una Europa que mantienen firmemente su destino en sus manos”, proclamó Macron en marzo de 2020, cuando Francia, como casi toda Europa, estaba confinada y aterrorizada por el coronavirus. La realidad suena algo menos prometedora.

“Desde el verano tenemos algunas empresas con problemas, algunas ya han solicitado la quiebra, otras han detenido la producción. Ya hoy tenemos un impacto en el parque industrial y, si no se hace algo rápido, el verano que viene no habrá una industria nacional francesa de mascarillas. Y volveremos a depender de las chinas”, advierte por teléfono el presidente del Sindicato de Fabricantes Franceses de Mascarillas, Christian Curiel.

El principal problema de los productores galos es que, a pesar del apoyo del Gobierno, los criterios para las licitaciones públicas, que se basan sobre todo en el precio, no han cambiado, por lo que los compradores acaban teniendo que adquirir el producto chino. “Cada vez que hay una licitación, el 95% de las compras de mascarillas son de importación”, dice Curiel. Que el factor precio siga primando en las licitaciones es una cuestión que también inquieta a la industria española de mascarillas, si bien esta vive, desde hace un par de meses, una mayor producción gracias a que el incremento del coste del transporte marítimo internacional ha beneficiado el producto nacional. Pero la cuarentena de fabricantes españoles sabe que fácilmente pueden ser los siguientes en vivir los aprietos de sus colegas franceses si no se hace algo a nivel europeo.

En un manifiesto que publicaron en primavera, cuando comenzaron a constatar los problemas, los productores franceses pedían “reorientar los criterios de licitación hacia la calidad, la seguridad de aprovisionamiento y el aspecto medioambiental, más allá del criterio único del precio”.

“Es muy difícil aguantar la presión del sudeste asiático, China tiene una estrategia clara de expulsión del mercado, con unos precios imbatibles, porque fabricar en Europa siempre será mucho más caro no solo por el coste laboral, también porque estamos muchísimo más controlados”, coincide Francisco Sánchez, presidente de la Asociación Española de Fabricantes de mascarillas, batas y EPIS (OEsp), que agrupa a una veintena de los productores nacionales.

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¿Son las mascarillas una muestra de que la relocalización, lograr la autonomía total en ciertos productos, es una quimera política ante una globalización irremediable?

Reglas comerciales

La pasada primavera, la Unión Europea presentó en un documento de trabajo una estrategia para reducir su elevada dependencia sobre todo de China en 137 productos “sensibles”. Pero implementarla puede llevar años y, al menos por ahora, no hay reglas “explícitas” para priorizar la adquisición de productos europeos porque la UE, por norma, “aboga por un comercio abierto”, señalan fuentes de la Comisión Europea desde Bruselas. Para Sánchez, solo que exista esta “reflexión” es ya un buen indicio, aunque es consciente de que todo dependerá de “hasta dónde” se quiera llegar.

“Al final, Europa tiene que pensar qué quiere ser de mayor. Cómo queremos estar en la próxima pandemia, es tan fácil como contestar a esta pregunta, cómo quiere verse Europa”, señala. “Hay que recordar las imágenes que todos vimos de médicos con bolsas de basura porque no había batas, o las colas para comprar mascarillas… Habrá que ver el día que alguien haga un estudio de cuánto le ha costado a España como país, o a Europa como región económica, no haber dispuesto de los medios necesarios desde el minuto cero para haber combatido la pandemia. Y el costo en vidas humanas, cuánto ha costado no haber dispuesto de medios… El coste ha sido terrible”.

Cuando se produce un trauma generalizado como el que provocó en la ciudadanía —y sus políticos— la falta de mascarillas al comienzo de la pandemia, decir que se va a producir este producto localmente puede dar una mayor sensación de seguridad o control. Pero “ningún país puede relocalizar toda la cadena de valor, un país no puede producir todos los bienes esenciales, en un momento u otro habrá que recurrir al comercio, así que es un poco ilusorio pensar que la relocalización va a conducir a una autonomía completa”, señala Sebastien Miroudot, analista senior de política comercial en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). “Tras la crisis financiera de 2008, entramos en un periodo diferente donde hay una expansión de las cadenas de valor mucho más lenta, pero tampoco tenemos datos que sugieran una desglobalización o una repatriación de esas cadenas de valor”, explica. De hecho, indica Miroudot, “los datos agregados sugieren que por cada empresa relocalizada hay más aún que deslocalizan y que encuentran ventajas a la hora de producir en el extranjero”.

Decisión política

Para la profesora Isabelle Méjean, especialista en comercio internacional y globalización, si se apuesta por la relocalización de un determinado producto, se tiene que tener claro que este será, indefectiblemente, más caro. Otra cosa es que el análisis de rentabilidad sea político y no económico. Es decir, decidir que un producto es esencial o estratégico y que lo importante es garantizar su disponibilidad en caso de crisis, no su precio. Entonces, señala, “renunciamos a ganancias económicas por tener un aprovisionamiento algo más seguro o en todo caso más soberano. Es un cálculo a hacer, una decisión política e incluso una decisión de sociedad”, dice Méjean, premio a la mejor economista joven en 2020. Porque al final, recuerda, el encarecimiento del producto, de una forma u otra, acaba siendo pagado por la población.

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Todo ello cuando, según los expertos, la relocalización requiere de fuertes inversiones pero no implica, casi nunca, una vuelta similar a los empleos perdidos durante las deslocalizaciones de las últimas décadas, dado que las empresas que regresan apuestan por la automatización de sus plantas. En Francia, en un año se ha pasado de cuatro fábricas de mascarillas (aunque solo una funcionaba de verdad) a una treintena, que emplean a unas 400 personas. En España, son unos 700 trabajadores. El sector replica que la riqueza generada por el producto local —salarios, impuestos— se queda en el país y no en China. “De 100 euros gastados en mascarillas francesas, entre 70 y 75 se reinyectan en Francia, mientras que las importadas solo dejan 15 euros en el mercado francés”, apunta Curiel.

En cualquier caso, piensa Méjean, “para apreciar si este tipo de relocalización es un éxito o no, no hay que mirar si es rentable a largo plazo, sino si en episodios futuros de estrés, gracias a esa relocalización, vamos a tener modos de aprovisionamiento más seguros. Y eso es difícil de decir hoy”.

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