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México y las lecciones de la mafia siciliana

La detención de Matteo Messina Denaro, el único gran jefe de la mafia siciliana que sobrevivía a una búsqueda de más de 30 años, responsable de innumerables crímenes, incluyendo el asesinato del fiscal Giovanni Falcone, sirve para recordar la operación de los tres grandes grupos italianos: la mafia siciliana, la camorra napolitana y la ‘Ndrangheta calabresa, con sus similitudes y diferencias con nuestras organizaciones criminales.

Según cifras de la Asociación Empresarial de Italia, la mafia (con sus tres grandes grupos) controla en ese país el 20% de las compañías, sobre todo las pequeñas; sus utilidades son equivalentes, al año, al 15% del PIB italiano; sus bienes de capital superan los 800 mil millones de dólares en todo el mundo, de los cuales 11 mil millones están invertidos en bienes raíces y otro tanto en el sector financiero, mientras que las operaciones de falsificación de productos de marca y mercado negro les deja utilidades netas de 15 mil 500 millones de dólares al año.

La Confesercenti, la asociación que agrupa a los comerciantes en Italia, estima, a su vez, que la mafia factura unos 90 mil millones de euros al año, lo que equivale al 7% del Producto Interno Bruto del país, y eso la convierte en la industria más rentable de la península. De esa cantidad, 10 mil millones de euros provienen de la extorsión; 30 mil millones de la usura; 4 mil 600 millones del contrabando; 7 mil millones de hurtos y robos y 13 mil millones de euros de edificación ilegal. Lo más preocupante de este proceso, dice la central de comercio, es la enorme capacidad de la mafia para reinvertir esas utilidades en la economía formal y, de esa manera, legalizarla.

Usan tres métodos, según el mismo informe empresarial, los empresarios que quieren abrir nuevos negocios son contactados y se les imponen reglas y sociedades: en otras palabras, se les obliga a aceptar una participación minoritaria de la mafia en sus negocios; los propios mafiosos han ido haciendo pasar sus empresas de pequeños comercios a grandes industrias, “aceptando” capitales legítimos que se asocien con ellos y, tercero, muchas de las grandes empresas han pactado con la mafia para tener una suerte de seguro preventivo.

No es una especulación. Con base en una investigación contra la mafia calabresa, Italcementi, el quinto productor mundial de cemento, una empresa con 22 mil empleados y que factura más de 6 mil millones de euros al año sólo en Italia, aceptó pactar con la mafia calabresa para no sufrir secuestros, atentados o sabotajes, asumió costos mayores (vía también acuerdos sindicales) y favoreció a esa organización en el proceso de comercialización del cemento. Cuando el líder de la mafia calabresa fue detenido, meses atrás, se descubrió que, por lo menos, 120 millones de euros provenían de ese acuerdo con la empresa cementera, la cual se limitó a decir que no tenía comentarios al respecto. Hay que poner atención en cómo, ante las mayores presiones del Estado, la mafia no ha abandonado el tráfico de drogas, pero lo ha dejado en sectores muy específicos, mientras se ha volcado a ampliar su poder político y económico.

Para la mafia siciliana, su centro de operación es Palermo, la principal ciudad de la isla. Hasta 1992, Palermo no podría diferenciarse, al contrario, de la peor violencia que puede vivirse en México. Ese año, en sólo dos meses, fueron asesinados el magistrado Paolo Borsellino y poco después el juez Giovanni Falcone y su esposa Francesca, quienes encabezaban la lucha contra la mafia. Desde ese año y hasta 1998, el índice de asesinatos relacionados con ajustes de cuentas fue cercano a los 300 por año. Pero los asesinatos de Borsellino y de Falcone sirvieron para obligar a reconsiderar el combate contra la mafia y cambiar a las autoridades de Palermo para sacudirse ese estigma. Y los resultados han sido espectaculares: hoy casi no hay asesinatos relacionados con la mafia en esa ciudad y florece el turismo.

Uno de los hombres clave para ésa que han denominado la “revolución cultural” de Palermo fue su exalcalde Leoluca Orlando. Cuando se habla con él, tuvimos oportunidad de hacerlo hace algunos años, el entonces alcalde siempre insiste en que el combate contra el crimen organizado debe ser asumido, sí, desde el ámbito nacional, pero que el factor decisivo es la participación de las autoridades locales para romper los refugios y esquema de protección a mafiosos y debe darse tanto en lo policial como en lo cultural y lo social.

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La mafia, dice Orlando, “necesita silencio y oscuridad, y nosotros en Palermo decidimos prender las luces y hablar muy fuerte sobre ella”. Todo el mundo, agrega, “tuvo que reconocer que la mafia había penetrado en la banca italiana, en la política, y entonces tuvo que decidir si estaba a favor o en contra de ella”.

Pero hay un punto central en su lógica que debe aplicarse a nuestro país: “Cuando la mafia está afuera, no es mafia. Hay una diferencia entre una organización delictiva normal y la mafia, porque una organización normal va en contra del Estado y está fuera del Estado, contra los bancos y está fuera de los bancos, está contra la Iglesia y fuera de la Iglesia, está en contra de la sociedad y fuera de ella. Pero la mafia, las mafias, son algo diferente, están en contra del Estado, pero dentro del Estado, en contra de la banca, pero dentro de la banca, en contra de la Iglesia y han penetrado en la Iglesia, están contra la sociedad, sin embargo, están asentadas en la sociedad, la mafia, para serlo, tiene que estar dentro de la sociedad civil”.

En México, como pedía Leoluca Orlando, deben “encenderse las luces” porque el narcotráfico está dentro de la sociedad. De allí hay que extirparlo.

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