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Mesut Ozil, el último mediapunta

A esa rara especie de futbolistas de inmenso talento, magia y congénita irregularidad que define a los mediapuntas pertenecía Mesut Ozil, un jugador que se retira ahora, pero que hace mucho tiempo se fue. Su largo declive comenzó en sus últimos días en Londres y acabó ayer en ese cementerio de elefantes que es la liga turca. Era el refugio ante el fútbol centelleante de las grandes ligas, la guarida para una posición en extinción y la última decisión de un hombre que siempre tuvo ásperos problemas para elegir su siguiente destino.

Como Totti, Riquelme o Guti, jugadores de su estirpe, el alemán tuvo temporadas de ensueño, hizo un arte del último pase y levantó mil trofeos. Sin embargo, en el imaginario del aficionado queda un poso amargo; una pesadumbre que deriva de un potencial del que, como un iceberg, solo se descubrió el principio.

Ozil fue uno de los hombres clave del resurgir del Real Madrid ante el mejor Barça de la historia. Era rápido, de conducción elegante y finta natural (que le pregunten a Abidal, al que asedió en tantos clásicos), ganó la liga de Mourinho y murió tres veces en la orilla de las semifinales de la Champions con aquel equipo blanco. En la temporada que se marchó (dejando una mella en parte de la afición), el Madrid conquistó la décima.

Cuando dejó España, Ozil fue importante en el último Mundial logrado por Alemania y en el Arsenal se convirtió en leyenda. Pero la llegada de Arteta al banquillo londinense y la deriva de un fútbol que acabó con la figura del mediapunta lo condenaron al ostracismo. Un lugar donde están sus semejantes, y no tan viejos, Coutinho e Isco. Al mediapunta ya hace tiempo que le sustituyó el mediocampista ofensivo, ese que aparece pero no vive, como Mesut y sus predecesores, entre líneas.

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