Por si esto fuera poco, como es lógico, el arte del liderazgo nunca deja de aprenderse ni perfeccionarse, pues precisamente la adaptabilidad es una de sus grandes virtudes. Siendo que el líder dispone de la audacia de romper paradigmas y apoyarse en la innovación para ir en busca de nuevos horizontes, por naturaleza, contará con el talento de saber reinventarse, inspirando a otros a hacer lo propio.
Pues bien, una de las características de las personas líderes que dejan huella, y a menudo se les reconoce como verdaderos transformadores o game-changers, es la sensibilidad de instaurar en sus equipos de trabajo y colaboradores una cultura de la confianza.
Por supuesto, ello no es tarea sencilla, ya que hablamos de un proceso que toma tiempo, y cuya implementación exige constancia, además de retroalimentación y evaluación permanentes.
En una empresa o institución donde la cultura de la confianza permea, las diversas áreas y departamentos rinden resultados óptimos, puesto que dentro de ellos el personal aporta valor con base en sus aptitudes y capacidades técnicas.
Las funciones y asignaciones se hallan cabalmente distribuidas, por lo que cada cual conoce qué rol le corresponde y las metas son trazadas con precisión. Así mismo, la visión y principios rectores institucionales no son un mero listado con buenos deseos, sino que se entienden como la directriz de cualquier acción o decisión, dotando de armonía la complejidad del engranaje de la empresa.
Sin embargo, en muchos espacios de trabajo, es la cultura del miedo la que predomina, valiéndose de la autoridad y la coerción para poner al límite a los colaboradores, lo cual, inevitablemente, se traduce en significativas cargas de estrés y casos de burn-out.
Los peor es que estas prácticas son contraproducentes para la empresa, dado que los efectos secundarios de imponer autoridad a través del miedo son altos niveles de rotación de personal, así como la aniquilación de cualquier atisbo de creatividad.