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Opinión

Contra el clima de impunidad

Desde que los museos se han convertido en el escenario del activismo contra el cambio climático nuestra sociedad ha abierto un debate condescendiente que considera la justicia de las causas que inspiran esas demostraciones en detrimento del peligro que están corriendo obras de arte únicas. Hay algunas instituciones afectadas que, incluso, han evitado personarse en el juzgado para denunciar el ataque sufrido, escudadas en la simpatía frente a movimientos ‘sociales’ o en los atestados policiales de oficio. Cuando el pasado 5 de noviembre dos activistas se adhirieron a las Majas de Goya en el Museo del Prado, ese debate que ha atravesado toda Europa estalló de lleno en nuestro país, con las implicaciones lógicas sobre la seguridad y la respuesta que merecen estas agresiones. Días después hubo otro suceso similar en el Museo Egipcio de Barcelona. Hay un clima de impunidad e impotencia muy nocivo.

El reportaje que hoy publica ABC demuestra que la seguridad absoluta en los museos es imposible. Por eso mismo, el respeto y la defensa de la integridad de los bienes del patrimonio amenazados por un postureo infantil y narcisista, disfrazado de activismo, es la causa más justa. Cometen un gravísimo error quienes ven un mal menor en los ataques de los ‘ecoterroristas’ –expresión del Gobierno francés– porque, de momento, escogen los marcos o pinturas protegidas con cristal, puesto que dejar sin la contundente respuesta que merecen estos atentados supone rendirse a la evidencia de que un día será dañada una obra fundamental. O someterse a convertir la entrada del museo en un aeropuerto y el acceso al arte en una experiencia vicaria. Pretender zanjar este debate con la frase «el riesgo cero no existe» es una irresponsabilidad que nuestro ministro de Cultura, Miquel Iceta, comparte con los responsables de los museos españoles, que tienen a su cargo por ley la protección del patrimonio, no solamente la inauguración de exposiciones. Deben hacer algo más.

El museo no es, como cacarean los activistas ‘progres’, una institución agresiva de hegemonía cultural occidental, sino un espacio a salvo para la contemplación del mundo a través del arte. Las fallas y fortalezas, los horrores y los logros humanos, están ahí para conmovernos y que pensemos mientras los contemplamos. ¿Vamos a quedarnos de brazos cruzados frente a esta amenaza?

Benjamin hablaba del aura de las piezas originales, que son las que están en peligro. Ante obras perdidas, Calasso lamentaba que vivimos en un mundo de copias en el que los moldes se han perdido. Herbert sentía dolor en sus cicatrices de la guerra ante las ruinas del Partenón. Ortega encuentra en Velázquez al espectador de su tiempo, un alma gemela. Esta conversación milenaria está en peligro y no merece acabar con el grito de un adolescente bienintencionado e ignorante: «¿Qué importa más, el arte o el clima?».

Importa hacer cumplir la ley desde las instituciones. Que sobre los autores de estos ataques (no todos podrán prevenirse) caiga todo el peso de la ley y acaben en un juzgado por daños al patrimonio. Incluso pensar, como han hecho ya PP, Ciudadanos y Vox, en iniciativas parlamentarias para aumentar las sanciones con el fin de desanimar a los locos del clima antes de pegarse a un marco o acabar acuchillando un paisaje nevado para llamar la atención. La libertad de expresión está garantizada. Mejor que protesten en otro lugar. Pero tal vez en la España convertida en museo de revisión a la baja de condenas y tipos penales esto sea demasiado pedir.

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