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La España de Luis Enrique, otra vez en el alambre

Ya se sabe que estas cosas se cierran con tiempo e igual no habían calculado esta posibilidad, pero sorprende el lugar elegido por Portugal para el decisivo partido ante España de esta noche. Lejos del ambiente bullicioso de Lisboa u Oporto, la apacible Braga no parece el escenario más adecuado para meter miedo a un rival. Hasta su estadio, incrustado entre las rocas del Monte Castro, resulta encantador. Una belleza que tampoco da la sensación de convertirse en una caldera a presión. Su césped, por cierto, entró ayer en la ecuación del partido de forma abrupta. No está en las mejores condiciones, lo que animó a los dos seleccionadores a cambiar de ubicación sus entrenamientos previos para preservarlo de cara al partido.

El caso es que ahí es donde España va a jugarse la clasificación para la final a cuatro de la Nations League. Ya se sabe: después de la derrota ante Suiza en Zaragoza solo vale ganar. El empate clasifica a los lusos. Lo sabe Luis Enrique, para quien esta nueva situación no cambia un ápice el planteamiento del partido, pues la opción de especular no aparece en su libreto. Y lo saben los jugadores, deseosos de desquitarse del bajonazo ante Suiza. Lo que ocurrió allí tras el encuentro no fue una pose. La cara de fastidio con la que la mayoría de jugadores de la selección abandonaron el estadio de La Romareda tenía mucho que ver con la decepción por no haber podido devolver a la afición el espectacular apoyo recibido, pero también por el hecho de que son conscientes de que ahora, con el Mundial a las puertas, cada error penaliza el doble. La derrota ante Suiza fue extraña. Se partió de un once deshabituado, con Marco Asensio en la posición de falso nueve en lugar de Morata, y el resultado, pese al buen partido del balear, fue que España tiró a puerta menos que nunca: solo ocho remates en todo el partido, tres de ellos a portería. La imprecisión alcanzó también a la defensa. Según datos de OptaSports, es la primera vez desde 2004 que la selección recibe dos goles tras situaciones de saques de esquina. Fue un mal partido de Pedri, de Sarabia, de Ferran… Demasiadas incógnitas, por más que el seleccionador no comparta el análisis: «Lo importante es que yo no vea dudas donde no debe haberlas», dijo ayer en referencia a su equipo. «Y la reflexión que hay que hacer es que ya no hay partidos amistosos. Todos son rivales de máximo nivel. Ha cambiado el fútbol de selecciones en cuanto a su exigencia y está todo muy igualado. Solo hay que echar una ojeada a todos los resultados de esta Nations League». En su defensa de los jugadores, sorprendió al revelar la que considera la línea más potente de su equipo: «La defensa», soltó con seguridad. «Aquí defiende todo el equipo. No es que los delanteros se queden arriba fumando un cigarrito». Y minimizó el hecho de recibir goles a balón parado: «No pienso trabajar esas acciones, no tengo tiempo para eso. Solo las analizamos en vídeo. A balón parado puedes encajar siempre».

A cara o cruz

No es cuestión de que salten las alarmas, pero el partido ante Portugal será un termómetro definitivo para calibrar las opciones reales de esta selección, que se acostumbra a vivir en el alambre y a complicarse la vida con el viento soplando a favor, obligada ahora a una hazaña en Braga para firmar su segunda clasificación consecutiva para la Final Four. «Es una final, y así la planteamos. No se juegan muchos de estos partidos durante una carrera y es bonito», explicaba Luis Enrique para calibrar la importancia del duelo.

España se ha acostumbrado a caminar por ese alambre. Ocurrió en la pasada Eurocopa, donde la selección no pudo sellar su clasificación para octavos hasta la tercera y decisiva jornada. Dos empates en La Cartuja ante Suecia y Polonia obligaron a no fallar ante Eslovaquia, a la que se goleó. Después, todo fue un viaje en el filo hasta la semifinal frente a Italia. Se ganó a Croacia en la prórroga y se pasó de cuartos en los penaltis, otra vez ante Suiza. Cada partido fue una epopeya, un elogio al infarto.

Desde que comenzó la era Luis Enrique esa ha sido una de las principales características de la selección, vivir al límite, complicarse la existencia más de lo recomendado. En la anterior edición de la Nations League también hubo que jugarse el pase a la Final Four en la última jornada después de dos tropiezos inesperados, una derrota en Kiev ante Ucrania y un empate en Basilea ante este sospechoso habitual en el que se ha convertido Suiza. La Cartuja fue el escenario de ese 6-0 a Alemania que aún permanece en la retina de muchos, en especial de un Ferran Torres que firmó entonces su consagración. Qué diferencia con el Ferran que hoy no se encuentra.

No es la única vez. También Luis Enrique y sus muchachos apuraron al limite en la clasificación para el Mundial que ahora se avecina. Un empate en casa ante Grecia y una derrota en Solna ante Suecia les obligó a jugarse la clasificación directa ante los propios nórdicos, de nuevo en La Cartuja.

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El coliseo sevillano no podrá ser talismán esta vez. Tendrá que ser en Braga, ante una Portugal que viene de golear a la República Checa en Praga y que tiene idénticas ganas por doblegar el brazo a su vecino. «Por supuesto que es posible ganar allí, si no qué sentido tendría todo esto», analizaba aún en caliente Borja Iglesias. «Tenemos una idea, que es lo más importante», corroboraba ayer Sarabia. Más que una final, que lo es, el duelo ante los lusos marcará el ánimo con el que se afronte el Mundial. Si no se gana esperan dos meses movidos por delante.

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