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Internacional

La nueva individualidad

José Antonio Marina escribía en Elogio y refutación del ingenio (1996) que las palabras tienen su propio inconsciente y, por tanto, se pueden psicoanalizar. Por eso cuando un vocablo aumenta su presencia desde el punto de vista estadístico podemos pensar que se está produciendo un fenómeno psicológico colectivo.

Así sucede con el creciente uso y abuso en el lenguaje público (quizás también en el privado) del elemento griego auto-: “por uno mismo”; que prolifera en esta época del allá te las compongas y del yo hago lo que me apetece, dos caras de una misma tendencia.

En su primera faceta, la de allá te las compongas, el prefijo se abre paso con más facilidad en los tiempos de la “automedicación”, del “autocuidado de la piel”, de la “autoliquidación”, de las “autorrestricciones”.

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Esa incitación hacia las soluciones individuales se agranda como resultado de la desatención arrojada al público en algunos servicios. Se avanza más con una autocita, triunfan los autoanálisis o los autotest, con los que se llega al autodiagnóstico, hay que recurrir al autorrastreo y quizás a autoconfinarse.

Las habitaciones de hotel se gestionan hoy por internet mediante autorreserva; los escritores principantes que desean publicar su obra han de autoeditarse, incluso si se trata de un libro de autoficción. Y rara será la gasolinera que no obligue a servirse uno mismo el combustible, a comprobar uno mismo la presión de las ruedas o limpiar el coche en el autolavado. En vez de “estaciones de servicio” se acabarán llamando “de autoservicio”.

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La importancia que cada cual le otorga a su propio ser va creciendo, pues, con la necesidad de afrontar en soledad situaciones que no hace mucho se solucionaban con ayuda.

Y tanto gusta el elemento auto-, que en ocasiones se convierte en superfluo, como lo sería en “autopeinarse”. Así, “uno mismo se autotestea” (se hace la prueba de antígenos), como leí hace poco; o “se autoprotege”, o “se autodefiende”, o le hace falta “autoconvencerse”. Parece que los reflexivos no fueran suficientes: hay que demostrar ahora la exigida capacidad de valerse por uno mismo en su misma mismidad ensimismada.

Cierto: algunos verbos precisan de este elemento; por ejemplo, “autolesionarse”, de modo que se entienda bien el origen de la acción; pero en otros casos el contexto los hace excesivos. Ya apenas se dice “me sugestioné”, sino “me autosugestioné”; ni “me convencí”, sino “me autoconvencí”; ni “me relajé”, sino “me autorrelajé”. Esta gran presencia de auto- es la nueva exaltación del yo.

En la segunda faceta, la de yo hago lo que me apetece, la proliferación de auto- sugiere una tendencia al individualismo: la libertad individual de no vacunarse, de descuidar la mascarilla; comunismo o libertad, el propio yo ante la colectividad, el libre albedrío frente al bien común. La adición de este elemento a vocablos anteriormente solitarios se puede relacionar por tanto con el egocentrismo de hoy, cada vez más promovido. “Autofoto”, “autoexposición”, “autoconcepto”, “autoestima”, “autoaprendizaje”. Este nuevo prestigio de auto- baña en oro muchas de las palabras que toca: en el vocablo “autodeterminación”, exhibe más valor el primer elemento que el segundo.

Tanta abundancia invita, pues, al psicoanálisis social para preguntarnos si no se estará acentuando la idea de “primero yo, y después los demás”. Porque en este tiempo progresa la autoafirmación, y aumentan las personas que se ven siempre con derecho a hacer lo que quieran, quizás porque a muchas de ellas la vida las empuja a resolverlo casi todo solas.

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