Cultura
La buena estrella

Cuando naces en un país heredas una historia, heredas un patrimonio económico, y heredas la lengua de ese país y heredas hasta la canción del verano de ese país. A nadie, de momento, le está permitido elegir patria antes de nacer, todo se andará. No tengo mucha fe en la identidad política de las lenguas. Me puede más comunicarme con mis semejantes que la exhibición de cualquier signo identitario por pronunciar unos sonidos u otros. Desde Ferdinand de Saussure sabemos que las lenguas son convenciones, arbitrariedades, y que da igual decir “mesa” que “table”. Las lenguas son canciones, porque los seres humanos también somos pájaros que cantan. En un sentido posmoderno Saussure hoy puede ser más disolvente que Freud, Nietzche y Marx. Por eso, por Saussure, soy más bien desafecto aunque respetuoso con la identidad lingüística de los pueblos, pero sí soy un apasionado y un entusiasta de la comunicación entre los seres humanos. Como escritor admiro la lengua inglesa, no por la identidad que refleja ni por sus logros culturales, sino por su poder de comunicación planetaria. España y la literatura española son las invitadas oficiales de la Feria del Libro de Frankfurt del año 2022, y esta es una de las ocasiones más importantes que va a tener la literatura española de hacerse visible en el corazón de Alemania. Y me consta que las distintas autoridades e instituciones españolas encargadas de la organización del evento lo están haciendo con una profesionalidad y una altura de miras excepcionales. Saben que el reto y el desafío es grande. Tuve el honor de recoger de las manos del escritor Dany Laferrière el testigo que Canadá, la invitada del 21, pasaba a España, en una ceremonia llena de ilusión. Mientras ocurría el acto recordé con cierta melancolía y con mucho humor una kafkiana conversación que tuve hace unos años en Nueva York con el escritor argentino Sergio Chejfec, en donde me preguntó esto: “¿Al vivir en Estados Unidos no tienes la sensación de estar hablando y escribiendo en la lengua equivocada?”. Era una broma, por supuesto que solo una broma.
Con alegría y con imaginación un escritor español, en su andadura internacional, debe esquivar cualquier desconfianza hacia la cultura, la política y la economía de su país, de su origen histórico. Porque una literatura es también hija de una economía, o representación escrita de un modelo económico y de una sociedad. Antes eran importantes los ejércitos, ahora lo son las empresas, la tecnología y el conocimiento. Hay hoy en la vida española una sofisticación y una manera de ser que asombran al mundo, y eso es nuevo y prodigioso, y a eso debemos aferrarnos. Es verdad que nos hemos incorporado tarde al flujo de la cultura internacional por culpa de 40 años de dictadura franquista.
Uno puede ser de derechas o de izquierdas sin necesidad de estar enamorado del subdesarrollo político y cultural. Pienso eso tras ver el excelente documental alemán sobre Francisco Franco, en donde más allá de la deflagración ideológica, lo que uno ve es esa imposibilidad histórica de zafarse para siempre del subdesarrollo en todas sus formas, siendo la religiosa una de las más siniestras que haya padecido nuestro país. Ese documental sobre Franco debería ser obligatorio en los colegios españoles, porque muestra algo que va más allá del arco ideológico, muestra que cualquier herencia del franquismo es inaceptable, y de ahí también la losa que aún sigue pesando sobre la política y la cultura españolas. Cuando Estados Unidos dio el visto bueno al franquismo en los años 50 condenaron a la cultura española a unas cuantas décadas de invisibilidad internacional.
Visito muchas librerías europeas, que cuelgan fotos enmarcadas de escritores contemporáneos universales. Me fijo en que nunca hay una triste foto de algún novelista español. Y, sin embargo, jamás en España había habido, como hoy, tantos escritores, tantas editoriales, tantas librerías y bibliotecas, tanta riqueza y tanto talento. Hay que revertir ese proceso. Hay que visibilizar en la escena internacional la enorme calidad de la literatura española.
