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Internacional

El pederasta de Lardero solo teme que lo ataquen otros presos

El hombre del saco acechaba a unos metros mientras las dos parejas de amigos preparaban la cena en el merendero de la plaza Entrerríos.

-Papá, me quiero despedir de mis amiguitos -les dijo Álex.

-Espera, que va contigo Claudia (una de las cuatro hijas del otro matrimonio).

Álex, con su peluca caoba y su túnica blanca, miró a David, su padre, y asintió antes de salir corriendo. David cerró la puerta del merendero porque entraba mucho frío. Ya había caído la noche ese 28 de octubre de 2021 en Lardero. Cuando volvió a ver a su hijo, unos cuarenta minutos después, el niño estaba tirado sobre las baldosas de un portal al otro lado de la plaza y un policía trataba desesperado de volverlo a la vida. La madre en una esquina rezaba viendo esas maniobras agónicas. Dos pisos más arriba otros agentes retenían al hombre del saco: Francisco Javier Almeida. Los niños del parque se referían a él como ‘el viejo’ o ‘el sordo’. Les inspiraba un temor atávico sentado solo en un banco, sin parar de mirarlos mientras jugaban. Álex, de 9 años, no frecuentaba esa plaza y no le conocía. La familia vive en Logroño, no en Lardero.

«Un señor se ha llevado a Álex», gritó Claudia a los mayores ya con la cena lista, dos minutos o tres después de que los dos niños salieran del merendero.

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-¿Cómo se encuentran desde aquel día a nivel familiar usted, su mujer, su hijo pequeño? -preguntó el miércoles a David su abogada, Alicia Redondo, que ejerce la acusación particular y popular, en nombre de la asociación Clara Campoamor.

-Como muertos en vida, balbuceó el padre al que solo le queda un hijo. «Nos han quitado la alegría», sollozó, recostándose en la silla de testigo mientras veía la espalda del hombre del saco, el sordo, el viejo, el que violó y asesinó a su niño.

Fue el tercer día del juicio que se celebra desde el lunes en la Audiencia de La Rioja. Almeida, de 56 años, ingresó por primera vez en la cárcel cuando tenía 21 y fue condenado por dos agresiones sexuales y un asesinato. Se enfrenta a prisión permanente revisable y a otros 15 años por la violación de Álex. Llevaba entonces 18 meses en libertad condicional y no había cumplido su pena.

«Sabía y quería hacerlo»

Seis hombres y tres mujeres decidirán su futuro que han ido tapiando durante las cinco primeras jornadas los testigos y peritos. Las palabras de cada uno componen un catálogo de la sordidez y la miseria humana que representa Almeida, pederasta sin trastorno que «se mueve por sus deseos, su voluntad y su convicción». Lo declaró la psiquiatra forense Teresa Barbero, encargada de su examen pericial cuando el acusado ya estaba en la cárcel de Segovia a la que se le trasladó por su seguridad. Paradojas del sistema, obligado a cuidar del depredador.

«No sé, no me acuerdo», fueron las respuestas reiteradas del preso a los psiquiatras. «No tiene ninguna alteración de la memoria, otra cosa es lo que él diga», explicó Barbero a la Sala. «Recurre a la falta de memoria sin mayor elaboración (…) Sabía lo que hacía y quería hacerlo».

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Almeida sacó a pasear su repugnante estrategia nada más empezar el juicio. Declaró por primera vez sobre los hechos de los que culpó a la criatura. Álex «se bajó él solo los pantalones», él no le forzó ni ejerció violencia alguna porque «fue todo colaboración».

Imagen principal - Los vecinos de Lardero improvisaron un altar en el parque del que el pederasta se llevó a Álex; Almeida, sobre estas imágenes antes de la inspección ocular del piso donde mató al niño. Alicia Redondo es la abogada de la acusación particular y popular, en nombre de la asociación Clara Campoamor
Imagen secundaria 1 - Los vecinos de Lardero improvisaron un altar en el parque del que el pederasta se llevó a Álex; Almeida, sobre estas imágenes antes de la inspección ocular del piso donde mató al niño. Alicia Redondo es la abogada de la acusación particular y popular, en nombre de la asociación Clara Campoamor
Imagen secundaria 2 - Los vecinos de Lardero improvisaron un altar en el parque del que el pederasta se llevó a Álex; Almeida, sobre estas imágenes antes de la inspección ocular del piso donde mató al niño. Alicia Redondo es la abogada de la acusación particular y popular, en nombre de la asociación Clara Campoamor
La conmoción de Lardero
Los vecinos de Lardero improvisaron un altar en el parque del que el pederasta se llevó a Álex; Almeida, sobre estas imágenes antes de la inspección ocular del piso donde mató al niño. Alicia Redondo es la abogada de la acusación particular y popular, en nombre de la asociación Clara Campoamor
EFE/EP

Se escudó en una «nebulosa» en la que dice que vivía desde que salió de prisión. «No puedo decir qué fue exactamente lo que pasó. Fue todo muy deprisa. Tengo como un lapsus». Y en el alcohol: «Ese día había bebido un montón, pero un montón». Sin asomo de piedad ni de emoción, sin asomo de sentimientos contó: «Se puso a chillar y yo le eché las manos. Le puse las manos encima». Y entonces, «sí le tapé la boca», pero «no es que le asfixiase, sino que perdió el conocimiento». Las pruebas y así lo han contado los peritos certifican que estranguló al pequeño por la espalda, haciendo pinza con su brazo.

