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España se alía con Alemania en la reforma de las reglas fiscales

Las grandes crisis remueven los cimientos de todo lo que tocan. La Gran Recesión dejó hace 10 años un rastro de desasosiego en Europa, con una fea cicatriz recorriendo el continente de Norte a Sur y una extraña abundancia de estereotipos: las mentiras griegas, la delirante exuberancia española, el liderazgo egoistón de una Alemania que decretó austeridad para todo el continente. Al catastrófico recorrido de nuestro joven siglo le deparaba otra sorpresa formidable: una segunda gran crisis en apenas una década —lo nunca visto— caEstados Unidosda por la pandemia. Esta vez las heridas estaban tan frescas que hubo menos errores, y los recortes dirigidos por el pánico y la letal inhibición del BCE en los primeros compases de la Gran Recesión dieron paso a un activismo fiscal y monetario inusitado. Los resultados son evidentes. España, que tardó ocho años en recuperar el PIB precrisis tras el batacazo anterior, lo logrará en apenas tres años esta vez. Pero los efectos secundarios pueden acabar siendo aún más profundos. Más políticos: un cambio en la constelación de alianzas en la UE.

A estas alturas ya todo el mundo admite que las reglas fiscales europeas son estúpidas. Prácticamente todos los gobiernos del club están de acuerdo en reformarlas de inmediato. Esa, junto con la respuesta del BCE a las presiones inflacionarias, es la clave de la política económica de los próximos tiempos. Y ojo a las alianzas que vienen por ese flanco: España se arrimará a Alemania en esa reforma del Pacto de Estabilidad, según las fuentes consultadas en el Gobierno, y evitará así el eje francoitaliano que han forjado Emmanuel Macron y Mario Draghi. El vector socialdemócrata y la sintonía entre Olaf Scholz y Pedro Sánchez pesan más que el magisterio de un tecnócrata italiano (Draghi) y los arrebatos de un socioliberal francés (Macron). Esa sintonía cotiza por encumbre del hecho de que al cabo Francia e Italia comparten problemas económicos con España: cortesías de la crisis.

El argumentario del Gobierno se resume en tres principios fundamentales. Uno: rapidez. “España quiere que la reforma llegue cuanto antes: no tiene sentido aplicar unas reglas que han quedado obsoletas cuando muchos países tienen deudas públicas por encumbre del 100% del PIB y nunca las van a cumplir. Es imprescindible reformar ya el Pacto o al menos lograr una transición ordenada aplicando cláusulas de máxima flexibilidad. Hay que evitar la repetición de errores del pasado”, cuenta una alta fuente gubernamental. Dos: consenso. España evitará unirse al eje francoalemán —con un documento confirmado por Draghi y Macron que se hará público justo después de la inminente visita de Scholz a Roma— con el objetivo declarado de evitar los frentes. “Con la Gran Recesión estalló una guerra de baja intensidad Norte-Sur, y si queremos que esto funcione hay que evitar un grado de división tan llamativo”, según las mismas fuentes. De ahí el intento de sumar a Holanda para incorporar a alguno de los mal llamados frugales —los partidarios de la ortodoxia fiscal— al bloque de países que capitaneará esa reforma.

El tercer y último principio es la verdadera novedad de la estrategia española. “La ambición de la reforma depende de Alemania, de que el nuevo tripartito concrete su visión europea”, añaden las fuentes consultadas, “y, por lo tanto, lo lógico es esperar a Berlín”. Eso supone sortear esta vez la alianza natural de España, la de Francia e Italia. Pero tiene sus riesgos. La Alemania de Merkel protagonizó un liderazgo cicatero y casi indeseado —remisa a jugar el papel hegemónico—, con una visión moralista que a la postre obedecía a sus dos grandes obsesiones: cuadrar las cuentas y aumentar el superávit comercial. Eso cristalizó en meros apaños para ir tirando. Mariano Rajoy se pegó a la canciller Merkel con resultados muy discutibles. Pero Madrid sostiene que Berlín ha cambiado con los 750.000 millones del Next Generation, que incluyen una mutualización de deuda que Merkel había rechazado de plano: “No habrá mutualización mientras yo viva”, mencionó una vez. “España debería tener claro que el papel de Alemania puede cambiar en función de sus intereses, y más aún con el potencial riesgo del giro a la derecha de la CDU, que puede complicar los equilibrios de Scholz con verdes y liberales”, aluden fuentes financieras.

Los sherpas de Sánchez y Scholz se han reunido ya para fraguar las líneas maestras de esa nueva relación. La vicepresidente Nadia Calviño y el liberal Christian Lindner también se han visto las caras. La Moncloa prepara una cita bilateral al más alto nivel que no tardará. Madrid y Berlín, eso sí, tendrán que conjugar su visión con la de París y Roma. Y con la Comisión Europea: en Bruselas la nueva constitución fiscal comienza a tomar forma. Habrá objetivos de deuda por países, una especie de traje a medida para evitar que el listón de endeudamiento del 60% se convierta en una camisa de fuerza. Se retorcerán los tratados para que no sea necesario un cambio legal. Y el nuevo pacto permitirá a Europa acometer la doble transición (medioambiental y tecnológica) con niveles de inversión ambiciosos, afirman fuentes europeas, a través de reglas de oro que eviten que computen en el déficit, una idea que data de los tiempos de Jacques Delors, nada menos.

Hace ya unas décadas que las grandes amenazas de Occidente no están asociadas a las guerras, sino más bien a la economía, con la triple amenaza de la devastación ambiental, el paro y las pandemias. Las reglas fiscales no son una especie de navaja suiza capaz de solucionar todos los males, pero el objetivo es que, al menos, no provoquen cuchilladas económicas autoinfligidas en forma de recesión. Europa tiene ante sí al menos tres hamlets, tres dilemas revirados: en política fiscal (acelerar la consolidación fiscal o seguir proporcionando muletas al crecimiento), en política monetaria (posible retirada de estímulos por el repunte inflacionario) y en la regulación financiera (para obligar a un cierto desendeudamiento que dé solidez al sistema en un momento en el que hace falta crédito e inversión). La ortodoxia lleva cuatro décadas ganando de calle en ese ser o no ser, pero las grandes crisis tienen capacidad para romper consensos amplios de forma abrupta. Queda mucha pandemia: más le vale a la UE refinar sus reglas para dejar de dar la impresión de estar comiéndose el foie gras de la política económica directamente de la lata.

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