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Opinión

La energía, sin demagogia

editorial

Se rescata el proyecto de un gasoducto que una la Península con el centro de Europa, una buena y útil idea que hace unos meses era demonizada por quienes ahora la apoyan

Editorial ABC

13/08/2022

Acuciado por el temor a un ‘invierno energético’ derivado de los problemas que encuentra para el suministro del gas ruso, el Gobierno de Alemania ha comenzado a impulsar el gasoducto que conecte la Península con el centro de Europa, un proyecto arrumbado en el cajón del olvido durante años que ahora se quiere acelerar una vez que Moscú ha comenzado a chantajear con cortar el grifo de la principal red de transporte que llega, por el este, a la Unión Europea. Se trata de que a partir de ahora le llegue por el sur, procedente de Argelia. La idea, sin duda, es acertada toda vez que cortaría, casi de raíz, la extrema dependencia del gas ruso, solventando así aquel error histórico de dar a Putin la llave de buena parte de su suministro energético de varias países, seducidos los compradores por el bajo precio al que se le ofrecía. Al final, muchas veces lo barato termina saliendo caro. Alemania lleva meses haciendo acopio de gas ante la posibilidad cierta de que, a poco que la guerra le vaya aún peor a Rusia (recordemos que pensaba liquidar la invasión en unas semanas), el caudillo del Kremlin intente helar de frío a media Europa. Los almacenes de gas alemanes están al 75 por ciento de su capacidad, pero en previsión de que el conflicto se alargue, Berlín ya piensa en soluciones. Una de ellas es alargar la vida útil de las centrales nucleares, a las que hace un par de años puso fecha de caducidad, obnubilada su clase política por la teoría de la inmediata primacía de ‘lo ideal’ (todo verde y renovable cuanto antes) sobre lo posible.

La invasión de Ucrania ha desvelado el punto demagógico que escondía la política energética diseñada en los últimos años por la Unión Europea, que en cuestión de meses ha recatalogado lo que es ‘verde’ y lo que no en lo referente a las fuentes de energía. Tanto la de origen nuclear como la que proviene del gas natural, a las que la UE había puesto la cruz, pasan a ser ‘verdes’. Los vaivenes nunca resultan eficaces a la hora de transmitir verosimilitud a los mensajes que los dirigentes políticos lanzan a los ciudadanos. Ocurre tanto en Bruselas como en Berlín… O en Madrid, donde la vicepresidenta Teresa Ribera ha pasado de ‘demonizar’ el proyecto del gasoducto de la Península al centro de Europa a apenas tardar unas horas en mostrarse absolutamente partidaria de esta infraestructura. Más aún, parece que el Gobierno de Sánchez estaría dispuesto hasta a correr, pues según sus cálculos (sin duda bañados de optimismo) «en ocho meses» España podría tener desarrollado un gasoducto por Cataluña, llamado MidCat, que llegara hasta la frontera en los Pirineos y pudiera conectar con Francia. Una visita al municipio de Hostalrich, donde termina la tubería hasta ahora construida, deja en clara evidencia ese infundado optimismo de la ministra para la Transición Ecológica, que el pasado 8 de marzo, bandazo va bandazo viene, señalaba que el proyecto podría estar operativo «en cinco o seis años». A veces, parece que los mensajes del Gobierno son solo ganas de hablar.

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Cierto es que la invasión rusa de Ucrania ha cambiado el panorama. pero precisamente esta circunstancia, nada descartable desde que en 2014 Putin se apoderó de la ucraniana Crimea, tendría que haber sido tenida en cuenta tanto en Bruselas como en cada una de las capitales de la Unión a la hora de diseñar una estrategia que garantizase el suministro y las fuentes de energía. Hace ocho años el proyecto MidCat era tan esencial como ahora, que se quiere terminar «en ocho meses», sin contar con las obras del tramo francés que están aún más retrasadas. La energía, pilar de la sociedad y del Estado de bienestar, no admite tantos devaneos con la improvisación.


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