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Opinión

El covid-cero tensiona a China

Miles de personas han salido a las principales ciudades chinas a protestar contra la política de Covid-cero que desde hace más de dos años y medio se aplica para combatir la pandemia. El detonante de estas manifestaciones han sido varios episodios que muestran el agotamiento de esta estrategia: a las imágenes de cientos de trabajadores escapando de una fábrica donde llevaban más de un mes encerrados trabajando para un proveedor de Apple se sumó la muerte de una decena de personas en un incendio en la ciudad de Urumqi, la capital de la provincia uigur de Xinjiang, que los bomberos tuvieron dificultades para combatir por las restricciones sanitarias. El alcance de las protestas es difícil de dimensionar, pero no tienen precedentes en las grandes ciudades de China continental desde que en 1989 se produjera en Pekín la matanza de la Plaza de Tiananmen, un episodio más conocido en el extranjero que en la propia China debido a la censura oficial.

Las protestas públicas han aumentado en las últimas dos décadas en China, pero suelen ser aisladas y provocadas por temas concretos, no políticos ni ideológicos. Los trabajadores pueden manifestarse por la falta de pago, los vecinos por la falta de servicios y los aldeanos porque han sido forzados a reasentarse en otro lugar. El régimen comunista ya sabe cómo afrontar estas protestas, que se suelen zanjar con el rápido relevo de autoridades de bajo nivel. Pero la protesta contra la política de Covid-cero reúne características especiales, ya que se trata de un problema concreto, pero que afecta a miles de millones de personas, y, sobre todo, a un asunto que ha sido ideologizado como parte de una estrategia específica del propio Partido Comunista Chino.

Desde que éste presentó su éxito inicial en la gestión de la pandemia, justo antes de la aparición de la variante delta más agresiva, como una prueba de la superioridad de su modelo político frente al caos de los países occidentales, la campaña contra el Covid dejó de ser sanitaria y se convirtió en política. Por lo tanto, el régimen no puede dejarla caer sin abrir un amplio proceso de autocrítica interna. Esta rigidez con la que han concebido la estrategia contra el Covid ha hecho que el país desaprovechara el tiempo ganado con el aislamiento total, centrándose en parches a corto plazo como los testeos masivos y los campos de cuarentena, y no en las soluciones reales de cara a una inevitable transición, como eran la vacunación de colectivos vulnerables, paralizada desde julio, y el aumento de camas UCI (tienen una de las tasas más bajas de Asia). Apuntala esta tesis el hecho de que se haya negado no ya a importar, sino a producir vacunas internacionales, y prefiere seguir inoculando la suyas basadas en virus inactivados. Todo esto sucede en un entorno donde países democráticos que aplicaron la política de Covid-cero como Taiwán, Corea del Sur, Japón, Australia o Nueva Zelanda, supieron pasar de los confinamientos estrictos a escenarios más flexibles cuando la vacunación lo permitió y por tanto minimizaron su tasa de mortalidad.

Es posible que en 2020, cuando surgió la pandemia, el modelo chino salvara millones de vidas, pero después lo que ha ocurrido es que el Partido Comunista ha puesto por delante su propio éxito por encima de la vida de sus ciudadanos imponiendo controles cada vez más estrictos para enclaustrarlos. Lejos de rectificar, Xi Jinping acaba de conseguir un tercer mandato al frente del país y ha reajustado la primera línea del partido con fanáticos de la estrategia covid-cero, y por supuesto, sin atisbo de libertades.

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