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Triunfar como futbolista trabajando en una embajada

La vida da muchas vueltas y la experiencia de Íñigo Bronte (Pamplona, 25 años) es el mejor ejemplo de ello. Tras pasar ocho años en la cantera de Osasuna, donde llegó a debutar en su filial en Segunda B, el prometedor delantero no pudo hacerse un hueco en el fútbol profesional. Fue entonces, con la mayoría de edad ya cumplida, cuando apareció la opción americana. En Phoenix, Arizona, hizo suyo el inglés y destacó en la Universidad de Elon, donde estuvo becado por sus notas, como atacante con sensibilidad por el balón entre tanto búfalo en estampida. El Covid le trajo de vuelta a España y, tras la pandemia y el estudio de un máster de Relaciones Exteriores, acabó en la otra punta del mundo, en Nueva Zelanda concretamente. Allí, para evadirse de su trabajo diario en la embajada española, acabó por apuntarse a un equipo de fútbol y en tan solo un año ya había debutado en la primera división. Hoy es el único español de la competición y su nombre se grita con fuerza en los estadios de una nación que cada día que pasa siente más predilección por el fútbol. «Me ha caído un regalo», relata el jugador cuando atiende a ABC.

Son las ocho de la tarde y hace frío en Wellington, capital y tercera ciudad más poblada de Nueva Zelanda. Pese a que estas líneas se escriben bajo el verano español, en las antípodas el invierno campa a sus anchas. Íñigo llega a su casa después de haber dedicado la mañana a los tejemanejes internacionales derivados de su trabajo en la embajada española y tras haber entrenado por la tarde con su equipo, el recién ascendido Wellington United. Feliz en cualquier caso tras haber encontrado un lugar en el que compaginar su amor por el fútbol y un devenir profesional de alto standing. También hay moratones en su cuerpo, porque, pese a que no es una liga de gran nivel, en Nueva Zelanda se juega al fútbol con mucha fricción. «Aquí la mayoría de los equipos se alinean con cinco defensas, bien replegados y al contraataque debido a la influencia anglosajona. Y ahí me tiene mi entrenador, en un islote y a la que pille», relata Bronte.

«Es una liga extraña, hay muchos jugadores que no darían el nivel para el fútbol profesional en España, pero de repente, el fin de semana siguiente, te enfrentas al capitán de las Islas Cook, que tiene nivelazo y viene de jugar los clasificatorios para el Mundial de Catar», explica Bronte, que consiguió entrar en la primera división neozelandesa mandando vídeos de sus partidos en Estados Unidos a los principales equipos del país.

De hecho, fue su paso por Arizona lo que le permitió encontrar hueco en su nuevo hogar. Tras una década criado al amparo del fútbol español, técnico y rico en lo táctico, al otro lado del Atlántico se dio de bruces con tanto músculo como pizarra. «Pese a que hay cada vez más extranjeros en la NCAA (liga universitaria), pesa mucho la influencia del fútbol americano. Tener físico es fundamental. Cuando llegué pesaba 68 kilos y cuando me fui, 84. Empezábamos a entrenar a las siete de la mañana y luego dos horas más de gimnasio, todo antes de las clases». Unas nuevas condiciones que, más tarde, le valdrían para batallar a 11.000 kilómetros de distancia.

Campos de rugby vacíos

Si Íñigo vivió de primera mano el auge del fútbol en Estados Unidos, también lo ha vivido en Nueva Zelanda. El deporte rey, junto con el baloncesto, le está ganando la partida al rugby, deporte con condición de religión en el país (cinco veces campeones del mundo). «De lo que más me llamó la atención cuando llegué fue la cantidad de campos de rugby vacíos que había en el país. La gente de aquí piensa que es demasiado brusco para sus hijos y prefieren que practiquen disciplinas que impliquen menos contacto. La llegada de cada vez más extranjeros también ayuda. El fútbol es el deporte global por antonomasia y aquí cada vez llegan más asiáticos, más anglosajones, más europeos y más refugiados de todo el mundo. Es una macedonia cultural».

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