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Muere Sánchez Arminio, el pasiego que supo controlar a los árbitros

Todos los equipos son iguales y cuando nos confundimos, igual nos confundimos con el equipo grande que con el pequeño», solía decir Victoriano Sánchez Arminio (Santander, 1942-2023). Y remataba: «Exactamente lo mismo». El drama final de su vida fue que muchos aficionados al fútbol –y la mayoría de la prensa– dejaron de creerle definitivamente. Refugiado en el silencio desde la explosión del caso Negreira, el hombre que gobernó a los árbitros españoles durante un cuarto de siglo no tenía sólo que vencer al cáncer de pulmón que terminaría con sus días; debía superar además la desconfianza colectiva, incluida la de muchos excompañeros de profesión que en su momento acataron la ‘ley del silencio’ impuesta por él mismo: los árbitros no hablaban con la prensa. Ni con nadie más que él.

Con la salvedad del eterno Juan Padrón, Sánchez Arminio es el dirigente que más tiempo acompañó a Ángel María Villar durante sus 28 años al frente de la Federación Española de Fútbol (de la que depende el Comité Técnico de Árbitros, CTA). Su estilo encajaba perfectamente con el del expresidente bilbaíno: pocas palabras, mucho trabajo, códigos de honor con los amigos, viajes constantes, defensa del fútbol y sus protagonistas. La mejor entrevista era siempre la que no se daba. «Un buen pasiego», como le definieron varios excompañeros cuando se jubiló, en 2018.

Jamás pensó entonces Victoriano que el arbitraje explotaría un lustro después por hechos ocurridos durante su mandato y que la Fiscalía Anticorrupción pediría su imputación por el presunto desvío de ocho millones de euros que la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) debía destinar al arbitraje. Explicó mil veces en privado durante sus últimos meses de vida que esos ocho millones se habían invertido íntegramente en formación arbitral. Pero no se siguieron formalidades necesarias. Estaba pagando en diferido uno de los grandes pecados de la fase final del villarismo: la falta de transparencia, que en la gestión arbitral alcanzó cotas difícilmente explicables.

Sánchez Arminio juraba también que jamás se enteró de la relación entre el FC Barcelona y Enríquez Negreira (que, curiosamente, no había sido un hombre ‘suyo’; de hecho, el cántabro eligió como vicepresidente a Ángel Franco Martínez cuando asumió el cargo en 1993, y fue la Federación quien optó por el exárbitro catalán). Pero pocos le daban ya el beneficio de la duda después de dos décadas de pagos sospechosos que, en virtud de su cargo, debía haber conocido. O no lo supo, o no actuó. Las quejas del Real Madrid durante su mandato habían sido muy frecuentes, hasta el punto de que Florentino Pérez exigió a Villar ya en 2014 un cambio en la estructura arbitral. En 2018, cuando dejó la presidencia del CTA, el clamor por la renovación del estamento arbitral español –a las puertas del VAR– era ensordecedor. Sin embargo, el escándalo final del caso Negreira ha opacado logros como la profesionalización del arbitraje español, que durante su gestión tuvo siempre máxima calificación y representación internacionales. Sánchez Arminio fue el hombre que cambió el arbitraje español, pero no se sabe aún si pasará a la historia por ello o no.

‘El General’

Apodado ‘el General’ por algunos colegiados, el presidente de los árbitros dedicó media vida a defender a sus compañeros. Trabajaba como representante de la empresa alimenticia Kraft cuando debutó en Primera División, allá por 1976; se retiró trece años después, en la final de la Copa del Rey de 1989, tras haber pitado 149 partidos y haber arbitrado en dos Mundiales y una final de la Copa de la UEFA (además de otras dos finales de Copa).

Galardonado con el Silbato de Oro en 1981, era un hombre respetado por los clubes cuando en 1993 recibió una llamada de Villar para que reemplazase a Pedro Sánchez Sanz, a quien el presidente había destituido tras una tensa reunión. Sánchez Arminio accedió al cargo entre llamadas al diálogo; nadie podía imaginar que se quedaría en él 25 años, con un sueldo anual de aproximadamente 150.000 euros. Había comenzado su carrera, de adolescente, trabajando en una zapatería.

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Llamado ‘capo’ del silbato y ‘hombre fuerte’ de Villar, el presidente del CTA participaba en la designación arbitral de cada domingo y los ascensos y descensos de cada temporada. Trabajadores de la Ciudad del Fútbol de Las Rozas le recuerdan siempre «pegado a un móvil, resolviendo problemas». Residía en Santander, pero se desplazaba todas las semanas a Madrid por orden del presidente. «Muy amigo de sus amigos», como le gustaba decir a su único jefe.

El excolegiado cántabro vivió muy afectado los últimos meses de su vida, tratando de defender una presunción de inocencia que la opinión pública le había retirado en pago a su silencio obstinado y como respuesta a esa permanente sensación de corruptela que desprenden los gestores del fútbol. Cuando se veía obligado a atender a algún medio de comunicación, durante su época de poder y visibilidad, Sánchez Arminio solía recalcar que “es muy bonito ver el fútbol en televisión, a cámara lenta, pero arbitrar es muy difícil… Y más cuando hay jugadores que tampoco ayudan nada, sino todo lo contrario, porque te van a engañar”. Su drama personal es que media España terminó pensando que los impostores no eran los jugadores, sino los propios colegiados.

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