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Leonardo García Tsao: Lo que se hereda no se hurta

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▲ Fotograma de la cinta Muerte infinita, de Brandon Cronenberg.

E

n general, son raros los casos en que los hijos de un gran director de cine se dediquen a lo mismo, pues eso invita a comparaciones odiosas (el caso de Juan Luis Buñuel, por ejemplo, no me dejará mentir). Por ello, ha sido llamativa la aparición de Brandon Cronenberg, quien no sólo ha elegido la misma vocación de su célebre padre David, sino el mismo género, el cine fantástico.

Desde su opera prima Possessor: el controlador de mentes (2019) se veía una tendencia de ejercer una forma cruel de ciencia-ficción. Su segundo largometraje, Muerte infinita, abunda en lo mismo con aún mayores dosis de violencia. En él, una pareja formada por James (Alexander Skarsgard), un escritor incipiente, y su joven esposa Em (Cleopatra Coleman) intentan vacacionar en el resort playero de la isla ficticia de Li Tolqa. Allí conocen a otra pareja, la actriz Gabi Bauer (Mia Goth) y su marido suizo Alban (Jalil Lespert).

A pesar de que los extraños destilan mala vibra, los primeros aceptan salir del recinto enrejado para ir con ellos en coche a un picnic, donde Gabi aprovecha para masturbar a James clandestinamente. De regreso, éste atropella por accidente a un lugareño. James y Em son arrestados y un temible detective llamado Thresh (Thomas Kretschmann) les informa que, según la ley, el primero deberá ser ejecutado en público por el hijo del difunto.

Sin embargo, hay una cláusula de escape. A cambio de un billete, el escritor tiene la opción de pagar la creación de un doble idéntico a ser ejecutado en su lugar. Por supuesto, James y Em deberán atestiguar la brutal ceremonia en la cual un niño de nueve años apuñala en el abdomen a su clon. (Cronenberg no se arredra en mostrarla detalladamente, reiterando su gusto por la violencia con arma blanca).

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¿Realmente mataron al clon, o es el verdadero James la víctima de la ejecución? El director y guionista alimenta esa duda, mientras somete a su protagonista a más humillaciones en el clima de decadencia imperante en el resort, donde los huéspedes portan máscaras horripilantes para mantenerse en el anonimato. (Varios detalles demasiado gráficos fueron eliminados para evitar la calificación de NC-17).

Cronenberg juega con el elemento del doble en subsecuentes permutaciones, a través del consiguiente deterioro de la salud mental de James, quien se verá obligado a destruirse a sí mismo. (Es curioso, pero la película puede apreciarse como una variante sicótica de la serie televisiva White Lotus, o incluso la más reciente realización de Michel Franco, Sundown). El turista blanco y privilegiado será puesto a prueba sin la posibilidad de escapar.

No apta para timoratos, Muerte infinita combina el humor negro, la violencia gore y el horror corporal en una especie de sátira sobre el carácter amoral del estrato superior de la sociedad. De alguna manera, si bien ofrece varios momentos inquietantes, la película no cala hondo sino permanece en la superficie.

Ni modo. Me temo que la comparación es inevitable. El cine ya clásico de David Cronenberg es una de las experiencias más perturbadoras que existen. Su hijo Brandon, en cambio, aún tiene mucho qué aprender.

D y G: Brandon Cronenberg/ F. en C: Karim Hussain/ M: Tim Hecker/ Ed: James Vandewater/ Con: Alexander Skarsgard, Mia Goth, Cleopatra Coleman, Jalil Lespert, Thomas Kretschmann/ P: Film Forge, Hero Squared, 4 Film, Celluloid Dreams, Croatian Film Association, Elevation Pictures, Eurimages, Neon, Topic Studios, Téléfim Canada. Canadá -Croacia-Hungría, 2022.

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