Sin embargo, durante mucho tiempo este concepto ha sido mal entendido promoviendo realizar exámenes y pruebas diagnósticas de manera generalizada, lo que ha llevado al sobreuso de estudios tanto de laboratorio y de gabinete con un consecuente alto costo considerando los habituales resultados normales para poblaciones de bajo riesgo. Estudios de economía de la salud demostraron entonces que los análisis clínicos e intervenciones preventivas deberían ser orientadas a personas con factores de riesgo mejor definidos.
Ahora, considerando que en México el 70% de la población tiene sobrepeso u obesidad, cerca del 30% de la gente tiene hipertensión y poco menos del 20% de los mexicanos son diabéticos, la realidad es, que en total estimamos que la población sana o dicho mejor, de bajo riesgo, no llegará al 20%. No obstante, es interesante observar que la autopercepción parece estar algo alejada de la realidad.
Según datos de la OCDE, el 65% de la población mexicana se considera sana muy en línea con un estudio publicado por la UNAM en 2018 que encontró que el 72% de los mexicanos consideraba su salud buena o muy buena. En nuestra opinión, esto responde a factores socioculturales, donde la normalización de la obesidad, del consumo de alcohol y tabaco en conjunto con pocas facilidades tanto culturales como de infraestructura para realizar actividad física regular, explican cómo ante la evidencia de un estado de salud nacional precario, en palabras de sus ciudadanos, México se autopercibe como sano.
La salud personalizada y con estrategias de prevención es la mejor manera de evitar una enfermedad o detectarla en fases tempranas para poder ofrecer a los pacientes acceso a tratamientos más eficientes y, al final del día, una mejor calidad de vida.
La prevención inicia justamente con el reconocimiento del estado general y los factores de riesgo asociados con el estilo de vida y la historia familiar de cada persona. Esto se debe realizar con la consulta de salud preventiva donde el médico de primer contacto o el médico internista identifica los factores evidentes, pero también aquellos que por herencia uno podría anticipar como elementos de riesgo. Por ejemplo, una persona puede no tener obesidad ni diabetes, pero si un familiar de primera línea, como padres o hermanos, tuvo un infarto antes de los 50 años hay una alta probabilidad de una alteración del colesterol -asintomática- que se conoce como hipercolesterolemia familiar y que incrementa el riesgo de infarto hasta por cinco veces.
Con la evaluación inicial el médico identifica los factores de riesgo y con esa información puede determinar un plan de acción a seguir. Aunque los estudios adicionales y las recomendaciones de estilo de vida varían según los factores que se hayan identificado, la edad y el género del paciente, existen algunas condiciones generales que debemos considerar al pensar en salud preventiva.
El pediatra conduce los programas de control del niño y del adolescente sano donde identifica, en términos generales, el desarrollo físico, neurológico, mental, nutricional y de vacunación además de salud sexual y prevención de adicciones hasta antes de los 18 años. Hoy en día, por ejemplo, se recomienda la revisión periódica de peso y talla con el propósito de prevenir sobrepeso y obesidad a partir de los seis años. En el supuesto de que las personas sean identificadas como sanas, una evaluación periódica cada tres años hasta los 50 es recomendada y anualmente posterior a esa edad.
Una persona adulta sana debe tener programas de promoción de estilo de vida saludable donde la nutrición y la actividad física regular incidan en un índice de masa y composición corporal adecuados, además de poner atención en el control del estrés y la prevención de adicciones, más una vigilancia permanente por la aparición de síntomas relacionados con los trastornos mentales como la depresión y la ansiedad.