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El Barça festeja su Liga: “Presi… no estamos tan mal”, le dijo Xavi a Laporta

“No dudéis, esto no ha hecho más que comenzar”, gritó Busquets, mientras el Camp Nou coreaba, al fin, su nombre. Lo dice el capitán que abandona el Barça tras 15 años y besando su novena Liga. “Presi…, no estamos tan mal”, aclamó luego Xavi, micrófono en mano, parafraseando a Joan Laporta, el presidente del Barça, que le dio el mando del proyecto, justo antes de ser manteado por sus jugadores.

Perdió el equipo ante la Real Sociedad (1-2), pero eso era lo de menos porque el barcelonismo se congregó en su templo, al que le quedaba un partido de vida, para festejar una Liga que debe ser el punto de partida de la reconstrucción. Con o sin Messi. Pero el Barça, conectado como nunca con su gente (“habéis estado espectacular todo el año, es de gallina de piel”, dijo Xavi recordando la mítica frase de Johan Cruyff), se ha levantado en España, pero necesita levantarse también en Europa.

Noche festiva. Tan festiva que alguien, como Koundé, se la tomó antes de tiempo provocando el gol de la Real Sociedad. Pasó de todo en la penúltima noche en el viejo Camp Nou. Arrancó con un respetuoso pasillo del equipo vasco, que no hace un drama de algo que es tan sencillo como un gesto de admiración hacia el campeón, con el Camp Nou coreando feliz el grito que festeja el título que tanto necesitaba el club para disponer de la “estabilidad” que impulse el proyecto que lidera Xavi.

Con Mateu Alemany sentado, de nuevo, en el palco del estadio. Como si nunca se hubiera ido a la Premier. En realidad, no se fue. Dijo que se iba y a las dos semanas ya estaba llamando a la puerta del despacho del presidente Joan Laporta. “El Aston Villa tenía un proyecto deportivo impresionante, uno de los mejores entrenadores de Europa. Después de una reflexión personal mi sitio está aquí, el Barça es uno de los mejores clubs del mundo. Mi sitio está aquí”, dijo el director de fútbol azulgrana a DAZN. En esos extraños 15 días, el Barça no se movió de su sitio; Mateu, sí.

“Presi, no estamos tan mal”

Una vez empezado el partido que servía para conmemorar esa Liga tan valiosa donde nadie (ni el Madrid, ni el Atlético) han sido capaces de seguir el ritmo del equipo de Xavi, el Camp Nou, que rozó los 90.000 espectadores (había 88.049) se convirtió en el escenario perfecto para que el culé exhibiera todos los sentimientos posibles.

Primero, un minuto de silencio para una leyenda. Honraron callados a Ferran Olivella, aquel capitán que defendió con un compromiso indiscutible la camiseta azulgrana en aquellos años tan duros de la travesía de la década de los 60. Minuto que sirvió para recordar al fallecido Iñaki Alkiza, expresidente de la Real, y también a Jaume Amat, exdirectivo azulgrana.

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El silencio fue el prólogo primero del grito contra el enemigo de siempre (“bote, bote, el que no bote, madridista es”, gritaron miles de personas) y después el inevitable viaje hacia la nostalgia. Llegado el minuto 10 atronó el Camp Nou unido por un solo nombre: “¡Messi, Messi, Messi!”. Si vuelve Leo, algo que todavía no está concretado, pendiente del fair play salarial, ya no será a este estadio.

Volvería a la montaña olímpica donde el Barça le tocará vivir alquilado durante, al menos, 18 meses. Alegría, silencio, nostalgia y hasta un grito que apenas se había escuchado y eso que lleva tres lustros desplegando su sabiduría en el centro del campo. Pero ha tenido que anunciar su adiós para que el barcelonismo le haga el tributo que merecía durante años y años de olvido, sepultado por ese anonimato que le confería su rol, deslumbrado los demás por la luz que desprendían Xavi, Iniesta y, por supuesto, Messi.

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Justo cuando se va, se escuchó, al fin, su nombre: “¡Busi, Busi, Busiiii…!”. Ni el gol de la Real, previo error ‘koundeniano’, alteró el ánimo del culé, entusiasmado con esa Liga que le proporciona “credibilidad”, como él mismo dijo, a Xavi. Al ser sustituido Busquets por Eric García, el estadio, que vive sus últimos días de existencia, se estremeció de emoción. Y eso que el Barça perdía entonces 0-2.

Pero miles de culés se pusieron en pie para despedir al capitán, que subió luego, acabado el encuentro, al palco para recibir el trofeo de manos de Luis Rubiales, el presidente de la federación española. El protocolo manda sobre el fútbol. La copa fue recogida en el palco y no en el campo donde se juega a fútbol, con miles y miles de culés asistiendo felices a la vuelta de honor de un equipo que le ha devuelto la alegría.

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