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Marcha desde el poder: signo de una débil democracia

No hay duda de que un enorme número de mexicanos asistieron el domingo a la marcha convocada por AMLO. Allí estuvieron muchos, al lado del caudillo, abrazándole y elogiándole. El presidente, por su parte, caminó a lo largo de todo el Paseo de la Reforma acompañado de sus más fieles seguidores.

Y quizá, si nos ceñimos únicamente al número de asistentes, se trató de una marcha histórica. Sin embargo, existen muchos claroscuros que seguirán empeñando la legitimidad del evento. El principal reside en el hecho de que fue AMLO, desde la cima del poder, solapado por las autoridades de la Ciudad de México (léase, Claudia Sheinbaum y Martí Batres) utilizando todo el aparato del Estado, quien convocó a una marcha dirigida exclusivamente a rendirle elogios, a presumir logros inexistentes y a perpetuar una narrativa manipuladora que difícilmente encaja en la realidad y en los hechos.

El politólogo Gibrán Ramírez, otrora acérrimo defensor de AMLO y de su proyecto, comentó vía Twitter que la habían informado que gobiernos locales de Morena en el norte de México habían hecho obligatoria la asistencia a la marcha. Esta idea se suma a las imágenes que vimos de autobuses aparcados a lo largo de las avenidas contiguas al Paseo de la Reforma.

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Una marcha convocada desde la cúspide del poder es un signo de una débil democracia, pues en un régimen plenamente democrático los jefes de Estado o de gobierno se dedican a gobernar, y no a rendirse autoelogios. Nadie mejor que AMLO lo sabe. Durante sus años como opositor, el macuspano convocó innumerables marchas en protesta contra los regímenes del PRI y del PAN, a quienes acusaba de corrupción y de no mirar por los intereses del pueblo.

En este contexto, yo no recuerdo una sola marcha convocada por el gobierno en un régimen democrático. Por el contrario, esta clase de eventos han tenido lugar en la Venezuela de Chávez y en otros sistemas caracterizados por adulación al caudillo, por la censura y por la manipulación masiva a través de discursos impregnados de mentiras y medias verdades.

La marcha del domingo, a diferencia de lo que ocurrió el 13 de noviembre, fue un evento de Estado. Esto es una mala noticia para México. Por un lado, reitera el talante autoritario del presidente, quien no titubea ni un segundo ni un peso del erario público para promover su imagen como “mesías de la nación”, y por el otro, que las elecciones del 2024 presagian que AMLO y sus agachados procónsules (les llaman gobernadores) no escatimarán el uso de cada peso de los contribuyentes para garantizar que el partido oficial resulte vencedor en los comicios.

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