El proceso de regreso a su hábitat no es un operativo simple: hay que reacostumbrar a los peces a vivir en condiciones naturales nuevamente. Hace tres años, la universidad construyó estanques rústicos, al aire libre, con agua sin tratar y reproduciendo el ambiente del río para que aprendieran nuevamente a buscar su propio alimento, protegerse de los depredadores y hasta volverse inmunes a parásitos que en cautiverio no existen.
Pasado este primer entrenamiento, el segundo paso fue soltarlos (pero tantito) en el propio río Teuchitlán. En el último año vivieron en unas 20 jaulas flotantes desde las cuales los investigadores podían monitorear a diario la adaptación a la temperatura del agua y la resistencia a las corrientes e inclemencias. Una vez descubierto que eran ‘maduros’ para quedarse sin protección y continuar con el ciclo natural de vida, los peces fueron liberados el Día de Muertos, como una alegoría de quienes regresan a visitarnos desde lejos en esas fechas.
El caso de estos peces tiro dorado es el primero de los experimentos de un proyecto que se antoja hasta romántico en estos tiempos de deforestación, de desertificación, de tráfico de animales y de descuido absoluto de la flora y la fauna nacionales: se trata de ‘El arca de los peces’, un laboratorio de biología acuática que lleva adelante este científico michoacano, quien se ha encargado de ir protegiendo a peces en vías de extinción en los ríos y lagos mexicanos.
Los peces que se liberaron en noviembre son la descendencia de una pareja que llegó al país hace 20 años y fueron donados por un acuarista inglés. Desde entonces han estado viviendo este ciclo nuevo de regreso a la naturaleza que no se pudo concretar hasta 2022.