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Opinión

No es el Rey, es la Corona

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Don Juan Carlos regresa a su casa, de donde nunca debió marcharse. Regresa a su patria, a la que ha prestado servicios de un valor muy superior al de los errores cometidos. Regresa a una España no solo ingrata, sino empeñada en demoler lo mejor de su reciente historia, en un intento patético de reescribir lo acontecido en los términos que habrían gustado a quienes ocupan el poder. Una España gobernada por resentidos y sectarios que reniegan de esa formidable obra política llamada Transición, a cuyo éxito contribuyó decisivamente el Rey Emérito, piedra angular del proceso. Ellos, los integrantes de Frankenstein, detestan reconocer que, unidos, logramos pasar de la dictadura a la democracia a través de la Ley y la voluntad ciudadana, sin más sangre que la derramada por los terroristas, y pretenden convencernos de que habría sido mejor imponer su modelo cainita.

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