Es verdad que a veces uno no puede remediar cierta hipocondría lingüística. Hace poco me alojé en un hotel, perteneciente a una cadena española, de una importante y rica ciudad europea. Se me ocurrió hablarle en español a la recepcionista, a ver qué pasaba, ya por romanticismo o por experimento sociológico. Su sorpresa fue mayúscula. Me hizo notar en inglés y con una mirada de superioridad lingüística mi acto de ignorancia de la educación internacional. Más o menos vino a decirme que cómo una persona que osa hablar en esa lengua puede alojarse en semejante hotel, y es allí justo adonde quería ir a parar, a esa hipocresía, porque la hipocresía es un hallazgo feroz de la política, que consiste en aceptar las producciones culturales de una lengua pero dudar de esa lengua en su uso internacional, porque quienes la hablan son política y culturalmente poco relevantes. Me subo a un avión en Madrid, de una aerolínea internacional, y el comandante nos habla en francés y en inglés, pero el avión está en Madrid, y quienes viajamos en él somos casi todos españoles.
No podemos permitir que la todavía insuficiente relevancia política y económica de España en el contexto internacional repercuta en la visibilidad de la literatura española. Habrá que inventar algo para salir de ese círculo vicioso. Los países poderosos crean literaturas poderosas. Y esa es la incómoda y casi grosera cuestión: cómo crear una literatura importante que proceda de un país poco importante. Las literaturas son espejos de los poderes económicos, industriales y políticos de los países que las producen. No es una ley universal, obviamente, pero suele ser así con mucha frecuencia. Solo hay que ver, para verificarlo, cómo arrasa la literatura en lengua inglesa en todos los continentes. Un escritor en lengua inglesa se pasea por el mundo como si el mundo fuese monolingüe, y eso es así porque detrás de la lengua inglesa no es precisamente Shakespeare ni Faulkner quienes alientan, sino un imperio político y económico e industrial y tecnológico que sigue asombrando al mundo. A veces en los festivales internacionales me quedo embobado, con mirada de pueblerino, viendo a los escritores de lengua inglesa. Todo el mundo quiere hablarles en inglés, para que vean que están en el lado de la verdad histórica, en el lado de la lengua acertada. El grado de confianza en la vida que expresan los ojos de un escritor de lengua inglesa es un prodigio más político que literario.
Tal vez para aumentar la relevancia de la cultura y de la lengua española en el exterior haya que modernizar el modelo productivo, y por tanto el modelo de país, eso lo insinuó el ministro Garzón hace unos meses y se le echaron incomprensiblemente encumbre, cuando era una verdad inapelable. Hay que prestar más atención a lo que se dice y no a quién lo dice. Si la economía española no se moderniza, no combustiona, si no nos convertimos en un país de ciencia y de tecnología y de investigación, de nada servirá que los escritores alcancen la excelencia literaria, porque esta muchas veces existe como forma de representación de un pueblo y de una sociedad que buscan el progreso y la vanguardia económica y la modernidad política. Debe ir desapareciendo para siempre esa melancolía de pensar que a lo mejor te tocó la mala suerte de hablar y escribir en una lengua equivocada y transformar esa melancolía residual en la buena estrella de escribir y vivir en una lengua de cultura.
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Cultura
¿Viajar con poco presupuesto? Aquí los mejores consejos

Viajar es una de las mejores formas de conocer nuevas culturas, disfrutar de hermosos paisajes y crear recuerdos inolvidables.
Sin embargo, muchas personas piensan que viajar es caro y que requiere de un gran presupuesto.
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Afortunadamente, esto no es necesariamente cierto. Si eres un viajero con un presupuesto ajustado, existen muchas maneras de ahorrar dinero y disfrutar de un viaje económico.