Las forenses encargadas del levantamiento del cadáver y de la autopsia explicaron en la tercera sesión del juicio que Álex murió por asfixia con una «brutalidad extrema, sin ninguna duda» y que el asesino dilató en el tiempo la pérdida de conocimiento del niño. El estrangulamiento no fue inmediato, le dejó holgura, un hueco a la altura del codo mientras lo ahogaba por detrás y el pequeño intentaba zafarse moviendo la cabeza; de ahí las erosiones y abrasiones.

El niño intentó huir

Las forenses utilizaron fotos del cadáver para sus aclaraciones, que Almeida miró de continuo sin perder detalle. Hablaron de los restos biológicos del acusado consecuencia de la agresión sexual y de lesiones llamativas y atípicas, indicativas de esa «brutalidad extrema».

El pequeño intentó huir de la muerte, dedujeron de las marcas que le dejó el individuo en la muñeca al tirar de él. El acusado, de más de 90 kilos frente a los 28 que pesaba Álex y que aún no llegaba al metro cuarenta de altura, lo sujetó, le agarró la cara de frente y lo inmovilizó hasta reventarle la carótida.

Sabía lo que hacía y quería hacerlo. «Conoce, entiende y comprende», reiteró la psiquiatra Teresa Barbero. El fiscal Enrique Stern le recordó que en 1998 la forense que lo examinó tras asesinar y agredir a la empleada de una inmobiliaria de Logroño concluyó que no le pasaba nada. «¿Se mantiene igual de sano?», le preguntó. «Dice que tiene insomnio pero ninguna alteración mental».

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Los pretextos que el pederasta soltó se los desmontaron uno a uno los expertos en la mente y los agentes que lo detuvieron con el cadáver de Álex en brazos. Ninguno apreció que oliera a alcohol ni que estuviera borracho, pese a que su defensa les preguntó reiteradamente por las cinco litronas vacías que había en la mesa de la cocina. Ninguno vio una actitud deambulante.

Cinco horas después de su detención, esa misma madrugada en el calabozo, Almeida pidió que lo viera un médico. Dijo que le dolía el costado porque le habían dado una patada. Tampoco presentaba lesiones físicas ni alteración mental, ni rastro de la nebulosa ni el «lapsus» al que se agarró en su declaración.

Todo lo contrario. Según detalló la psiquiatra, no solo pidió un médico, sino también sus pastillas habituales para la hipertensión. «Se acuerda y tiene conciencia porque quiere estar bien». «Nos dice que duerme mal a consecuencia de estar en prisión y atemorizado por la reacción que puedan tener los otros presos». Hasta ahí llega su supuesta depresión y su desmemoria.

«Era muy miedoso»

El teniente de la Guardia Civil, responsable del Grupo de Delitos contra las Personas, que dirigió la investigación fue además el primer policía judicial que llegó aquella noche a la calle Río Linares donde yacía muerto el niño tras la búsqueda agónica de familiares y vecinos. Almeida salió a las 20.07 de la casa, según las imagénes del ascensor, se dirigió al parque de enfrente y se sentó en un banco «a observar». «Está seleccionando a la víctima más vulnerable, le convence con un lenguaje entendible a un menor y consigue que le acompañe», indicó el agente.

«Claramente le persuade, engaña y convence, pensando que va a ir a ver una mascota. Convence al crío para que le siga hasta su domicilio», insistió el teniente. Lo saben por los otros niños del parque.

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David, el padre de Álex, aseguró que era imposible que su hijo se fuera con un desconocido por mucho que le gustaran los animales (el viejo, el sordo ya había tratado de engañar a otros niños con el pretexto de ayudarle a cuidar a su perrito o a sus pajaritos). «Era muy miedoso». «¿Su conclusión es que tuvo que ser a la fuerza?», le preguntaron. «Para mí, sí». «Esto no debería haber ocurrido», balbuceó casi ausente.

El depredador subió en el ascensor mientras le señalaba al niño las escaleras y este, inocente, se sujetaba la túnica del disfraz de Halloween para no pisársela. Le esperaba un dormitorio con la persiana echada hasta abajo, una lucecita en el salón donde había un agaporni enjaulado y el hombre del saco. Solo lo separaban de sus padres veinte minutos y 200 metros.

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