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Votar libres y sin coacciones

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Las elecciones autonómicas de hoy sitúan a los andaluces ante una triple perspectiva. En clave regional, la de consolidar un Gobierno moderado y de centro-derecha que ha conseguido durante cuatro años hacer caer en el olvido casi cuatro décadas de poder ininterrumpido del PSOE, con sus altas dosis de nepotismo partidista y corrupción. En clave nacional, la de evaluar al sanchismo porque estos comicios no dejan de ser también un plebiscito sobre la gestión del Gobierno, y un primer avance electoral serio sobre el liderazgo de Alberto Núñez Feijóo en el PP.

Y en clave de alianzas, la de conocer el grado de crecimiento de Vox, si será imprescindible para la gobernabilidad en Andalucía, y si estos resultados suavizarán las pésimas relaciones entre el PP y Vox, porque son dos partidos condenados a entenderse si la derecha quiere ser una alternativa realista a Sánchez en las elecciones generales.

El balance de los tres años y medio de gobierno del PP en coalición con Ciudadanos han sido satisfactorios para Andalucía. De ahí que la unanimidad de los sondeos nieguen cualquier opción de gobierno al PSOE ya que es muy probable que solo el PP logre más escaños que socialistas, Por Andalucía y Adelante Andalucía juntos. Por eso resulta conveniente dar continuidad a cualquier fórmula de Gobierno que mantenga alejados del poder a esos tres partidos.

A priori, la escalada de escaños del PP promete ser exponencial. Por el contrario, durante los últimos días de campaña el PSOE ofrecía signos de desolación, y consideraría poco menos que un triunfo mantener sus actuales 33 escaños. Escaño arriba, escaño abajo, lo cierto es que el candidato de Pedro Sánchez, Juan Espadas, tendrá muy difícil a lo largo de su vida política repetir una campaña tan insulsa e irrelevante. Juan Manuel Moreno se ha limitado a cuidarse de no cometer errores que le penalizasen.

Y el PSOE parece haberlo fiado todo a esa sempiterna tradición de que tiene votantes, avergonzados o no, ocultos bajo las piedras. Hoy se dilucidará quién acertó más con su estrategia. Pero es indiscutible que Espadas comenzó su campaña lastrado por el peso de la acción de Sánchez. El PSOE, como los otros dos partidos de la izquierda, tendrá que luchar contra una previsible abstención en su electorado fruto de la desmotivación, del desgaste del Gobierno PSOE-Podemos, y de la profunda crisis que afecta de modo tan decisivo a los bolsillos.

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A su vez, Vox luchará en las urnas contra las propias expectativas que se ha creado desde el inicio de la campaña electoral. Vox da por superados los doce escaños que obtuvo en 2018, pero no alcanzar la veintena supondría un jarro de agua helada en los análisis internos. Peor lo tienen en principio Ciudadanos, al borde de la extinción en Andalucía, y los dos partidos de extrema izquierda, surgidos de un complejo proceso de purgas internas en Podemos que ha concluido en un confuso magma de siglas sin peso real en la política andaluza.

En cualquier caso, es imprescindible respetar los resultados, sean cuales sean, porque las urnas son soberanas. En 2018 el PSOE trató de deslegitimar los resultados convocando manifestaciones ante el Parlamento andaluz contra la llegada de la derecha al poder. Y Podemos convocó ‘alertas antifascistas’. Nada hay más fascista que eso, o que las palabras de la socialista Adriana Lastra días atrás exigiendo el voto para el PSOE para «no tener» que echarse a la calle el lunes. Eso es exactamente el autoritarismo. Y si algo le sobra a Andalucía, y a España, son estos chantajes y extorsiones morales.

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