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Opinión

Nihilismo cayetano

Actualizado: Guardar Cuando el mundo asiste, ojiplático, al reajuste geopolítico del nuevo siglo, España se despereza con discusiones sobre los ‘piolines’ de Pedro, la regla (‘saignant’) de Irene o el nihilismo ruso, con perdón, de Cayetano, un hombre Alba, que ve en el rechazo al aborto un «prejuicio religioso» incompatible con las conquistas espirituales del siglo, como la eutanasia, la eugenesia o la gimnasia.

Este nihilismo cayetano, pareciendo ruso, no daría para un papel en ‘Los demonios’ de Dostoyevski, pero es muy nuestro. Ahí está el marqués de Vinent, grande de España y «sordo como un gato de lujo», según Ruano, que lo trató en sus casas, donde ejercía de gran snob de un Madrid «todavía pequeño, chulo y provinciano».

El marqués le dijo al Caballero Audaz que lo único que le interesaba de la vida eran el pecado y la noche, «el encanto hechicero de las noches de Venecia y Constantinopla».

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