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Decimales que afectaban al bolsillo de los árbitros

En los primeros tiempos de la era Sánchez Arminio, y la de Enríquez Negreira, los árbitros españoles no eran profesionales; mantenían todos su ocupación principal. Tampoco habían llegado los convenios importantes que, entrado ya el siglo XXI, elevarían notablemente los ingresos arbitrales, en paralelo al crecimiento del negocio futbolístico por los derechos de televisión y la publicidad, atendiendo además a la petición de una mejor remuneración que sirviese de antídoto natural a la tentación humana de corromperse y a las sospechas que han acompañado siempre a los colegiados desde que el fútbol es fútbol.

A mediados de la década de 1990, un colegiado de Primera División ganaba unas 100.000 pesetas (600 euros) por encuentro; aproximadamente el doble que uno de Segunda División. El escalafón tenía ya una traducción económica inmediata. Las decisiones sobre ascensos y descensos cobraron mayor relevancia posteriormente, tras la profesionalización del estamento arbitral: los colegiados ganan en la actualidad un sueldo fijo mensual de unos 11.500 euros (la mitad, los asistentes), independientemente de que arbitren o estén en la ‘nevera’ (por algún error grave cometido o problema de otra índole). A cambio, están mucho más preparados y tienen bastantes más obligaciones: entrenamientos individualizados, exámenes sorpresa, etc. Nada que ver con los señores regordetes, no pocos de ellos fumadores, que trotaban sobre los campos hace medio siglo.

A ese salario base se le suman diferentes cantidades adicionales, según la función que desarrollen en cada jornada: el monto total puede superar los 300.000 euros brutos anuales (casi el doble de lo que ganaban antes de la llegada de Velasco Carballo y Rubiales). Entre un árbitro que permanezca en Primera División y acceda a la internacionalidad y otro que sea relegado puede haber una diferencia de más de 100.000 euros anuales.

Por pitar un partido de Primera, un colegiado cobra unos 4.200 euros. Por estar en la sala VAR, la mitad. Los emolumentos proceden de la Liga, como también sus desplazamientos, alojamientos y dietas (su organización, funcionamiento y seguimiento depende en cambio de la Federación Española de Fútbol, lo que ha constituido tradicionalmente otro de sus frentes de batalla).

El proceso de designación de los árbitros para cada partido tampoco se ha modificado: en Primera y Segunda División, ya desde los tiempos de Ángel María Villar, las designaciones dependían de un tridente: un representante de la Liga, un miembro consensuado entre esta y la Federación y el presidente de los árbitros (que hoy es Luis Medina Cantalejo).

En ese capítulo de las designaciones, durante los años en que trabajó para el FC Barcelona, no tuvo intervención directa José María Enríquez Negreira Negreira: el CTA estaba representado por Victoriano Sánchez-Arminio. Pero el protagonista del mayor escándalo de la historia del fútbol español sí pudo controlar durante más de dos décadas qué árbitros estaban en Primera División o no, y en qué puesto del escalafón.

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