En México se registran cerca de 60,000 muertes al año por el tabaquismo y, después de una alerta máxima emitida por las autoridades sanitarias y un decreto presidencial- la venta del cigarrillo electrónico y los vapeadores está prohibida.
Con todo y este panorama, el tabaquismo es considerado la causa de muerte más prevenible. Sin embargo, a pesar de todas las campañas de salud pública, la penetración del cigarro es brutal. Por ello, nadie, en su sano juicio, puede estar en contra de una medida que pretenda combatir un problema de salud pública.
Sin embargo, la medida recién anunciada ha alborotado el debate sobre su eficacia. Mientras las autoridades sostienen que se frenará su venta y consumo, sus detractores advierten que se venderán más cigarrillos electrónicos y más vapeadores, muchos de ellos de producción dudosa provenientes del mercado negro, que engancharán sobre todo a los menores de edad.
No solo eso. La prohibición traerá consigo una lluvia de amparos fundamentados en una resolución emitida por la SCJN en torno de la Fracción VI del Artículo 16 de la Ley General para el Control del Tabaco en la que sostiene que cualquier prohibición a la comercialización del cigarrillo electrónico es inconstitucional.
La historia de los cigarrillos electrónicos y vapeadores está llena de intereses creados, desinformación, marketing tramposo, publicidad engañosa, pero la acompaña un absurdo: mientras se pretende frenar el consumo de estos productos, se sigue permitiendo el más dañino, el que ha matado a millones de personas y a otras las llevará por el mismo camino. El cigarro.
A mediados del siglo pasado, la comunidad médica empezó a observar que muchos pacientes fumaban y, más tarde, tenían cáncer; actualmente, se sabe que hay pacientes que no fuman y tienen cáncer y pacientes que fuman y no tienen cáncer. Éste ha sido uno de los principales argumentos de la industria tabacalera para seguir existiendo. Pero, finalmente, fumar causa adicción y mata. Punto.
El cigarrillo electrónico se empezó a comercializar en Estados Unidos en 2007, pero empezó a agarrar fuerza hasta 2012. Así, mientras ya contamos con décadas de análisis en torno de los impactos del consumo del cigarro, los estudios sobre los cigarrillos electrónicos empezaron hace apenas 10 años y, eso, en la ciencia no es nada. Es decir, no hay ciencia contundente de todos los daños que provoca el cigarrillo electrónico y los vapeadores. Y eso es lo que ha desatado los demonios.
Pero, con la información disponible, las autoridades sostienen que las medidas por aplicar son las correctas. “Sí hay exposición a una sustancia que puede hacer daño, específicamente un componente de algunos vapeadores: el acetato. Nunca hemos visto en 70 años a un paciente que llega a un hospital porque fumó tres cigarros, pero sí hemos visto pacientes que vapean, mucho, y acaban en terapia intensiva a los 18 años”, sostiene el doctor Sebastián Rodríguez Llamazares, médico con maestría en Salud Púbica por la Universidad de Harvard y actualmente coordinador del Servicio Clínico 2 del INER.
La ciencia no ha logrado determinar con claridad los impactos del cigarrillo electrónico en las personas. La última edición de la Encuesta Nacional del Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT) tuvo lugar en 2017 y se estimó que había 5 millones de personas vapeadoras en México. Ahí, dice el doctor Rodríguez Llamazares, se observa un aumento de 3-4% en el consumo de estos productos. La data, entonces, está desactualizada.
Sin embargo, aún y cuando no es posible comprobar el daño crónico por consumir cigarrillos electrónicos y vapeadores, las autoridades de salud consideran que sí hay un daño agudo que nunca antes se había visto. “No destruyen el pulmón de la misma manera (que el cigarro), pero no es que hagan menos daño. Son sustancias diferentes. Ahora tenemos un producto con colores, con sabores, que no huele, que sí genera adicción y sí te engancha”, afirma el doctor del INER.
En contraste, hay quien asegura que las medidas impuestas provocarán un efecto bumerán. Juan José Cirión, presidente de la organización ‘México y el Mundo Vapeando’, asegura que se trata de una tecnología “muchísimo menos dañina” que los cigarros convencionales, por lo que significa “un gran beneficio a la salud pública porque ayuda a muchas personas a dejar de fumar”, de tal forma que cuestiona su prohibición “sin ninguna base científica clara”.
Frente a ello, advierte que viene una lluvia de amparos en contra de la alerta sanitaria y el decreto presidencial. “Nosotros no podemos dejar que ningún acto público se considere violatorio de los derechos humanos. Hoy nuestro camino es ir en contra de los decretos presidenciales y hemos promovido amparos contra las ordenes de modificación que son totalmente ilegales”.
Bajo esta telaraña, la razón de por qué el mundo científico está en contra de los cigarrillos electrónicos y vapeadores, pese a no tener toda la evidencia contundente del universo, es porque sostiene que esta historia ya se vivió con la industria tabacalera y se está repitiendo. Hace unos años, se habló de los cigarros light, con filtro, para mujeres, bajo el argumento de reducir los niveles de tabaquismo.
En el estudio de la ética médica, la adicción ocupa un lugar especial. El cigarro juega con la química del cerebro y engaña a sus víctimas a creer que fuman por su propia decisión. Así ocurre una distorsión cognitiva en la que quien fuma cree que lo hace porque le gusta y porque quiere. Pero no. La nicotina es un componente adictivo, es un estimulante cardiovascular, que sube la frecuencia cardiaca y se mete rápido al cerebro. Algo muy similar se piensa de los cigarrillos electrónicos.
Al margen de la medida ya citada, sociedades científicas neumológicas, institutos nacionales de salud y hospitales de alta especialidad se están reuniendo para endurecer las medidas en contra de los cigarrillos electrónicos y los vapeadores.