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Opinión

Última etapa de la coalición

La coalición de Gobierno entró la semana pasada en la que, previsiblemente, será su última etapa antes de simbolizar la que será su ruptura definitiva. Nadie conoce en qué momento podrá saltar por los aires esta unión precaria, pero las nuevas circunstancias invitan a pensar que ha dado comienzo la que está llamada a ser la última fase del Ejecutivo. El inicio de los trámites legislativos que revertirán las consecuencias indeseadas de la ley del ‘sólo sí es sí’ ha servido para precipitar unas diferencias que cada vez se hacían más irreconciliables. La defensa empecinada de Podemos de la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual y el aumento de la agresividad verbal con la que los morados han venido manifestándose tanto en la calle como en las instituciones determinará el curso final de una coalición que cada vez exhibe más fracturas.

En los últimos días, y con ocasión del disenso relativo a cuestiones de igualdad, las diferencias entre el PSOE y Unidas Podemos han mostrado un nivel de estrés insólito para una coalición que ya es incapaz de proyectar una imagen de cohesión verosímil. A lo largo de la legislatura, Podemos no ha titubeado a la hora de desafiar al socio mayoritario del Ejecutivo. Recordemos que hace un año las ministras Montero y Belarra no dudaron en tildar al PSOE como «el partido de la guerra» por unirse a los aliados de Ucrania tras la invasión rusa. A pesar de aquellas graves acusaciones, que en circunstancias normales se harían incompatibles con la pertenencia al Consejo de Ministros, las titulares de Igualdad y de Asuntos Sociales decidieron conservar sus cargos. Nadie dimitió, pero tampoco el presidente Sánchez consideró oportuno prescindir de unos socios que se confesaron abiertamente antiatlantistas, poniendo en entredicho la confiabilidad de España ante la comunidad internacional. Aquella no fue la única desavenencia. El abandono de la causa del Sahara, la Ley de Bienestar Animal y la ‘ley trans’ son proyectos legislativos en los que se ha podido hacer patente una seria fractura que se ha decidido conllevar con tal de mantener todavía con vida el proyecto de coalición.

La radicalidad de las propuestas de Podemos ha servido para devolver un cierto protagonismo al partido morado y ha permitido desgastar la potencial, aunque cada vez más improbable, relevancia que podría llegar a tener Yolanda Díaz. Recordemos que tanto el apoyo de Bildu como el de ERC son un patrimonio parlamentario que Pablo Iglesias aportó a la coalición y, en este momento terminal, los partidos separatistas parecen mostrar un mayor alineamiento con Unidas Podemos que con el PSOE.

En las próximas semanas comprobaremos, con ocasión de la reforma de la ley de seguridad ciudadana, llamada ‘ley mordaza’ por la izquierda, o de la ley de vivienda, hasta qué punto el socio minoritario del Gobierno puede exhibir frente al PSOE un liderazgo sobre los demás socios de investidura. La geometría de influencias en el interior del Ejecutivo que regía hasta la fecha parece desvanecerse para dar paso a un marco de hostilidad que casi resulta extravagante en el seno de un mismo Gobierno. En condiciones normales, la reforma de la ley del ‘sólo sí es sí’ supondría una desautorización definitiva de Unidas Podemos y, sobre todo, de la ministra Montero. Pero en esta coalición es posible que los límites de tolerancia mutua y de afrenta recíproca adquieran, todavía, cotas hasta el momento inéditas.

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