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Internacional

“La Constitución chilena debería recoger las ansias de transformación, pero sin tantas incertezas”

La imagen quedó grabada en Verónica Undurraga Valdés (Santiago de Chile, 55 años). Su padre, el abogado Claudio Undurraga, era muy crítico del proceso constituyente chileno que se desarrolló entre 2021 y 2022, cuando 154 convencionales electos trabajaron en una propuesta de nueva Carta Magna. “¡Las constituciones las tienen que hacer un grupo de expertos!”, le decía el abogado en medio de la labor de este grupo donde no había una mayoría de especialistas sino, sobre todo, de gente diversa y del mundo independiente. Su hija, especializada en constitucionalismo comparado y derechos humanos, le respondió: “Pero papá, ¡lo que dices parece del siglo XlX!”.

Claudio Undurraga murió en julio del año pasado, el mismo mes en que se entregó el texto que luego, el 4 de septiembre de 2022, fue rechazado por el 62% de la ciudadanía, aunque su hija fue parte del 38% que lo aprobó. Seis meses después, tras el fiasco, Chile emprendió un segundo proceso constitucional. Es distinto al anterior y, entre otras etapas, incluyó una comisión experta que arrancaría con el trabajo. Por cosas de la vida y de la historia, Verónica Undurraga, independiente por el Partido Por la Democracia (PPD), de la centroizquierda oficialista, fue electa presidenta del equipo de 24 personas. En sus primeros días en el cargo, tiene una foto de su padre sobre el escritorio, una imagen que mira constantemente. Dice con humor: “Él está riéndose de mí. Y yo le digo: ‘Ya. Ayuda”, cuenta la abogada a EL PAÍS en su nueva oficina en el Congreso en Santiago.

La doctora en derecho de la Universidad de Chile y académica de la Universidad Adolfo Ibáñez lidera una comisión similar a la que imaginó su padre. Es paritaria, designada por los partidos políticos en el Parlamento y 17 de sus 24 integrantes son juristas. Su trabajo, que comenzó el 6 de marzo, es elaborar un anteproyecto de Constitución, que luego entregará como base a los 50 convencionales que serán electos el 7 de mayo. Esta nueva fase es considerada la última oportunidad del país sudamericano, al menos en el corto plazo, de cambiar la Carta Magna que, aunque tiene modificaciones profundas en democracia, nació en 1980 en la dictadura de Augusto Pinochet.

Pregunta. ¿Cómo ha sido su aterrizaje en la comisión?

Respuesta. Intenso. Siento una responsabilidad muy grande, porque hubo muchas emociones involucradas en el proceso anterior. La gente puso esperanza y energía. Después hubo miedo, decepción, frustración. Desde la presidencia de esta comisión se deben encarnar señales correctas, como un sentido de ecuanimidad.

P. ¿Qué buscan?

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R. La nueva Constitución chilena debería recoger las ansias de transformación, como mejorar la vida de los chilenos y chilenas, pero sin instalar demasiadas incertezas hacia el futuro. Recogemos y entendemos cuáles son los cambios que quiere la sociedad y la nueva Constitución tendría que ser una guía para que la política futura pueda ir desarrollándolos. Al mismo tiempo, buscamos hacer sentir a la ciudadanía que este es un proceso que tiene contención, que se hace con responsabilidad, que no va a poner en riesgo sus modos de vida. Es una mezcla entre dar tranquilidad a la población y asegurar que las cosas no siguen igual; que se van a encausar las necesidades de tener un pacto social que permita avanzar en una convivencia más justa.

P. ¿Qué quiere la gente en Chile?

R. La gente quiere tener mayor bienestar, tranquilidad, mejor salud y educación, viviendas dignas, ser agente de su propia vida y tener libertades. Pero no quiere arriesgar lo que se ha ganado con el esfuerzo de su trabajo. Y que este proceso le de garantía de que las transformaciones necesarias se van a hacer bien, no van a ser improvisadas, y no la va a poner en ningún tipo de riesgos. Había muy poca confianza en cómo funciona la política y los cambios que proponía la convención constitucional anterior eran tan radicales, tan transformadores y tantos, que las personas no quisieron arriesgar a que su implementación no resultara.

Un liderazgo dialogante

Verónica Undurraga es hija de la ensayista Adriana Valdés, la primera mujer en presidir, en 133 años, la Academia Chilena de Lengua. “Es una influencia muy importante; soy muy cercana a ella. Recuerdo que siempre estaba leyendo y, al mismo tiempo, haciéndonos cariño. Cuando leía se emocionaba o se reía mucho, y eso hacía que compartiera y viviera la literatura”, cuenta la abogada.

Su primera incursión laboral fue en el estudio jurídico donde su padre era socio. “Él era muy inteligente, con mucho sentido del humor. Muy prudente y creativo. Además, podíamos estar en el incendio más espantoso y él estaba en calma”.

