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Opinión

Un héroe verdadero

Actualizado: Guardar

La extraña tarde en que Daniel Capalbo recibió un balazo acababa de cometer un pecado mortal del periodismo: había abandonado un cierre adrenalínico para ver la ecografía de su hija inminente. Los veteranos jefes de la redacción, llenos de sano cinismo, le habían recriminado con sorna esa deserción sin sospechar que pronto lo recibirían con horror y sorpresa. Capalbo es profesor de historia y editor de largo oficio; en esa hora lorquiana del 3 de mayo de 1993, tenía su coche estacionado frente a Puerto Madero y sobre la avenida Huergo, acaso la vía más ruidosa de Buenos Aires. Cuando se acercó a la portezuela, dándole la espalda al tráfico incesante, sintió una fortísima coz en el hombro. Percibió que un hilo de sangre le resbalaba por la manga de la cazadora, giró con perplejidad y vio la corriente de autos y camiones de carga, y tuvo el presentimiento de que estaba en peligro de muerte: rodeó instintivamente el coche y se parapetó detrás.

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