Es necesario explicar (hasta donde lo permita este espacio) cómo funciona la criptografía, que es el cifrado más común que hay detrás de las transacciones electrónicas.
Cifrar mensajes es una práctica muy común que se usa desde la antigüedad. Emperadores romanos solían enviar sus mensajes no como texto, sino encriptados con algunos métodos básicos (aunque no por eso triviales) como el de asignar un número a cada letra, por ejemplo “1” a “A”, “2” a “B”, etc. Así, el mensaje “Hola”, llegaba a su destino como “8-15-12-1”.
Este tipo de cifrado se conoce como encriptación simétrica, el cual funciona bastante bien cuando solo el destinatario y el remitente conocen las reglas para descifrar el mensaje, pero en otro caso, el contenido -que podría ser un “hola” o una transacción – está expuesto a ser descifrado o en su caso, robado.
Por esta razón, se idearon diferentes maneras para evitar ese riesgo, y así es como nace la encriptación asimétrica, o también llamada de clave pública.
Imagine que envía un mensaje dentro de una caja fuerte. En la encriptación simétrica existe una única llave para abrir y cerrarla, la cual puede usar tanto el remitente como el destinatario, pero si la roban, cualquiera que la tenga podría acceder al mensaje.
Pero en la asimétrica, el remitente tiene la llave que sirve exclusivamente para cerrar el mensaje (clave pública) y solo el destinatario posee la que sirve para abrirlo (clave privada), así, aunque el remitente pierda su acceso, el contenido no corre peligro pues el destinatario tiene la necesaria para abrirla.
La llave puede ser, desde saber que a cada letra del abecedario se le ha asignado un número, o bien, como se hace en la actualidad, la solución de complejos problemas matemáticos; pero el que aquí nos importa y que de hecho es el más usual, son las operaciones con números primos (aquellos que no tienen divisores más que entre sí mismos y el uno).