Connect with us

Internacional

Un sintecho antiokupas para custodiar la casa del joyero de Alfonso XIII en Madrid

Esta es la historia de una calle, la segunda más corta de Madrid; de una casa aparentemente abandonada, la única que queda en pie; y de un reguero de personajes rocambolescos: Antoñito ‘el Loco’, Jesús ‘Tarzán’, Paco ‘el Buitre’, Fernando ‘el Pollo’ y Javier, «el de la bandera». Por surrealista que parezca el reparto, también hay espacio para el joyero de Alfonso XIII; su mujer, la excelentísima Marquesa de Galo; tres de sus hijas, María, Asunción y Reme, conocidas como ‘las italianas’; y una cuarta vástaga, Rosa, dedicada a arreglar juguetes en el número 3 de Antonio Mira de Amescua: una pequeña villa con salida exclusiva al paseo de Extremadura, habitada desde hace seis años por un sintecho antiokupas. Pero vayamos por partes.

Para entender este embrollo hay que remontarse a 1927, el año que Paco ‘el Buitre’ (aunque a él en realidad le gusta que le llamen Pacotron) sitúa el levantamiento de la casa de recreo de una familia acomodada en la calle de Serrano. Por aquel entonces, la actual A-5 ni siquiera era un proyecto y la ciudad, al menos en su cara oeste, no se extendía más allá del río Manzanares. «Estos», en alusión al matrimonio, conocido como ‘los joyeros’, «eran ricos y se hicieron la casa de campo», expone este hombre de 65 años, sorprendido a media mañana en una de las tabernas más castizas del barrio de Batán. Pero la época de bonanza se fue apagando durante la posguerra y «el joyero de Alfonso XIII y la marquesa tuvieron que vender la de Serrano y se fueron a vivir aquí».


Antoñito ‘el Loco’, frente a la puerta de su casa en los primeros años de los 2000


Un lugar llamado el Batán

El traslado, como era de esperar, no lo hicieron solos. Hasta el actual distrito de Latina se mudaron con sus seis hijos: María, Asunción, Reme, Rosa, Pepe y Antonio; o mejor dicho, Antoñito ‘el Loco’. Según el blog Un lugar llamado el Batán, de las tres primeras se sabe que «eran las dueñas de la peluquería ‘las italianas’ (de ahí el citado sobrenombre)», un negocio abierto en la planta baja de la misma propiedad; de Rosa, su dedicación como reparadora de muñecas en otra de las estancias; y de Antonio, que acudía a diario al Rastro para vender la chatarra que encontrase.

Fidel Latorre, fundador del restaurante La Jaca, lo recuerda así: «De joven iba al Rastro y yo me acuerdo que veía a un tío vestido de cordero, daba igual que fuera verano, me llamaba la atención porque era un tío muy singular». La casualidad quiso que al abrir su negocio en 1987, justo enfrente de la citada vivienda, su vecino fuera aquel excéntrico vendedor ambulante. Desde entonces, las anécdotas se amontonan en su memoria. «Era un tío fuerte, un día le vi en la avenida de Portugal empujando un coche abandonado y no sé cómo, pero acabó en su casa». Con el paso de los años, las hermanas de Antoñito se fueron, «a Suiza, a Marbella…», y él se quedó solo. Aunque no del todo.

Nadie en el enclave sabe nada de los posibles herederos. Antoñito ‘el Loco’ murió sin descendencia durante el Covid

Advertisement

Su sobrino Jesús, ‘Tarzán’ para el vecindario (por su melena negra y rizada), se convirtió en su fiel escudero hasta principios de la década pasada. «El sobrino venía aquí y era un buen tío, pero bebía y se ponía a andar desnudo por la calle con los brazos en cruz», relata Latorre, ya jubilado. Las historietas fluyen una tras otra y el tiempo, en esta isleta de la capital, parece quedar suspendido. «Tarzán también era único, en los años 90 vino una vez al bar todo trajeado porque la madre de su hija, una mujer de escándalo, le dijo que solo la podía ver si venía bien. Así que se presentó con el traje», ríe el hijo de Fidel, David Latorre, al otro lado de la barra.

El problema de Tarzán, nudismo urbano al margen, siempre fue el consumo de alcohol. «Corría desnudo por la Casa de Campo, un día vino a la bodega solo con dos ‘piercings’ en los pezones y toda la clientela se asustó. Porque encima era un tiarrón», rememora su amigo Fernando ‘el Pollo’, en otra tasca de la zona. El problema del sobrino, mecánico a tiempo parcial, espíritu libre a jornada completa, es que «era alcohólico y le había dado un tiempo a la heroína», lamenta el Buitre. Su muerte prematura, «hace ya unos ocho años» sí dejó esta vez a Antoñito ‘el Loco’ solo en la casa. La difícil situación, sin embargo, nunca cercenó su innato sentido del humor.


