La RAE define la palabra emprendedor como adjetivo, “que emprende con resolución acciones o empresas innovadoras”. En inglés, la palabra “entrepreneur” no es exactamente la traducción de emprendedor. Según el diccionario Merriam- Webster, “entrepreneur” es “alguien que organiza, administra y asume los riesgos de un negocio o una empresa”. A diferencia de la palabra emprendedor, “entrepreneur” está circunscrito a eventos de negocio, no para acciones o iniciativas en otros ámbitos. Es decir, apegándonos a las definiciones de cada lengua, un deportista que decide escalar el Monte Everest puede tener espíritu emprendedor, pero eso no lo transformaría en un “entrepreneur”.
Cuando la palabra emprendedor se puso en boga, la referencia a “entrepreneur” siempre estuvo presente, y se abandonó la limitación de nuestra propia lengua. Bajo la definición, hay miles, millones de emprendedores que no se auto reconocen como tales. Tengo la impresión de que el adjetivo o sustantivo no está lo suficientemente extendido en el lenguaje, ni el uso en aquellos que incluso lo son.
Charles Lindblom escribió que, en las democracias… “cada valor o interés importante tiene su perro guardián”. Sin autodefinirse, la posibilidad de proteger la comunidad de que somos parte se vuelve casi imposible. La invisibilidad de muchos emprendedores quita fuerza a la comunidad, al acercamiento y posibilidad de proteger los intereses del grupo, de hacerlo relevante y perceptible entre los conflictos y confrontaciones naturales de un país democrático. Sin definición no hay posibilidad de crear comunidad, y sin comunidad no existe el perro guardián que proteja o inspire.