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Opinión

¿La estocada final a la globalización?

Si bien el cuestionamiento a la globalización había detonado ya con fuerza por la crisis financiera y económica del 2008-2009, conocida como la Gran Recesión, y había sido debilitada por el triunfo de Trump y la guerra comercial entre Estados Unidos y China, el inicio de la agresión rusa y la respuesta que ha tenido Occidente ante esto plantea un cambio estructural en las dinámicas de la economía internacional.

El conflicto no solo ha ocasionado que la imagen internacional de Rusia esté dañada, sino que ha iniciado un proceso de desvinculación de la economía internacional que ha enfrentado el país como parte de las sanciones económicas que le han impuesto la Unión Europea y Estados Unidos, provocando que 400 empresas occidentales hayan abandonado el territorio y que nadie quiera trabajar ni comercializar con ellos en un futuro cercano. Nunca antes un país había sido deliberadamente exiliado de la globalización.

La guerra comercial entre China y Estados Unidos y la aparición del COVID-19 llevó a los países y empresas a evaluar sus procesos de manufactura y las cadenas de suministro, ocasionando que mecanismos como el nearshoring (localizar la producción en países cercanos) se convirtieran en una estrategia prioritaria de las empresas.

De acuerdo con la encuesta anual 2021 de la consultora AT Kearney realizada a los principales ejecutivos de empresas manufactureras, el 41% respondió que buscaría reducir su dependencia a la manufactura china, buscando localizarse en países cercanos al mercado estadounidense. Es la guerra de Putin la que reforzará esta tendencia y generará nuevos incentivos en el comercio internacional.

Como siempre habrá países afectados y beneficiados. Los países beneficiados por el offshoring verán cómo las empresas empezarán a localizar sus operaciones en territorios más cercanos. Mientras que, naciones como México, Brasil y algunos centros manufactureros del sudeste Asiático podrán beneficiarse más de estas dinámicas.

Sin embargo, la invasión rusa no será el fin a la globalización, sino el inicio de un nuevo capítulo en su historia, en la que el protagonismo recaerá en los bloques regionales, es decir, el intercambio comercial se fortalecerá y procederá de socios confiables y con los que se compartan valores en común. Este cambio de rumbo creará desafíos para las empresas, como el aumento de los costos y las disminuciones en los márgenes de utilidad.

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Esta reorientación a gran escala de las cadenas de suministro abonará a las presiones inflacionarias presentes en la economía internacional. Por lo tanto, también podríamos estar ante el fin de la era de inflación baja que había vivido la humanidad. Las tasas de marzo muestran que continúa el comportamiento alcista: en Estados Unidos fue de 8.4%, representando la tasa anual con el crecimiento más alto desde principios de 1982, y en México de 7.45%, con lo que se ubicó en su nivel más alto en 21 años.

Esta nueva realidad de inflación alta traerá consigo dilemas en la política monetaria y en la parte social, ya que las personas empiezan a percibir que su ingreso no alcanza para el consumo habitual.

Este nuevo contexto económico y social que sigue en desarrollo requerirá de liderazgos económicos y políticos resilientes, ya que además de comprender y abordar los cambios estructurales a largo plazo que han generado la pandemia y el conflicto de Rusia con Ucrania, también deberán de prever las implicaciones de la inflación, el cambio climático y la transición energética. Sin duda alguna, nos esperan tiempos de grandes retos y evoluciones.

Nota del editor: Alejandrina Barajas Ramos es investigadora del Centro de Investigación Económica del Noroeste (CIEN) en CETYS Universidad. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.

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