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Opinión

Colombia en juego

Las elecciones del domingo 13 de marzo en Colombia, equivalentes a unas primarias, ratificaron lo que muchos intuíamos después de años de profunda polarización: que la elección del próximo presidente de la república será, de modo casi seguro, entre la izquierda representada por Gustavo Petro, y una derecha que se reorganiza para enfrentarlo, aduciendo que con él llegará un gobierno comunista estilo Ortega o Maduro. Es decir, entre los extremos.

El centro, agrupado bajo el nombre Coalición de la Esperanza, que contaba con el voto independiente en las grandes ciudades, y buena parte de la clase media, la intelectualidad y del estudiantado, tuvo resultados más bien pobres, y se verá a gatas para fortalecerse y convertirse en una verdadera opción.

 Tenían todo para ganar: sus precandidatos, representantes tanto del centro izquierda como del centro derecha, son personas honestas, con buena experiencia en el sector público, y algunos de ellos, como Sergio Fajardo, el ganador, o Alejandro Gaviria, intelectuales con un perfil académico, hombres conciliadores que no se asocian con el político tradicional. Esa, creo, sigue siendo su fortaleza, pero también fue su talón de Aquiles a la hora de la verdad. Su discurso, sin los acaloramientos de un Uribe o de un Petro, pero también sin su contundencia, no caló en los sectores populares, pero tampoco en los sectores más conservadores, amigos de la mano dura, y temerosos de perder sus privilegios si llegara al poder una izquierda poco democrática. Hubo, sin embargo, otras razones para sus deslucidos resultados: durante meses estuvieron enfrascados en discusiones que los desgastaron a ojos de los electores, y, finalmente, Ingrid Betancourt, que hacía parte de la Coalición pero la abandonó dando un portazo, la hizo desestabilizarse al exponer en público, y de la peor manera, supuestas contradicciones y traiciones éticas de sus compañeros. También habría que decir que al colombiano promedio, radicalizado por un conflicto de años, pasional a la hora de votar, añorante de líderes patriarcales que le tracen un camino, poco lo conmueve la moderación, el término medio. Como frente al fútbol, valora más el juego espectacular del que se luce con la pelota, que el trabajo en equipo, más tesonero y menos visible.

El Centro democrático, el partido que lidera el expresidente Álvaro Uribe, el político furibundo pero también mesiánico que llegó a dominar durante años la política nacional, pareciera haber entrado en barrena. Sus resultados fueron pobrísimos, sin duda como resultado del pésimo desempeño del presidente Duque -que fue elegido bajo la consigna de ‘el que diga Uribe’- pero también porque el expresidente, finalmente, parece haber perdido su aura después de los encausamientos judiciales por fraude procesal y soborno que lo llevaron, incluso, a tener arresto domiciliario. Su habilidad política, sin embargo, es inconmensurable. Previendo la derrota de su partido, puso como candidato a la presidencia a Oscar Iván Zuloaga, uno de sus incondicionales, mientras por debajo movía hilos más secretos para garantizar que la derecha que él apoya tuviera una alternativa con una cara más nueva y atractiva.

En efecto, sus huestes se desplazaron, sigilosamente, para que triunfara Federico Gutiérrez, exalcalde de Medellín, y miembro de la conservadora coalición Equipo Colombia. Es así como, por arte de magia -pues así funciona la política- ahora tenemos de candidato a la presidencia a un personaje que hasta hace poco nada le decía a los colombianos más allá de las fronteras de su región, Antioquia. Y que, a pesar de apalancarse en su propuesta de seguridad -un lema que siempre seduce a los amantes del autoritarismo- durante su gobierno tuvo índices pobrísimos en esta y en otras materias. ‘Fico’, como se lo conoce, no está muy lejos del perfil de Duque: todo en ellos es asepsia y corrección, pero también aplanamiento, ausencia de brillo. Como Duque, Gutiérrez acepta en público los acuerdos de paz, pero añadiendo siempre ‘con legalidad’ como una manera de desacreditarlos.

Más a la derecha de Fico está otra derecha, la más recalcitrante y violenta -la que está aliada con los despojadores de tierras, paramilitares que cuentan con el apoyo de ciertos terratenientes, amparados desde siempre por algunos miembros del estamento militar-, que también obtuvo representantes en el Congreso y que cuenta con bastante fuerza.

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Gustavo Petro fue el gran ganador de la jornada, aunque, dicen los analistas, de un modo menos rotundo de lo que él cree. Exguerrillero que deja las armas para reinsertarse -algo que en este país debe celebrarse siempre-, como congresista hizo denuncias importantísimas y se mostró como un hombre inteligente, sagaz y valiente. Como alcalde, sin embargo, fue mal administrador, y mostró un talante autoritario, provocador, y un discurso por momentos incendiario.

Petro sabe interpretar muy bien las necesidades de una Colombia desigual, con casi 22 millones de personas en estado de pobreza, que ve cómo masacran a sus líderes sociales en medio de una incapacidad estatal alarmante. Infortunadamente, lo pierden su arrogancia, su incapacidad de trabajar en equipo y, sobre todo, su populismo, que partiendo de un lugar justo -la necesidad de cambios estructurales urgentes- se concreta en propuestas económicas y sociales a menudo insensatas o inviables, como terminar de tajo con la explotación petrolera, aumentar el proteccionismo con el fin de que el peso se devalúe y se encarezca el dólar, cambiar la estructura del banco de la República -una institución muy respetada-, emitir moneda sin contemplar un fenómeno inflacionario, o construir un larguísimo puente elevado que una dos puertos, que no lo necesitan porque son complementarios.

Hubo otros fenómenos dignos de resaltar: la infaltable alta votación por políticos cuestionados o judicializados. El triunfo rotundo de Francia Márquez, líder afro descendiente del partido de Petro, a la que muchas veces este ignoró con displicencia. La bajísima votación por los Comunes, ex guerrilleros reinsertados después del proceso de paz; y la adjudicación de 16 curules a las víctimas del conflicto, aunque con irregularidades cuestionables. Empieza ahora a reconfigurarse el panorama, con alianzas y replanteamientos de los partidos. De cómo se organicen de nuevo las fuerzas políticas depende el futuro de Colombia.

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Piedad Bonnett es novelista, dramaturga y crítica literaria

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