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Opinión

Todos somos ucranianos

Hace pocas fechas que regresé de Ucrania. Fueron nueve días que forman ya parte no solo de mi memoria, sino de una experiencia vital transformadora. Una experiencia que te enseña a ver la vida desde otro prisma como sólo las guerras pueden hacerlo. Pero también, sobre eso tan de moda en estos momentos, que tiene que ver con la identidad.

Fue en la ciudad de Zaporiyia, a orillas del Dniéper. Les sonará seguramente por ser la ciudad en donde está situada la mayor central nuclear de Europa. Se acordarán de que los soldados rusos la ocuparon en los primeros días de marzo del año pasado, generando una ola de miedo que se trasladó por todo el continente europeo ante las dudas sobre el resultado final de dicha acción.

Allí conocí a Ira. Una mujer de 50 años que se encontraba en un centro de alojamiento municipal para desplazados, al que llegamos para repartir ayuda humanitaria. La historia de Ira es terrible, como lo son todas las historias personales en una guerra.

Ira tuvo que huir de su casa cuando los rusos cercaron su ciudad, Berdiansk, cerca de Mariúpol. Poco antes había muerto su madre por falta de medicamentos para tratar su diabetes. Todas las farmacias habían cerrado y así siguen hoy. Ira caminó cien kilómetros con otra mujer hasta conseguir ayuda, sin saber nada de su hijo de 19 años que huyó poco antes por miedo a ser reclutado, o asesinado, por las fuerzas rusas.

Todas las cicatrices de una vida se habían revelado en apenas un año. Ira aparentaba tener muchos más años de esos 50 que constan en sus documentos. Sin embargo, una luz especial en su mirada nos hizo detenernos y conversar con ella. Además de contar su historia, que nos conmovió a todos, nos explicó cuál es el sentimiento de identidad que alberga una población que Putin identifica como rusa y que, según él, es origen de su atentado contra la integridad territorial ucraniana.

– «En mi región siempre hemos hablado ruso y ucraniano. No sabíamos que éramos ucranianos, ni nos considerábamos rusos. Solo queríamos trabajar y cuidar de nuestros hijos y vivir en paz. Ahora sé que nunca podré ser otra cosa que ucraniana. Seremos por siempre ucranianos, o no seremos nada».

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– «Ahora estamos todos juntos, nos ayudamos los unos a los otros y estoy convencida que ganaremos. Creo en la victoria, tenemos ánimo y estoy segura de que nunca nos rendiremos».

Pensé mucho en las palabras de Ira durante esos días de alarmas aéreas, de ‘check-point’ continuos, de toques de queda y de apagones eléctricos. De cráteres en carreteras, de coches y ambulancias ametralladas, de tanques destruidos y kilómetros y kilómetros, para que la ayuda que muchos cientos de españoles habían puesto en nuestras manos llegara allí donde más falta hacía. Y eso era muy cerca de la línea del frente. Allí donde no hay nada, salvo destrucción y dolor máximo. Nadie duda de que los ucranianos están defendiendo el sistema de valores occidental. Los mismos valores que defendemos las democracias liberales europeas. Lo hacen con las limitaciones propias de ser una democracia muy joven, apenas incipiente. En España sabemos bien que es eso. También aquí iniciamos ese camino.

Luchan contra el totalitarismo ruso de Putin y, en esa lucha, nos defienden a todos. Pero ellos exponen mucho más que nosotros. Ellos entregan lo mejor que tiene su sociedad, sus jóvenes y sus clases productivas. Mientras aquí debatimos si enviamos, o no, tanques, aviones, o misiles, ellos envían lo que sí tienen, sus hijos. Para defendernos a todos nosotros.

Tenemos un debate moral y ético en estos momentos. ¿Durante cuánto tiempo vamos a seguir ignorando el elefante en la habitación? Ira nos lo explicó sin siquiera saber que lo hacía. Ella no sabía que era ucraniana, ahora ya lo sabe. Nosotros no sabemos aún que lo somos. No deberíamos llegar al extremo que tuvo que llegar Ira para darse cuenta de cuál es su identidad.

Y así, al igual que Ira, yo ya sé que también soy ucraniano. Que no puedo ser otra cosa que lo mismo que aquellos que luchan y mueren por defendernos a todos. Que su lucha no es la de la identidad ucraniana contra la rusa, es la de los valores democráticos contra la autocracia. Y en esa lucha debemos estar todos. Por supuesto, lo último que hice antes de abandonar Ucrania fue comprar una camiseta que pone: yo soy ucraniano.

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