A continuación, te presentamos algunos de los mejores consejos para viajar con poco presupuesto:
- Planifica con anticipación: Una de las mejores maneras de ahorrar dinero en tus viajes es planificar con anticipación. Investiga sobre las opciones de transporte, alojamiento y actividades que puedes hacer en tu destino. A menudo, reservar con anticipación te permite acceder a mejores precios y promociones especiales.
- Viaja en temporada baja: es una excelente manera de ahorrar dinero. Los precios de los vuelos, el alojamiento y las actividades suelen ser mucho más económicos en temporada baja que en temporada alta.
- Busca opciones de alojamiento económicas: Existen muchas opciones de alojamiento económicas, como hostales, casas de huéspedes, campings y apartamentos compartidos. Considera estas opciones en lugar de hoteles de lujo, especialmente si planeas pasar la mayor parte del día explorando tu destino.
- Usa el transporte público: Utiliza el transporte público en lugar de taxis o alquilar un coche. Además de ser más económico, también te permite conocer mejor la ciudad y su gente.
- Compra alimentos en supermercados locales: es una forma económica y saludable de alimentarte durante tu viaje. Además, te permite conocer mejor la cultura y la gastronomía local.
- Busca actividades gratuitas: Investigar sobre estas actividades en tu destino es una excelente manera de ahorrar dinero. Visitar parques, museos y monumentos gratuitos te permite disfrutar de las atracciones turísticas sin tener que gastar dinero.
- Camina o utiliza una bicicleta: En lugar de tomar taxis o usar el transporte público, camina o alquila una bicicleta para explorar tu destino. Además de ser más económico, también es una forma saludable y ecológica de viajar.
- Haz intercambio de idiomas: Si tienes habilidades lingüísticas, considera hacer un intercambio de idiomas con alguien en tu destino. Es una excelente manera de conocer a los lugareños y practicar tu idioma de interés.
En resumen, viajar con poco presupuesto es posible si sigues estos consejos y aprovechas las oportunidades de ahorro que existen.
GG
Cultura
Más solos sin Jorge Edwards

Miro una fotografía en blanco y negro. Es 1960 o 1961 y Jorge Edwards está delante del castillo de Chillón, a orillas del lago de Ginebra. Va de traje y corbata y se inclina un poco para sostener de la mano a un niñito que apenas camina. Ese niñito soy yo. Seguramente mi padre, su colega en la diplomacia, le encargó que me sostuviera mientras sacaba esa foto. Edwards lo hace con evidente renuencia. Yo le retribuyo esa desconfianza haciendo un puchero y tironeando para zafarme de su mano.
Nuestro siguiente encuentro ocurrió unos dieciocho años después y fue más promisorio. En 1978 o 1979 coincidimos a bordo de un mercante argentino anclado en el puerto de Valparaíso (Chile). Un dramaturgo bonaerense, que además era marinero, ofrecía un asado en ese buque. Previsiblemente, acudió una marabunta de escritores conocidos o novicios, invitados o colados. Ingerimos enormes bifes de chorizo, buenos vinos y un enorme botellón de Chivas Regal, que el dramaturgo navegante traía de algún puerto verdaderamente libre. Al caer la tarde sobre la cubierta me encontré conversando de tú a vos con Edwards. Esta vez me acogió sin renuencias. Descubrí que era típico de él crear confianzas súbitas, ajenas a la diferencia en edades y otros datos superficiales. Sentí que nos hacíamos amigos.
Yo, que lo único que deseaba era irme de Chile, le pregunté por qué diablos había regresado desde su exilio en Barcelona a la dictadura pinochetista. Para mí, aquella capital del boom literario latinoamericano era poco menos que el Paraíso. Me respondió algo así: “Allá tampoco es tan estupendo todo”. Después me acostumbraría a esas relativizaciones suyas, hijas de un escepticismo natural, de una ecuanimidad estoica. Si el sitio más perfecto es el que vemos de lejos, eso explicaría por qué Edwards siempre estaba yéndose.
