Es un secreto bien guardado que las hogars de subastas como Christie’s, Sotheby’s o López Morton en suelo nacional, y los anticuarios en lo general, consiguen mejores precios para los objetos cuando existe en torno a ellos alguna historia interesante. El punto fue empíricamente demostrado por dos periodistas estadounidenses que en 2009 adquirieron una centena de “chácharas” en línea, con un valor de uno o dos dólares cada una, y tras inventarles una historia, las lograran revender en 24 veces su valor original. La crónica de su experimento está disponible en significantobjects.com .
Una buena historia no depende de un acontecimiento monumental. Se puede tejer un relato efectivo en torno a un suceso o una situación muy ordinarias mientras que las emociones evocadas – alegría, sorpresa, agradecimiento o frustración- sean grandes y la audiencia pueda identificarse con ellas.
Reconocer el poder de las historias al interior de las empresas es oportuno también frente a la desconexión emocional que reporta una gran cantidad de empleados (y que al menos en los Estados Unidos parecería haber contribuido a esa “gran renuncia” del último año, un fenómeno real, aunque un tanto exagerado en los medios, por cierto).
Identificar y compartir historias sobre la vida de los colaboradores – los años que llevan en la empresa, las decisiones a las que se han enfrentado, cómo se organizan para darle sentido a su cotidianidad, cómo su trabajo impacta positivamente la vida de los demás- nutre la sensación de comunidad y de un propósito mayor.
La encuestadora Gallup confirma lo que muchos directores y dueños preferirían no oír: que mucho más que una marca o misión abstractas, la gente cree en la gente con, y para la cual, trabaja. ¿Cómo no ver ahí la importancia del storytelling?