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Opinión

Orgullo corrupto

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Primero fue Zapatero, el avalista internacional de caciques de la catadura moral de Maduro, el que proclamó su orgullo por la «gestión y honestidad personal» de Chaves y Griñán, ambos condenados en el mayor escándalo corrupto de la historia de la democracia, casi 700 millones de euros defraudados que en vez de terminar socorriendo a los parados acabaron mullendo el colchón de truhanes de mano larga o en manos de una cohorte de malhechores de diverso pelaje pero idéntica filiación política: casi todos eran socialistas o familiares adyacentes a la sigla del partido o del sindicato. Y a las pocas horas era Juan Espadas –el candidato al que le han tenido que esconder a Susana Díaz para «no confundir» al electorado sobre quién demonios presenta el PSOE– el que le tocaba las palmas a la zambra de Zapatero, descubriendo en los ciento y pico «años de honradez» un insólito orgullo corrupto, seguramente ante la perplejidad de los andaluces que estarán perplejos ante la idealización y subida a los altares del progresismo redentor de quienes distrajeron semejante dineral.

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