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Fondo de vacaciones

“Carta que no llega y mujer que se va no hay que buscarlas”. Así rezaba una sentencia del tiempo en que aún había cartas. Ahora hay sólo las de la baraja. Dicho apotegma lo puso en práctica con sabiduría y gran sentido común aquel antiguo alcalde de Ímuris, Sonora. Cierto día se le presentó en su oficina un vecino del lugar. El infeliz iba deshecho en llanto. Entre sollozos le contó al edil que su esposa lo había abandonado para irse con otro hombre. Quería que los gendarmes fueran a buscar a la infiel y la obligaran a volver al domicilio conyugal. “Mira, Fulano –le contestó el alcalde–. Será difícil hallar a tu mujer, y más difícil todavía hacer que vuelva a tu lado. A fuerza ni los zapatos entran. Pero ven conmigo”. Lo condujo afuera del recinto municipal y le mostró a una señora que barría la acera de su casa calle abajo. “¿Ves a esa mujer? –le indicó al atribulado tipo–. Es mi esposa. Llévatela. Saldré ganando yo, posiblemente saldrás ganando tú, y con toda seguridad saldrá ganando ella”… Viene a cuento ése que no es cuento, sino veraz suceso, para recordar al individuo que invitó a su amigo a tomar una copa en el conocido Bar Ahúnda. No una bebieron, sino varias. ¿Cuántas? Lo ignoro. Las copas y los amores no son para contarse. El caso es que después de apurar el ene trago –ene: vocablo matemático que sirve para indicar un número indeterminado– el tipo le comunicó a su acompañante: “Mi esposa me dejó para irse con mi mejor amigo”. “¡Oye! –protestó el otro entre dolido y enojado–. Siempre pensé que tu mejor amigo soy yo”. “Lo eras –replicó el primero–. No sé quién es el hombre que se llevó a mi mujer, pero ahora él es mi mejor amigo, y tú ocupas un modesto, pero honroso segundo lugar”… El recién casado le hizo una traviesa sugerencia a su flamante mujercita: “Pondré una caja junto a la cama. Cada vez que hagamos el amor depositaré en ella un billete de 100 pesos. Así formaremos un fondo para ir de vacaciones, o para algún caso de emergencia”. La muchacha, divertida, aceptó la sugerencia. Pasaron unos meses, y un día el marido sintió la curiosidad de ver cuántos billetes contenía la caja. Cuál no sería su sorpresa –frase inédita– al percatarse de que a más de una cierta cantidad de billetes de 100 pesos había bastantes de 500, y aun de mil. Le preguntó a su esposa: “¿Cómo es esto?”. Explicó la chica: “No todos son tan económicos como tú”… Ella le dijo a él en tono reprensivo: “Está bien: sigue con esa vida de crápula que llevas. Sigue llegando a la casa en horas de la madrugada; sigue embriagándote con tus amigotes; sigue gastando tu dinero con mujeres de la vida fácil. Pero una cosa te exijo: a nadie le digas que eres mi abuelito”… Delicioso platillo que en el noreste del país es muy gozado es el queso con rajas. Lo sirven en el tradicional Café Viena de mi ciudad, Saltillo, y está siempre como para pedir un segundo plato. Una mañana estaba yo gozando ese manjar fruitivo cuando sonó mi celular. Antes de responder consulté el significado de la palabra “fruitivo”: propio para causar placer. Quien llamaba era un buen amigo. Me preguntó: “¿Qué haces?”. Respondí: “Estoy desayunando en el Viena”. Quiso saber: “¿Qué pediste?”. Contesté sin ánimo de provocar su envidia: “Rajas”. Me dijo: “Te prometo que no rajo. Dime: ¿qué pediste?”. Pues bien: les pido a mis paisanos coahuilenses que en la elección de gobernador, el próximo domingo 4 de junio, consideren esta frase mía nacida no sólo de mi sincera convicción, sino también del profundo amor que siento por mi entidad nativa: Un voto por Morena o por el PT es un voto contra Coahuila… FIN.

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