En otros textos he reflexionado sobre los libros de Edwards, ahora prefiero hilar anécdotas, tal como solía hacerlo Jorge. Recordar sucedidos es una forma de continuar su memoria, que nos regaló tantas horas de relatos entretenidos, escritos y orales. Pocos años después de aquel encuentro en el buque argentino lo escuché hablar en una Feria del Libro que se celebraba bajo los plátanos orientales del Parque Forestal, en Santiago de Chile. Un escritor de mi generación, cáustico, me susurró al oído: “Vanidosa, esa pensée anecdotique”. No supe cómo refutarlo en ese momento. Sufro del “espíritu de la escalera” y sólo después reflexioné que, en el caso de un narrador, el pensamiento anecdótico puede ser el más apropiado y el menos pretencioso. El narrador ve los casos individuales, las personas le importan más que los grupos o las clases. Esa mirada particularista desconfía de las teorías y de las generalizaciones. En el cuento, en la anécdota, conviven las contradicciones y las ambivalencias. Si en sus discursos Edwards prodigaba las anécdotas no era por vanidad, como afirmó mi amigo el cáustico, sino por lo contrario. El buen escritor cuenta el caso como lo vio o lo imaginó, con sus detalles disparejos y sus ambigüedades irresolubles. Las conclusiones, las ideas, quedan para los lectores. El autor se remite a la divisa de Montaigne (santo patrono de Edwards): “¿Qué sé yo?”.
Podría desenrollar mucho más este ovillo de recuerdos, pero el espacio es breve. Salto varias décadas. En 2018 Edwards y yo fuimos invitados a los Cursos de Verano en El Escorial (Comunidad de Madrid). Él tenía 87 años y su cabeza no era la misma, se despistaba con facilidad. Di mi charla y luego asistí a la suya. Empezó improvisando, como siempre, sin seguir apunte alguno. Me temí lo peor. Pero tal parece que subir a un podio le bastaba para orientarse de inmediato. Habló durante una hora y media: sobre Stendhal, sobre el pianista Claudio Arrau, sobre personas raras de su familia. Habló de un Santiago de Chile en el que atronaban los tranvías y hasta los rebuznos. Fue una mescolanza inverosímil. Pero 70 años de “tablas” le permitían divagar sin perderse. Su memoria iba y volvía como la lanzadera de un telar tejiendo un tapiz de asociaciones libres. Pese a su aparente desorden, esa clase en El Escorial ofreció un acceso privilegiado al funcionamiento de la imaginación de un narrador. Del contacto fortuito entre datos incoherentes puede brotar la chispa que ilumine una idea original.
Jorge Edwards no fue una persona sencilla, ningún artista verdadero lo es. Sabía ser muy sociable y acogedor. Y también podía ser frío. Casi a cualquiera le abría su casa y su bar y su riquísima memoria. Era generoso incluso con sus olvidos: enterraba fácilmente las ofensas recibidas. Pero le costaba expresar sus afectos. En 2001 se alojó durante unos días en mi casa, en Berlín. Paseamos y nos divertimos mucho. Cuando se iba lo acompañé a buscar un taxi. En una esquina hice ademán de abrazarlo. Pero él reaccionó más rápido, me dio la espalda y se alejó agitando la mano por sobre su hombro. Una mano que decía: ¡nada de despedidas emocionantes! Así era Jorge.
Tuvo que morirse para que pudiera tomarme la revancha. Dos horas después de su fallecimiento un grupo de amigos llegamos a su casa en Madrid. El cadáver estaba sobre la cama, aún tibio, ya ceroso, flaco como un personaje del Greco. Aprovechando un minuto en el que me quedé solo puse mi mano sobre su frente, palmeé suavemente su cráneo, acaricié esa “noble calavera”. No pudo negarse, ni hacer gestos impacientes que significaran “nada de despedidas emocionantes”.
