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Espectáculos

Cannes Día 4. Lee Jung-jae (“El juego del calamar”) demuestra que Corea sigue en racha con el thriller cargado de violencia “Hunt”

Películas analizadas hoy: “El agua” de Elena López Riera , “Hunt” de Lee Jung-jae, “EO” de Jerzy Skolimowsky y “God’s Creatures” de Saela Davis y Anna Rose Holmer.


Qué Corea (del Sur) está de moda lo saben hasta sus vecinos de Corea (del Norte), aunque no se traguen. Dominando el panorama artístico, esa Parásitos (2019) de Bong Jon-hoo capaz de ganar tanto la Palma de Oro como el Oscar a Mejor Película, como el popular, la serie El juego del calamar (2021) fue el verdadero fenómeno televisivo del año pasado (melodramas turcos mediante), el país asiático que ha visto nacer a cineastas de la talla de Park Chan-wookKim Ki-duk (DEP), Lee Chang-dong, Kim Jee-woon, Na Hong-jin, Hong Sang-soo… (por no remontarnos a los clásicos), es ahora misma tendencia en cualquiera de tus redes sociales cinéfilas favoritas. Normal entonces que se esperara con ganas Hunt, presente en Cannes en las Midnight Screenings, película escrita, protagonizada y dirigida por Lee Jung-jae, el sufrido actor principal del dichoso juego asesino que lo petó en Netflix.

Hunt es un thriller policíaco de carácter histórico, toda la acción sucede en los años de la guerra fría entre las dos Coreas, donde dos policías de departamentos diferentes (Interior y Exterior) buscan acabar con un plan del enemigo del Norte para asesinar a su presidente. Con la amenaza de una nueva guerra que pueda arrasar con cientos de miles de vidas, la investigación se sucede sin descanso teniendo como objetivo básico encontrar al topo dentro de la policía que facilita información al enemigo. Jung-jae teje una trama espídica, sin descanso alguno, donde se suceden por igual tremendos tiroteos en las calles de Seúl como gráficas secuencias de torturas-interrogatorios donde vemos partir brazos y aplicar cargas voltaicas a jóvenes estudiantes antisistema sin velo alguno. El thriller se va cargando, y también volviéndose histérico por momentos, la sospecha de que cualquiera puede ser el topo (incluido los dos jefes policía) hasta puede llegar a recordar a la muy superior Infernal Affairs (2002). La trama es algo endeble, pero como no da lugar a respiro alguno y en seguida estamos frente a otro tiroteo, como que nos importa poco. Cuando al final se descubren las cartas la película, eso sí, enloquece y realmente, como espectadores, ya empezamos a no entender nada sobre quién es doble o triple agente o si es que simplemente el azar caprichoso de la voluntad se ha torcido tras tanta barbarie. Una pena, porque lo estábamos pasando realmente bien.
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Hoy se ha presentado en Cannes la primera película española que participa en el certamen. Se trata del debut en el largometraje de la realizadora alicantina Elena López Riera, una interesantísima directora cuya obra en corto (que se puede ver en Filmin) -apuntad: Pueblo (2015), Las vísceras (2016) y Los que desean (2018)- es realmente fascinante y ya apuntan un universo autoral tremendamente personal y en alto grado enigmático y fascinante. Presente a competición en la Quincena de Realizadores, El agua, sigue los pasos de Ana –Luna Pamiés, todo un descubrimiento-, una joven adolescente que mientras se divierte con sus amigas y se enamora de su nuevo chico, empieza a verse atormentada por una leyenda de la zona: dicen que tiene el agua dentro, lo que significa que cuando llegue la nueva riada sobre Orihuela -pueblo que cobra tintes fantasmáticos en el relato- puede ella deba entregarse al agua para desaparecer con ella. La película, que mezcla ficción y documental -imágenes de archivo de las riadas, entrevistas a mujeres de la zona-, conjuga un realismo cercano a las jóvenes del hoy, con una mirada sincera que sólo parece transmitir verdad, junto a un tono fantástico donde el relato cambia por completo su puesta en escena para adentrarse en un terreno onírico -el del agua, siempre presente, siempre amenazante- que no deja nunca de hacer crecer la película. La mezcla de ambos estilos, de ambas historias, no siempre cuaja, pero paradójicamente no por ello deja de funcionar. Es decir, si El agua sólo fuera un relato sobre una familia marcada por el abandono -Bárbara Lennie, como siempre, está magnífica como madre de la protagonista-, la película sería mucho menos interesante que lo que acaba por añadir la parte más irreal del relato. Por eso digo que no siempre cuaja, al fin y al cabo, las imágenes cambian mucho de un lado al otro, del mundo real al mundo de la leyenda maldita, pero es precisamente esa intrusión de un mundo ajeno, extraño, caprichoso y algo terrorífico, lo que hacen que la película de López Riera alce el vuelo y se convierta en uno de los mejores debuts del cine español contemporáneo.