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P. ¿Heredó usted esa calma?

R. Para nada. Pero siempre ha sido mi meta. Toda la gente dice que él era la persona con mejor carácter que ha conocido. Yo no tengo mal carácter, pero soy mucho más ansiosa de lo que era él.

P. Ahora es presidenta de la comisión experta. ¿Cómo define su liderazgo?

R. Yo creo ­–y espero– que sea un liderazgo dialogante. Que en la medida que la gente sienta que pueda confiar en mí, pueda facilitar conversaciones y acuerdos que son importantes. Soy bien perceptiva de lo que está pasando en las interacciones humanas, y eso ayuda a identificar conflictos que podrían producirse y desarticularlos antes. Siempre me han dicho: ‘Qué increíble tu capacidad que, hasta en la forma en que redactas un correo electrónico, puedes desarticular una bomba’.

En el plebiscito de septiembre de 2022, Verónica Undurraga aprobó la propuesta de la convención constitucional. Dice que lo hizo porque, pese a que el texto “tenía muchos defectos”, también proponía transformaciones “que eran correctas”. Destaca una en especial: “Avanzar hacia un Estado social democrático y social de derecho”. Su voto, detalla, fue además porque “evidentemente iba a haber un proceso posterior de reformar el texto, con un Congreso mucho más equilibrado políticamente que la convención. Yo prefería trabajar sobre un texto progresista que había avanzado hacia una sociedad más igualitaria, y que sus defectos fueran luego corregidos”.

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P. ¿Por qué fracasó el primer proceso?

R. No tengo la experticia de un sociólogo o un antropólogo para dar cuenta cabal de por qué fracasó. Pero por el perfil de las personas que salieron elegidas, muchas independientes, con poca experiencia política y a las que, legítimamente, le importaba demasiado que sus ideas quedaran plasmadas pues sentían que era en ese minuto o nunca, faltó lo que yo llamo la metodología del diálogo. Faltó la conciencia de que el defender con convicción las propias ideas no es contrario a llegar a acuerdos. Hubo una mezcla entre una resistencia a los acuerdos con reglas procedimentales que los hicieron especialmente difíciles.

P. ¿Y qué será diferente ahora?

R. Una de las cosas que pueden ser buenas es que, al ser redactado el anteproyecto por personas que han estudiado temas constitucionales, existe la posibilidad de que haya algunas reformas técnicas, como al sistema político o a ciertos organismos como el Poder Judicial. No van a estar en las campañas de los consejeros y consejeras, pero han sido discutidos durante años por gente que sabe. Por ejemplo, el debido proceso. O la descentralización, principios de integridad del Estado, de probidad, de transparencia. Son temas muy importantes para que después el Estado funcione bien.

Y añade: “Por ejemplo, el Estado social y democrático de derecho, la paridad y el reconocimiento constitucional a los pueblos indígenas, son principios que van a estar. Son títulos a los que tenemos que darle contenido, y conversaciones que estaban hace muchos años. Probablemente, esta va a ser una Constitución más moderada en el lenguaje, pero si este proceso es exitoso, va a sentar un acuerdo básico en que después, la política de todos los días va a ir construyendo. El camino va a ser un poco más lento, pero más estable.

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P. ¿Puede resultar una Constitución más moderada, pero progresista?

R. Yo espero que sí. O por lo menos una Constitución que permita que los cambios sociales y las nuevas demandas que se vayan dando, sean recogidas por el sistema político. Lo que me importa es que sea una Constitución más inclusiva, que todas las personas sientan que participaron en los acuerdos.

P. Las encuestas señalan que las personas tienen desafección por este proceso. ¿Cómo lo enfrenta?

R. Es un gran desafío. No hay que subestimar que la política, en Chile y en el mundo, ha estado muy enclaustrada. A los representantes políticos les ha costado llevarle el pulso a la ciudadanía. Nuestra sociedad es muy plural, pero no solo en el sentido de que la gente se ubica desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Ese es un aspecto. El otro, en Chile y el mundo, es que hay muchos tipos distintos de formas de vida. Hace décadas, si una persona era parte de un partido político, uno podía más o menos saber cuáles eran sus posiciones en la vida respecto de una multiplicidad de temas. Ahora eso no pasa. Pero la vida política es muy peligrosa sin organizaciones o partidos que encausen las voces de la ciudadanía.

P. ¿Por qué piensa que hay poco interés?

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R. Porque las personas sienten que el mundo político no está hablando de sus vidas, sino de temas que no les interesan. Hay unos estudios de Kathya Araujo, una investigadora muy lúcida, que dicen que la gente se ha retraído hacia sus comunidades cercanas, hacia su familia y sus amigos. Y, por lo tanto, los vínculos de confianza son muy estrechos. Ese es un desafío gigante para Chile.

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