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Opinión

La ventaja demográfica de Norteamérica (y cómo aprovecharla)

En aquel entonces se populariza el término “explosión demográfica” y se plantean escenarios apocalípticos, donde no habría suficientes recursos para tanta población. El libro coordinado por Dennis Meadows Los límites del crecimiento captura el espíritu de la época. Cincuenta años después, Matthew Yglesias publica otro libro, en donde propone – con buenos argumentos – que Estados Unidos debe buscar llegar a los 1,000 millones de habitantes.

¿Qué ocurrió? Hay muchas razones por las que evitamos la catástrofe, pero me interesa resaltar una: la relación inversa entre esperanza de vida y tasa de natalidad. A medida que aquella aumenta, ésta converge a la tasa de reposición. La tasa de crecimiento de la población se modera y en lugar de una “explosión demográfica” tenemos “transición demográfica”.

Esta consiste en los cambios en el tamaño de cada generación que alteran la relación de dependencia – que tantos niños y ancianos existen por cada persona en edad de trabajar – y que tienen impacto en el crecimiento económico. Más población con una proporción mayor en edad de trabajar genera potencialmente un PIB mayor. Lo más notable para nuestros propósitos es que, en comparación con las regiones con las que competimos, tenemos una relación de dependencia muy favorable.

En la Unión Europea hay 57 niños y ancianos por cada 100 personas en edad de trabajar. Japón acusa una relación más desfavorable con 69. Estados Unidos está ligeramente por debajo de la Unión Europea con 55, mientras que en Canadá y en nuestro país la relación es más baja aun, con 50 y 51 respectivamente. El caso canadiense es notable porque es producto de tasas de inmigración neta sensiblemente superiores a las del resto de los países aludidos – llegan a un máximo de 11.4 migrantes por cada 1,000 habitantes vs. 4.4 para Estados Unidos o 3.4 para Europa Occidental.

En el combinado, Norteamérica tiene una ventaja demográfica comparada con Europa y Japón. ¿Y China? En principio parece que este país lleva las de ganar. Su razón es de solo 43 dependientes por cada 100 personas en edad de trabajar.

Pero si algo queda en claro es que la demografía no es un fenómeno estático y es en cuanto a trayectorias donde China enfrenta un reto. Su tasa de fertilidad se está desplomando (1.16 nacimientos por mujer, en 2021, vs. 1.81, 10 años atrás) y eso implica una transición demográfica muy aguda. La mediana de edad en China ya es de 37.9 años, ligeramente superior a la de Estados Unidos (37.7 años) y muy por arriba de la nuestra, en 29 años. A diferencia de Japón (edad mediana de 48.4 años), China se volverá vieja antes de volverse rica.

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En Norteamérica, mientras tanto, el vigor demográfico de Estados Unidos se debe en buena medida a México. El Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA) calcula que el total de trabajadores de origen mexicano en aquel país equivale a 83% del total de trabajadores mexicanos registrados en el IMSS y su masa salarial equivale a 55% del PIB de México.

Estas cifras muestran el tremendo potencial de cambiar la óptica regional: en lugar de hablar de políticas migratorias, debemos pensar en políticas encaminadas a la integración de un mercado de trabajo regional norteamericano. A mi parecer, los instrumentos existen: el propósito del sistema de ahorro para el retiro (Afores) en México por ejemplo es empatar la transición demográfica con flujos de ahorro para hacerla financieramente viable.

Si hoy en día el sistema no depende de que el trabajador esté localizado en Monterrey o Puebla, la idea sería que tampoco importe que labore en Chicago o Los Ángeles. El permiso para trabajar en dichas plazas estaría condicionado a que la persona siga contribuyendo a su Afore: las remesas se transforman en ahorro para el retiro y cuando éste ocurre, el trabajador regresa a su lugar de origen, que es después de todo lo que la mayoría busca.

El resultado final es un mercado de trabajo enorme y vibrante, con un grado elevado de movilidad que toma plena ventaja de los distintos ritmos de transición demográfica en nuestros tres países y que además profundizaría el mercado de capitales de México. Es una oportunidad que muchos, en otras latitudes, envidiarían tener.

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Nota del editor: Sergio Luna estudió Economía en la UNAM y la Universidad de Londres. Fue economista en el Banco Nacional de México durante 33 años y continúa en dicha profesión, ahora de manera independiente. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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