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Opinión

La inflación ahoga a las familias

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No menos de un millón de hogares se verán afectados por la subida del Euribor, la más alta en lo que va de siglo, confirmada la pasada semana por el Banco de España y que supone un incremento de medio punto en las hipotecas. El número de familias que destinan más del 40 por ciento de su renta al pago de hipotecas y créditos se ha disparado en, al menos, 172.000 hogares, con una carga financiera elevada, como reconoce el Banco de España. La vivienda, bien esencial, se une por tanto a la cesta de la compra, los combustibles, la energía y el resto de los bienes y servicios de uso y necesidad común para todos los españoles. La inflación –aquella que hace unos meses iba a ser cosa pasajera, según la vicepresidente primera del Gobierno– se alza desde hace meses como el primer problema para el bienestar de los ciudadanos y la mayor amenaza para, según los expertos, como mínimo el año que viene.

El consumo se retrae, los ahorros menguan mientras los sueldos solo suben, de media, cuatro veces menos que la inflación, cuando no bajan.

Lleva el Ejecutivo sendas oleadas de medidas en apenas unos meses (la segunda inevitablemente correctora de la primera) y no parece que sea más que un parcheo que no acude a la raíz del problema y de las posibles soluciones. No es casual, por tanto, que en el entorno de la Unión Europea España esté a la cabeza en las clasificaciones negativas y a la cola, en las que suponen un crecimiento económico próspero y sostenido, y por lo tanto mayor bienestar ciudadano, y una más rápida recuperación del desastre originado por la pandemia: es la economía que menos crece de entre las principales de Europa y la que más sufre los efectos de la inflación de este grupo de países. La subida del IPC en España casi dobla la registrada, por ejemplo, al otro lado de los Pirineos, en Francia, y eso sin que este país forme parte de la ‘excepción ibérica’ en materia de energía.

Ante este panorama tan crepuscular para la prosperidad económica de los ciudadanos, debería ser inevitable que se alcanzara un pacto nacional que permitiese ir ganando oxígeno para salir de esta asfixia. Pero no parece que el Gobierno de Sánchez se vaya a dejar ayudar ni se avenga a aceptar fórmulas como las que propone la oposición. Con retraso, el Ejecutivo se limita a copiar algunas de las medidas (como la bajada del IVA de la luz, que el PP ya propuso en abril) y muestra una jactanciosa soberbia cuando escucha, por ejemplo, que se ajuste la tarifa de IRPF para rentas inferiores a 40.000 euros o la reducción del gasto improductivo.

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La respuesta a cualquier propuesta de la oposición no va nunca más allá del desprecio, sujeta siempre a un encastillamiento que le impide dejarse ayudar. Y viendo la deficiente manera con la que Sánchez (las cifras comparativas con otras economías están ahí) ha pilotado la crisis derivada de la pandemia y acrecentada por la invasión rusa de Ucrania, es incomprensible que mantenga esta actitud. Ni la macro ni la micro, la economía no funciona. El reparto y gestión de los fondos europeos está siendo deficiente, mientras la deuda pública bate récord cada trimestre (1,42 billones en el segundo) y se sitúa en el 122,8 por ciento del PIB. Además, esta cruda realidad ha venido a desguazar definitivamente las cifras sobre las que se sustentan los Presupuestos Generales del Estado, que si ya era de un desconcertante optimismo a finales del año pasado, seis meses después es una broma demasiado pesada. Urge una rectificación, es demasiado lo que está en juego.

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