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En unos días será develada la réplica escultórica de la Joven de Amajac, en el Paseo de la Reforma; y, entonces, será posible notar las distintas maneras en que ésta se visualiza en el espacio público. Vendrán la ceremonia oficial, los discursos, los arreglos florales y las protestas que pronto le darán la bienvenida.

Algunos críticos señalarán su contenido político, otros acudirán a la historia o criticarán su estética; y, en pocas ocasiones, se resaltará el orgullo y la curiosidad por el mundo precolombino. Se insistirá en la falta de símbolos y de personajes prehispánicos en esta emblemática vía que suma casi 150 años de tradición escultórica, como si un trozo de roca consiguiera algún tipo de justicia social.

Habrá quien compare la pieza con el Monumento a Cuauhtémoc, ubicado entre Insurgentes y Reforma, que Vicente Riva Palacio impulsó en 1877; o con el Monolito de Tláloc, pieza de origen nahua de siete metros de altura y 160 toneladas de peso que, en 1964, se asentó a un costado del Museo Nacional de Antropología.

Sobre la pieza original, usted ya conoce la historia. Fue hallada el 1 de enero de 2021 en la comunidad de Hidalgo Amajac, municipio de Álamo Temapache, en Veracruz; mide 1.45 metros de pies a tocado, 49 cm de espesor y, de momento, la arqueóloga del INAH María Eugenia Maldonado ha propuesto que su representación corresponde a una mujer de élite o a una joven gobernante, más que a una deidad. Sin embargo, aún se espera la conclusión de su estudio.

Mientras tanto, la réplica ya construye su propia historia. Fue tallada por canteros de Chimalhuacán, Estado de México (Excélsior, 15/08/2022), en una roca extraída del municipio de Amecameca, conocida por los lugareños como “púlpito del diablo” –empleada para restaurar edificios históricos de la Ciudad de México– y, en su interior, guarda un alma de acero y un colado de plomo que le dan 10 toneladas de peso para afrontar los sismos de la CDMX.

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La réplica –aún cubierta con una malla negra– es de color arenisco y fue colocada hace un par de días en el margen de la exGlorieta de Colón, flanqueada por los hoteles Imperial y Fiesta Americana. Su altura es de apenas 4.5 metros y descansa sobre un pedestal de casi nueve metros de altura, por lo que la base duplica el tamaño de la pieza.

No es difícil adivinar que esta escultura será engullida rápidamente por el entorno. Su tonalidad será apagada por la gama cromática del Fiesta Americana, su aspecto será atenuado por la fachada del Hotel Imperial y, finalmente, será devorada por la Torre Reforma Colón, que próximamente será edificada (a espaldas de la pieza) con 316 metros de altura, es decir, 81 metros más que la Torre BBVA Bancomer.

Muy pronto, este símbolo de cantera —que en un tiempo alterno alguien podría reubicar— nos recordará, con ironía, la realidad del mundo indígena: al margen y a una escala menor del mundo moderno, mientras su pedestal sirve de pizarra a los manifestantes por venir. El futuro nos dirá si el esfuerzo de quienes imaginaron a la Joven de Amajac en Reforma será suficiente.

Por ahora, las autoridades capitalinas deberían aclarar si ya existe un camino para el retiro del basamento del conjunto escultórico de Cristóbal Colón, el cual deberá restaurar el INAH e integrarlo a las esculturas para su posterior traslado al Museo del Virreinato, en Tepotzotlán.

También es necesario que se revelen los detalles del diseño, presupuesto y proceso de instalación de la antimonumenta, que formalizará el destino de este espacio como la Glorieta de las Mujeres que Luchan.

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Y, por último, es impostergable aclarar si el proyecto del artista visual Pedro Reyes, conocido como Tlalli o Tlali, será reubicado en algún punto de la CDMX, como se prometió desde 2021, o si ya fue desechado.

 

 

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