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Internacional

El infierno oculto por los Aliados: la ciudad fantasma alemana que los ingleses arrasaron al 97% en la IIGM

La ciudad de Jülich, tras el bombardeo del 16 de noviembre
La ciudad de Jülich, tras el bombardeo del 16 de noviembre – ABC

Actualizado: Winston Churchill era un tipo peculiar, y no solo porque adoraba trabajar desde la humedad de la bañera o arrancaba la jornada con un lingotazo de esos que hacen bullir el gaznate. En marzo de 1945, mes en el que el nazismo daba bocanadas de aire por sobrevivir, se obsesionó con acompañar a sus hombres a Düsseldorf. Cuando el alto mando le pidió que cambiara de idea porque todavía había combates en la ciudad, él ofreció una alternativa: «No me importa. Si hay tiros, métanme dentro de un tanque, allí estaré bien». Como ya había pasado en el Desembarco de Normandía, le convencieron de que se quedara en retaguardia.

Según publicó ABC el 7 de ese mismo mes, Churchill hizo su rocambolesca propuesta desde «la antigua ciudad de Jülich», una urbe ubicada en Renania que, en la práctica, era la llave para hacerse con la cuenca del Rin.

El redactor dio en el centro de la diana, pues poco quedaba de una metrópoli que, desde tiempos de Napoleón Bonaparte, había sido transformada en un bastión defensivo imposible de derribar. La pesadilla se descargó sobre Jülich el 16 de noviembre de 1944; el mismo día en que, para ablandar su resistencia antes del asalto definitivo, los Aliados lanzaron una incesante lluvia de bombas que acabó con el 97% de sus edificios.

Del Rur al Rin

El germen de la destrucción virtual de Jülich se halla en el Desembarco de Normandía. El rápido avance desde el norte de Francia a partir del 6 de junio de 1944 prometía acabar en el corazón del Reich en pocas semanas. No fue así. La retirada de los germanos hasta la Línea Sigfrido –las últimas defensas de Adolf Hitler–, la escasez de combustible y los problemas logísticos redujeron poco a poco el ímpetu inicial. En los meses siguientes, todos los intentos que se hicieron por desalojar a los nazis de sus posiciones acabaron en desastre. El más sangrante se sucedió en septiembre, cuando la operación ‘Market Garden‘ no consiguió romper el cerco teutón de los Países Bajos.

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Mecánicos norteamericanos descansan bajo su avión, con fusiles y cartucheras+ info
Mecánicos norteamericanos descansan bajo su avión, con fusiles y cartucheras – ABC

La necesidad de destruir las defensas de la Línea Sigfrido obligó a los Aliados a plantearse alternativas. Así fue como nació la ‘Operación Reina‘, un avance masivo a cargo del Primer y el Noveno Ejército de los EEUU y el XXX Cuerpo Británico contra las defensas del rio Rur. El general Omar Bradley afirmó que podría ser «la última ofensiva necesaria para poner de rodillas a Alemania», y su colega, Hodges, lo confirmó. La primera oleada estaría compuesta de unos 120.000 hombres apoyados por 700 carros de combate. Aunque la cifra total de infantería con la que había sido reforzado estecontingente era cuatro veces mayor.

El objetivo último era crear una brecha que permitiera al grueso de las fuerzas Aliadas estar en Alemania a mediados de diciembre. Para ello, sin embargo, debían cruzar el Rur, arribar hasta el Rin –ubicado a 60 kilómetros– y garantizar dos cabezas de puente en las localidades de Krefeld y Düsseldorf. Pero uno de los principales escollos en este colosal avance hacia Renania era una pequeña ciudad que obstruía la primera línea fluvial: Jülich. Y, como ella, otras tantas poblaciones (como Düren y Heinsberg) que podían convertirse en un bastión inexpugnable si eran bien defendidas por los germanos.

