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Opinión

Gobernemos la tecnología para reforzar la democracia

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La cumbre de la OTAN en Madrid deberá abordar múltiples cuestiones urgentes. Entre ellas la respuesta a la invasión rusa de Ucrania y la nueva proyección estratégica de la Alianza en Europa del Este. Se abordará también y como parte del diseño del nuevo concepto estratégico, la mejor manera de abordar las amenazas hibridas. Poco a poco se va otorgando un mayor peso estratégico a las tecnologías emergentes y a sus efectos sobre nuestras sociedades. Los ataques cibernéticos, las campañas de desinformación o el uso ofensivo de la inteligencia artificial son algunas de las nuevas amenazas a las que nos enfrentamos. Estas no son exclusivamente cuestiones comerciales o empresariales; comprometen nuestra seguridad nacional.

El reto de gobernar estas tecnologías desborda, sin embargo, la dimensión de seguridad.

La implementación y uso de estas tecnologías por parte de gobiernos autoritarios permite niveles de monitoreo y represión sin precedentes. Hay quien habla ya del surgimiento de un leviatán tecnológico, o de poderes públicos con amplia capacidad de seguimiento, control y manipulación de su ciudadanía. Estos modelos políticos alternativos se sitúan en las antípodas de las democracias liberales, donde las libertades individuales son la piedra angular del andamiaje político. Se configura a nivel internacional, por lo tanto, una colisión de modelos que bascula sobre el uso y regulación de las nuevas tecnologías.

Es importante, en todo caso, recordar que las tecnologías son neutrales en sí mismas, en el sentido de que sus implicaciones vienen determinadas por los valores que intervienen en su diseño e implementación. Esto es, los efectos de las tecnologías dependen de los objetivos e intereses de las personas que las desarrollen y las pongan en práctica. Los poderes públicos pueden incidir sobre el sistema de incentivos y valores que enmarca el proceso de desarrollo tecnológico, apoyando a aquellos emprendedores que promuevan soluciones tecnológicas que actúen en beneficio de la sociedad, y también configurando una diplomacia digital dirigida a contener el avance del iliberalismo tecnológico.

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¿Cómo debe moldearse y aprovecharse la tecnología en favor del bien común? En particular, ¿cómo deben utilizarse las nuevas tecnologías digitales para hacer avanzar los valores democráticos (libertad, igualdad, inclusión, transparencia o privacidad), el Estado de derecho y los derechos humanos? Esta es una pregunta crucial que desde IE University estamos abordando con Tech4Democracy, una iniciativa estratégica que estamos liderando en asociación con el Departamento de Estado de Estados Unidos.

Tech4Democracy busca identificar y apoyar a personas que estén desarrollando tecnologías digitales afianzadoras de la democracia, a través de una serie de competiciones para emprendedores por todo el mundo, así como poner en marcha una línea de investigación a largo plazo sobre cómo estas tecnologías han de ser reguladas y apoyadas por parte de los gobiernos, el sector privado y la sociedad civil.

¿De qué tecnologías hablamos? Por ejemplo, algoritmos que ayuden a identificar y rechazar noticias falsas, soluciones que luchen contra los sesgos de la inteligencia artificial, tecnologías que refuercen la privacidad online o sistemas que hagan transparente y accesible la información y los servicios públicos.

Que las tecnologías digitales debiliten o refuercen la democracia está en nuestras manos: de nosotros depende decidir con qué fines las diseñamos, utilizamos y regulamos.

Los países democráticos tienen la responsabilidad de contrarrestar el autoritarismo, combatir la corrupción y defender los derechos humanos. Los gobiernos de estos países, de la mano del sector privado y del tercer sector (universidades, organizaciones sin ánimo de lucro, sociedad civil), tienen la ocasión de posicionarse y liderar la lucha mundial por la democracia. Si actuamos ahora, y actuamos decisivamente, tenemos la oportunidad histórica de salvaguardar la democracia para las generaciones futuras.

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Al ‘pesimismo tecnológico’, tan común en nuestras sociedades, se le suma a menudo un ‘pesimismo geopolítico’: esto es, pensar que el futuro del mundo ya no pertenece a las democracias, sino que está en manos de los poderes autoritarios en auge. Sin embargo, en realidad las democracias son mucho más fuertes de lo que muchos piensan.

Siete de los diez países líderes en investigación y desarrollo experimental están clasificados como libres por Freedom House. De las 100 mejores universidades del mundo, 85 están ubicadas en países libres. Notablemente, los países participantes en la Cumbre por la Democracia auspiciada por el presidente de Estados Unidos en diciembre de 2021 representaban más del 70% del PIB mundial.

Estos datos demuestran que las democracias tienen una amplia capacidad para promover su sistema sociopolítico, sus valores y un orden internacional basado en reglas y en la primacía de los derechos humanos. Seamos conscientes de ello y aprovechémoslo al máximo. Especialmente a la hora de regular las tecnologías transformadoras, para que la disrupción que provocan debilite el autoritarismo y refuerce la democracia. La coordinación de las potencias democráticas para gobernar la revolución tecnológica es la mejor manera de garantizar que nuestros hijos y nietos sigan disfrutando de sistemas democráticos que promuevan la libertad, la inclusión y la prosperidad.

*Manuel Muñizes rector internacional, IE University

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