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Internacional

Inevitable reforma constitucional

Tribuna Abierta

Lo que ahora está en crisis se diseñó para dar estabilidad a los gobiernos y para no decantar demasiado el país hacia la radicalidad

Jesús A. Vila

Barcelona

26/11/2022

Un ciclo de debates en la Casa del Libro de paseo de Gracia sobre el futuro de la democracia ha puesto de manifiesto el interés que despierta una sosegada reflexión en torno a lo que ya se percibe como una crisis importante de nuestro sistema político. En los lugares diseñados para el contraste de pareceres, lo único que se produce es un intercambio de exabruptos porque no existe voluntad de argumentar sino de avasallar. Si de antemano ya se sabe que no se van a atender las palabras porque son hueras, el objeto de parlamentar deja de tener sentido y los Parlamentos se convierten en insultómetros o teatros del absurdo. Lo primero, pues, es recuperar la funcionalidad de las instituciones. Un ejecutivo que cumpla lo que promete en el programa electoral. Un legislativo donde se argumente y se trate de mejorar los propósitos propios con las razones ajenas y un poder judicial donde…, por lo menos, se cumplan y se hagan cumplir las leyes.

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En última instancia, esas crisis institucionales tienen su origen en buena parte en la ley electoral vigente, lo que a su vez determina la estabilidad partidaria y el funcionamiento de los poderes del Estado. Eso, y los vicios que se arrastran, tras considerar que los que ganan siempre tienen la razón para imponerla, y los que pierden, nunca tienen argumentos que puedan ser útiles para mejorarla.

Lo que ahora está en crisis se diseñó para dar estabilidad a los gobiernos y para no decantar demasiado el país hacia la radicalidad. El objeto era garantizar gobiernos mayoritarios que se sucedieran alternativamente en torno al centro político: el centro-derecha (PP) y el centro-izquierda (PSOE), dejando para los apoyos puntuales al resto de fuerzas, mayoritariamente periféricas, con un papel para la izquierda nacional (IU) muy poco determinante. Pero aquello que duró 30 años sin muchos altibajos se quebró con la crisis de 2008 para nacer a una nueva realidad. El bipartidismo se diluía y crecían partidos a ambos lados del espectro que producían dos resultados inevitables: la necesidad de apoyos para formar gobiernos estables con los nuevos partidos afines y la imprescindible sintonía con las fuerzas nacionalistas que se convertían en columnas vertebrales de la nueva gobernabilidad.

O se leía correctamente esa circunstancia o solo cabía otra posible: la gran alianza entre los dos partidos mayoritarios con el riesgo de pasar de mayoritarios a minoritarios en una sola legislatura. Para esta nueva realidad no estábamos preparados y las lecturas que se han ido haciendo, desde entonces, negando la legitimidad del nuevo gobierno de coalición, por ejemplo, lo ponen manifiestamente de relieve. Han cambiado los apoyos del electorado sin que se hayan modificado los instrumentos de la soberanía, de modo que la antigua ley electoral se ha convertido en una garantía de inestabilidad.

Como es muy difícil manejar la sociología electoral, lo más aconsejable sería preparar el país para una reforma de la Constitución, que la haga más democrática y, sobre todo, más ajustable a las nuevas realidades múltiples. La reforma constitucional se va a convertir en imprescindible si queremos recuperar la funcionalidad institucional y abandonar la crispación. De todo ello vamos a seguir hablando en la Casa del Libro el 29 de noviembre con el que fuera ministro de Trabajo de Zapatero, Celestino Corbacho.

Jesús A. Vila es periodista

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