Dan ganas de perder todas las formas y empezar a lanzar bombas de insultos y resentimientos. Pero la intolerancia reventada no es algo agradable de sentir y a nadie le hace bien. Por eso, mejor opto por la comprensión y luego, por la consciencia como camino constructivo.
Primero comprendo que no se ve lo que no se quiere ver, que nadie quiere perder el poder cuando lo ha detentado por tanto tiempo; menos, si no conoce los beneficios que obtendría si se decidiera a soltarlo.
Comprendo que hay también quienes no ven porque no pueden, porque están ciegos o siguen dormidos. Y hay otros muchos más –tanto hombres como mujeres– que no están conscientes del nivel de precariedad en que nos encontramos en estos temas. Empecemos por abrir los ojos.
Para ‘Women Matter’, McKinsey encuestó a 55,000 empleados de 120 empresas emblemáticas de México y 30 de sus subsidiarias en América Latina, de diversos sectores. El estudio arroja cosas como esta: dos de cada 10 personas consideran que los hombres son mejores ejecutivos que las mujeres únicamente por su género. Otra: una de cada cinco personas aún piensa que es más importante que un hombre tenga una carrera universitaria que una mujer.
Y luego nos preguntamos, ¿por qué las empresas mexicanas estamos sumidas en el estancamiento?
De cada 10 CEO en nuestro país, solo una es mujer. Vamos a uno por hora en la transformación. Por sesgo, por ceguera.
Recupero aquí una reflexión de Altagracia Gómez, número 10 de nuestra lista de Poderosas: en un país donde más del 90% de las empresas son familiares, no cambiaremos la mentalidad de las compañías mexicanas si no cambiamos la de las familias mexicanas. Tiene razón.