El veterano realizador Jerzy Skolimowski (Lódz, 1938) fue uno de los grandes nombres propios de las Nuevas Olas del Cine de Europa del Este, el “Godard polaco”, le llegaron a llamar. No es para menos, películas como Deep End (1970), El grito (1978) o la temprana El fácil triunfo (1965), dan buena prueba de la maestría de Skolimowski -compañero de generación de Polanski, Menzel y Iosseliani-, que, por razones de la vida, sufrió un parón creativo abismal entre 1991 y 2008. Pero esos 17 años en fuga, ni se notaron. Su película de 2008, Four Nights With Anna, presentada en Cannes en la Quincena de realizadores, era una auténtica barbaridad. El Skolimowski rebelde seguía con las garras afiladas. En 2010, se vuelve a superar con Essential Killing, una adrenalínica película bélica con Vincent Gallo a la carrera matando soldados y más soldados y aún más soldados en una película tan violenta que alcanzaba la abstracción alegórica por pura acumulación de cadáveres. En 2012 apareció como (breve) actor en Los Vengadores de Joss Whedon, en 2015 lanzó un nuevo largometraje 11 minutes (que no he visto) y, ahora, ha regresado a la competición oficial de Cannes con EO, una auténtica burrada.

EO

He hecho un chiste malísimo, lo siento. Pero lo cierto es que el protagonista principal de EO es un burro donde, a través de su periplo personal, va siendo testigo silencioso de lo animal que puede ser el mundo. Obviamente, la referencia directa de Skolimowski es esa obre cumbre de la historia del cine llamada Al azar de Baltasar (1966) del maestro Robert Bresson, siendo EO (nombre onomatopeico del animal, léase “heee-haaa”) un nieto bastardo de Baltasar, en su mudo testimonio de la brutalidad humana. Pero siendo sinceros, ese papel testimonial, empieza y termina ahí. Las imágenes y acciones de Skolimowski están en las antípodas de la rigurosidad y sensibilidad de las creadas por Bresson. En EO el absurdo de las acciones y la psicotronía de las imágenes buscan llevar la película hacia la comedia negra y algo parecido al cine experimental, siendo mucho más efectivo en lo segundo que en lo primero. Skolimowski busca la alegoría tanto por la vía de la crudeza extrema -unos hooligans neonazis apalizan al burro de forma tremendamente cruel- como de la astracanada a lo Quentin Dupieux -toda la parte protagonizada por Isabelle Huppert es de traca- y ahí es difícil conectar, se mire como se mire. Pero es cierto que cuando se mete en terreno abstracto, saturando las imágenes en rojo-fuego, aplicando ralentís y música electrónica, y todo se vuelve irreal y abstractivo, ahí hay algo de belleza fuera de tiempo y lugar que sí resulta levemente atractivo. No sé yo si a Bresson le habría gustado. Y tampoco tengo muy claro que a mí me haya encantado.

Alejandro G. Calvo

God’s Creature, lo nuevo del estudio de ‘Midsommar’

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God’s Creatures

Uno entiende muy pronto por qué A24 se ha fijado en God’s Creatures para llevar sus ventas internacionales: la película de Saela Davis y Anna Rose Holmer (a pesar de llevar años colaborando como tándem creativo, esta es la primera ocasión en que comparten el crédito de dirección), presentada en la Quincena de Realizadores, exhibe desde el primer minuto los ambientes recargados y ominosos que tanto atraen a la productora, y que a estas alturas parecen valer igual para una película de terror como para un drama. A pesar de lo conocido y sobreexplotado de su apuesta formal, sería injusto relegar a la mera condición de molde lo cuidado de sus imágenes y de su diseño sonoro, indispensable para crear las distintas capas del oleaje de un film que aborda una cuestión candente como es la toxicidad masculina desde una perspectiva particularmente espinosa: la de una madre dispuesta a proteger a toda costa a su hijo tras ser acusado de agresión sexual, mintiendo y negando una evidente monstruosidad. Una tesitura inasumible que cae sobre los hombros de una gran Emily Watson, que da dimensión humana a un personaje erosionado por años y años de vivir escuchando el deleznable tópico de “boys will be boys”, lema no oficial de una cerrada comunidad pesquera donde la superstición dicta que los hombres deben hacerse a la mar sin aprender nunca a nadar (ignorando, pues, cómo relacionarse con el mundo que les rodea).

Gerard Casau
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