Internacional
El negocio que abrió hace 75 años y que los okupas obligaron a cerrar
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p class=”voc-p”>Casa Saqués, restaurante de referencia para los coruñeses, abrió sus puertas hace 75 años. Un negocio exitoso durante décadas que solo cerró cuando los okupas que colonizaron el edificio en el que se ubica, el número 41 de la Avenida de Oza, hicieron peligrar el medio de vida de Tonecho Saqués, el dueño del local. Primero, cuentan los vecinos de la zona, llegaron los okupas. Después, los clientes de lo que se acabó conociendo en La Coruña como «los pisos de la droga». El salto de edificio de viviendas a narcopiso fue paulatino, pero viró la vida del barrio de un día para el otro. El que más lo acusó, el hostelero que ocupa el local del bajo, denuncia que las idas y venidas de los drogodependientes acabaron espantando a sus comensales. «Lo peor fue justo antes de que desalojasen una de las viviendas y la quemasen» explica Tonecho sobre las, todavía visibles, huellas de uno de los incendios que sufrió el inmueble cuando desalojaron a los ‘inquilinos’ del segundo, que no dudaron en prenderle fuego antes de irse. En aquel momento en la planta superior todavía residía una vecina, una sexagenaria que no sufrió daños y que fue la última en abandonar su casa, hace apenas unas semanas. Ante la inseguridad manifiesta, Casa Saqués bajó la persiana el pasado agosto. Una decisión insólita que su dueño mantuvo hasta el pasado febrero. La reapertura llegó con el desalojo de algunas de las plantas, donde ya no quedan vecinos. La estampa es desoladora. Acceder al interior del inmueble es complicado. Las escaleras están llenas de escombros y suciedad. En los descansillos se adivinan los restos del incendio que afectó al inmueble y que dejó una planta teñida de negro. El olor es intenso y desagradable, pese a que por las ventanas, la mayoría de ellas rotas, entra algo de aire. De los cinco pisos que componen este inmueble solo uno de ellos, el primero, sigue okupado a día de hoy. El edificio fue adquirido por una empresa promotora que pretende reformarlo entero y que ha ido desalojando planta por planta a sus molestos moradores, aunque los últimos se instalaron en el primero cuando la Policía entró para echarlos del cuarto hace un par de semanas, y vuelta a empezar. «La tropa aún está ahí, no se meten con nadie pero el negocio sigue a medio gas porque mis clientes son gente de nivel medio-alto que no se quieren acercar« reconoce Tonecho, convencido de que, al menos, lo peor ha pasado.
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