Bombarderos masivos

Los Aliados, seguidores de la doctrina del bombardeo masivo de ciudades impuesta por Arthur ‘Bomber’ Harris, planearon el inicio de la ‘Operación Reina’ para el 16 de noviembre; aunque precedida de un ataque generalizado con bombarderos para ablandar las defensas de Düren, Jülich y Heinsberg. El infierno no se desató demasiado pronto. A las 11.05 de la mañana, rozando el medio día, más de dos millares de aviones (unos 2.400 en total) despegaron para dejar caer sobre las urbes una tormenta de fuego. Algunos historiadores afirman que fue el mayor ataque aéreo de la Segunda Guerra Mundial, aunque es difícil saberlo. Así narró ABC aquel golpe de mano dos jornadas después:

«Por lo general, los bombarderos se llevaron a cabo con mal tiempo, aunque algunas tripulaciones dicen haber observado la eficacia de sus ataques a través de claros en las nubes. Bombarderos medios, todos los cuales han regresado a su base, hicieron blancos en emplazamientos artilleros en Echetz y Luchen, al Este de Eschweiler. Otra formación de bombarderos pesados, integrada por 1.150 aparatos con 250 cazas de escolta, atacaron las ciudades de Düren, Jülich y Heinsberg, situadas justo detrás de las líneas enemigas. Los ataques fueron controlados constantemente por bombarderos pilotos, cuyas tripulaciones afirman que todos los bombardeos fueron densísimos. Otros cazabombarderos, en vuelos de penetración sobre territorio alemán, atacaron objetivos en las cercanías de Colonia».

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El diario se deshizo en adjetivos para describir la brutalidad del ataque. «Fue una verdadera tormenta de bombas», escribió el redactor. También afirmó que «este bombardeo ha sido uno de los más precisos llevados a cabo hasta la fecha». Hubo elogios hasta para la señalización de los objetivos: «Algunas de las acciones tuvieron lugar a la vista de los propios soldados norteamericanos, y pusieron de relieve la técnica perfeccionada de una estrecha cooperación con la Artillería».

Jülich fue la que más sufrió. Según explica el memorial de la ciudad en su página web, los bombarderos británicos dejaron caer sobre la urbe un total de 3.994 bombas de alto explosivo y 123.518 incendiarias. Se sabe hasta la hora en la que los cielos empezaron a chillar: entre las 15.28 y las 15.50 de la tarde. El resultado fue una debacle: más del 97% de los edificios acabaron destruidos. El porcentaje es uno de los más altos de la Segunda Guerra Mundial. El 3% restante, según diarios como ‘The Guardian’, fue aplastado durante los combates posteriores en las inmediaciones del núcleo urbano.

Bombardeo de la línea de abastecimiento alemana en la IIGM+ info
Bombardeo de la línea de abastecimiento alemana en la IIGM – ABC

ABC siguió, a través de los informes oficiales, los sucesos de Jülich. «Según comunicación del Noveno Ejército, en Kósler se está librando esta noche dura lucha, hallándose por ese punto las tropas del general Simpson a menos de dos kilómetros de Jülich», se podía leer el 26 de noviembre.

La batalla se extendió durante los tres meses siguientes, hasta el 23 de febrero. Las cifras del desastre todavía escuecen: además de los edificios, un millar de personas fallecieron en esta región en el último trimestre de 1944. Después le tocó el turno a la evacuación de cadáveres entre los escombros y las minas. Las imágenes dejan claro el desastre.

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Los Aliados se plantearon que Jülich quedase abandonada, como una suerte de monumento a las víctimas. Sin embargo, las 6.000 personas que vivían todavía en su interior en 1945 –la mitad de la población– hicieron casi imposible tomar esta medida. Al final, las autoridades prefirieron iniciar su reconstrucción en 1949. Esta fue planteada mediante un plano de calles que había sido elaborado en la década de los treinta y que, a pesar de ser bastante fiable, modificaba la distribución renacentista de la urbe. Los trabajos terminaron en 1956. En la actualidad apenas quedan cicatrices de aquella barbaridad. Tan solo unos cráteres que se han conservado de forma deliberada en la ciudadela para que no se olvide el infierno que allí se vivió.

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