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La generación de futbolistas chilenos que no estalló

Jordhy Thompson había logrado romper el cerco. Con apenas 18 años había marcado su primer gol en Colo Colo, acumulaba 201 minutos en cancha en las primeras ocho fechas del torneo chileno y se convertía en la gran esperanza joven para el ataque de su club, que otra vez había buscado con afán en los mercados extranjeros un delantero que le permitiera enfrentar con éxito la Copa Libertadores.

Thompson era la carta para romper la tendencia del fútbol chileno en los últimos años. Las grandes esperanzas jóvenes no han cuajado, y se desvanecen en promesas que parecen suspiros. Darío Osorio y Lucas Assadi en Universidad de Chile no han logrado ganarse un puesto tras irrumpir de manera imprevista el año pasado, salvando a su escuadra de perder la categoría. Y en la Universidad Católica vieron como se marchitaban Diego Valencia (suplente eterno en la Salernitana), Clemente Montes (en el equipo alternativo del Celta de Vigo) o Gonzalo Tapia, que no convence y se ha quedado además sin participación internacional. En el comparativo con el continente, Chile no ofrece recambio. Y mira con envidia a Europa, donde a los 18 los jugadores están consolidados.

El estrepitoso fracaso de la selección joven en el Sudamericano sub 20 ratificó que el futuro deberá esperar, pues los dueños de los clubes interrumpieron el trabajo de sus divisiones menores, primero por el estallido social y luego por la pandemia. Toda una generación de futbolistas adolescentes chilenos se quedó sin competencias por más de dos años.

Jordhy Thompson no participó de aquel fracaso sencillamente porque no fue. Prefirió tomar vacaciones junto a su novia en la playa, ratificando una personalidad fuerte y difícil. Ahora, pocos meses después, ha sido marginado del primer equipo porque maltrató físicamente a esa misma adolescente fuera de una discoteca, en un acto más de violencia entre la pareja, esta vez comprobada a través de vídeos. La agresión, brutal y reiterada, mereció la condena de la ministra de la Mujer, Antonia Orellana, y otras autoridades, que responsabilizaron indirectamente a los dueños de las sociedades anónimas por no poner atajo a situaciones similares. “Es hora de que los clubes se lo tomen en serio”, dijo.

Se referían a Colo Colo específicamente, que había anunciado un protocolo de contención y ayuda sicológica hace pocos meses, cuando un jugador adulto, Leonardo Valencia, fue denunciado por violencia intrafamiliar. La agresión de Thompson los sorprendió sin un procedimiento establecido, lo que obligó a los dirigentes a anunciar, precipitadamente y a través de un comunicado, un trabajo psicológico para el jugador y su pareja.

La urgencia por contar con una generación de recambio para la selección mayor es evidente. Se necesita reencantar al público con el proceso de La Roja –que ha quedado eliminada de los últimos dos mundiales– y obtener recursos por traspasos, una veta que se cerró tras la generación dorada, un grupo de futbolistas encabezado por Alexis Sánchez, Arturo Vidal, Gary Medel y otros cracks que emergieron de la pobreza y con hambre de gloria le dieron los únicos títulos continentales al país, que vivió de frustraciones durante más de un siglo.

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Ese grupo fue capaz de cosechar victorias y elogios, militar en los principales equipos del mundo y hacerse millonarios pese a participar de varios escándalos, grupales e individuales, que no lograron opacar su inmenso talento. El sello del argentino Marcelo Bielsa, el primer conductor de aquella selección mayor, fue determinante para enrielarlos por un rato, pues luego varios descarrilaron en su fruición por abrazar la farándula. Los aficionados y el periodismo, ansiosos de revertir los fracasos, entendieron los actos de indisciplina y los excesos como un efecto colateral a su coraje e irreverencia.

Hoy, cuando el ocaso de esa generación ya es un hecho, los encargados de tomar el relevo no se consolidan, porque no están enfocados, retrasaron su madurez y sufrieron, como es lógico, la larga pausa decretada por los dueños de los clubes, que hoy lamentan la falta de impronta formativa -deportiva y social- de sus equipos.

La industria del fútbol, a diferencia de lo que piensan las autoridades, no es la única responsable. Una sociedad que ha visto resquebrajarse el proceso educativo, que alimenta una brecha que segrega a los más pobres y que enfrenta una distorsión en los valores sociales -buscando el éxito rápido y su goce inmediato- observa los resultados en la vitrina más expuesta, como es la del fútbol, que al mismo tiempo pone en jaque toda la actividad con una violencia desbordada, sin sentido ni control, que han llevado los jóvenes barras bravas a las galerías de los estadios sin que se pueda ponerle freno.

Jordhy Thompson todavía tiene futuro, por supuesto. Pero su presente, como el de muchos otros, no ofrece demasiadas salidas.

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