Fidel Latorre y su hijo David, en su restaurante La Jaca; a la dcha., Javier, «el de la bandera», actual habitante de la villa


GUILLERMO NAVARRO

Antonio Hidalgo, quién sabe si Ponce de León de segundo apellido (eso decía él), era un buscavidas. «Un tipo que no sabías si la historia que contaba era verdad o mentira, pero que caía bien a todo el mundo», coinciden las distintas voces de la trama. De su boca salieron mil y un relatos, algunos tan estrambóticos, como que parte del oro de la Guerra Civil estaba escondido en el sótano o que su casa estaba conectada por un túnel con el Palacio Real. «Era hasta gracioso, aunque a veces había que llamarle la atención porque fingía estar malo y hacía venir a la ambulancia para nada», advierte de nuevo Fidel Latorre, el mismo que intentó comprarle su viejo Buick, un descapotable al estilo gángster, sin éxito. «Un día se lo llevó la grúa y montó tal circo que al final se lo acabaron devolviendo», añade el Pollo.

Su fama llegó a tal punto que se convirtió en toda una celebridad de Batán. Ofertas para vender la casa nunca faltaron, pero él, un enamorado de los animales, siempre cerró la puerta a los promotores. «Estaba rodeado de perros abandonados y gatos, solía ir con cinco galgos y se gastaba lo que no tenía en alimentarlos», apuntan en el enclave. De hecho, un antiguo motocarro, varado en un lateral de la parcela, sirve de casa para un puñado de mininos. Tres años antes de la pandemia, el Loco enfermó. Lejos de su familia, fue su amigo Paco el que le convenció para ingresar en el hospital, desde donde le derivaron a una residencia de Las Rozas. «De vez en cuando le traía por aquí con la silla de ruedas», remarca el Buitre, antes de confirmar lo que todos a su alrededor barruntan: Antonio murió en plena crisis del Covid.

Pese a que las malas lenguas dicen que nadie de la familia fue al tanatorio, a su lado, una vez más, volvió a estar el Buitre. «Me dejó las llaves de la casa y yo para evitar que la okupasen metí a uno», comenta, consciente de que aquella primera jugada le salió mal. «Este dejó pasar a unos cuantos y la medio destrozaron». Tras ello, le ofreció el espacio a Javi, «el de la bandera», un sintecho que pide frente a un supermercado, con un carrito de la compra y una bandera de España, de la que presume orgulloso. «Le conocí de verlo con la bandera», prosigue, durante el corto trayecto recorrido hasta encontrar al inquilino. «A veces ha venido gente a intentar colarse y les he tenido que espantar», asegura Javier, quien vive sin luz ni agua desde hace casi seis años. «Está hecha un desastre», añade. De los posibles herederos, nadie sabe nada.


La placa de la calle de Antonio Mira de Amescua, anclada a la fachada de la única casa que queda en pie, de dos plantas y con patio


GUILLERMO NAVARRO

El improvisado guardián no quiere ni oír hablar de un posible desalojo. «Es mi casa y solo dejo pasar a alguien si él (en alusión al Buitre) me lo pide», advierte el hombre, diagnosticado de diabetes a los cuarenta y que antes de arribar allí pernoctaba en un palomar de la carretera de Boadilla del Monte. Padre de dos hijos, a los que no ve desde que tenían 5 o 6 años, el sintecho antiokupas describe el interior del inmueble: «Hay una moto de la guerra, más vehículos antiguos, un piano de madera vertical y una pila de cuadros». Entre ellos, puede que haya uno de Antonio con el Rey Juan Carlos I. O eso contaba el Loco.

DATOS DE ÍNTERES

Advertisement

Fecha de construcción

Pese a que el catastro marca que el año de construcción es 1960, lo cierto es que la casa fue levantada en los años 20, sometiéndose a una reforma (la misma que hoy vemos) a mediados de la década de los 40.

Superficie

La superficie catastral construida alcanza los 144 metros cuadrados, 101 (en la planta 0) destinados a almacén y 43 (en la 1) a vivienda.

Terrenos agrícolas

La casa (al igual que todas las de la zona) se construyó sobre terrenos agrícolas y sin los permisos de la época, lo que obligó a los propietarios a darla de alta años después para pagar la contribución.

Es lo que mide la calle de Antonio Mira de Amescua, la segunda más corta de la capital tras la de Rompelanzas (27 metros), esta última entre Preciados y Carmen, a la altura de Doña Manolita.

Nombre de la calle

La calle cambió de ubicación en el año 1979, trasladándose del barrio de Canillejas al pequeño fondo de saco del paseo de Extremadura, donde antes estaba la vía de Talía.

Advertisement

Fuente

Advertisement

Nacional

Más

Populares