Después los amigos hicimos un brindis. De no ser por el pequeño inconveniente de la muerte, estoy seguro de que Jorge se habría levantado de su último lecho para brindar también. Y nos habría rogado que evitáramos ponernos sentimentales. Pero no pudo hacerlo. Y ahora yo me aprovecho de ese silencio suyo para entristecerme sin complejos. Voy a refutar aquella rima de Bécquer: “Qué solos se quedan los muertos”. Es mentira, nosotros nos quedamos más solos.
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Cultura
‘Inacabada’: la gran novela trans
Para agradecer el diploma que le concedió la Sociedad Musical de Graz en 1823, Franz Schubert le envió a su amigo Anselm Hüttenbrenner las páginas manuscritas de una sinfonía. Lo curioso era que, a diferencia de los cuatro movimientos habituales, solo incluía los primeros dos y unos pocos compases del tercero. Mucho después de la temprana muerte del compositor, a los 31 años, Hüttenbrenner al fin dio a conocer aquella sinfonía, desde entonces conocida como Inacabada o Inconclusa, la cual no se estrenó hasta 1867. Desde entonces han circulado distintas teorías sobre los motivos de Schubert para no darle un final pese a que vivió todavía seis años más. Hay quien piensa que la culpa fue de la sífilis, quien argumenta que se distrajo con otra obra —la fantasía Wanderer—, quien afirma que su estructura rítmica hacía imposible darle un final y quien cree que tal como está, con esos solitarios movimientos iniciales, es ya perfecta.
Una hija y una madre. Nada más. Aprovechando la invitación a impartir unas conferencias en Nueva York, la hija invita a la madre, identificada solo con la inicial M, al viaje: a ese tránsito en el que, piensa ella, al fin tendrán la conversación que han eludido o interrumpido o evitado por tanto tiempo. Juana, la protagonista de Inacabada, de Ariel Florencia Richards (Alfaguara Chile), no es experta en música, sino en artes visuales, pero su tema de investigación son justo aquellas obras que sus creadores no terminan por razones semejantes a las que se han esgrimido para la sinfonía schubertiana. Le fascinan tanto aquellas que solo han quedado bosquejadas y abandonadas en el camino como las que sencillamente prefieren no llegar nunca al final, de los esbozos de Van Dyck a los trazos de Heinrich Reinhold, de los retratos de Alice Neel a los lienzos de Cy Twombly.
Como la obra de Schubert, la novela de Ariel Florencia Richards es perfecta en su entramado conciso y fugaz
En el hotel de Nueva York, Juana y M son enviadas a una habitación en el piso 12½. En una de las escenas más sutiles y poderosas que he leído en mucho tiempo, de pronto la madre le revela que siente un intolerable dolor de muelas. La hija piensa que exagera, pero, cuando al fin la lleva a atenderse, la dentista le explica que su madre se ha quebrado una muela por la presión que ella misma ha ejercido sobre su mandíbula. Toda la novela está llena de estas delicadas metáforas sobre la imposibilidad, más que de comunicarse, de concluir esa conversación que se pospone una y otra vez.
Inacabada es el recuento de varios tránsitos: los paseos neoyorquinos, a ratos conmovedores y en ocasiones exasperantes, entre madre e hija; las obras inconclusas de todos esos artistas que Juana explora y documenta; las palabras que no consiguen ser pronunciadas o que son evitadas de manera consciente; y, por supuesto, la propia transformación de la hija —que, es importante recalcarlo, siempre lo ha sido: siempre es ella— desde su antiguo cuerpo y su antiguo nombre a los que ahora ha elegido. No hay duda: M adora a Juana y hace todo lo que puede para comprenderla, para asimilar su mutación o su cambio, para superar el duelo —esa melancolía materna hacia un cuerpo que cuidó con esmero y hacia el nombre que escogió y no consigue dejar de balbucir—, pero al mismo tiempo no quiere o no puede escuchar lo que su hija tiene que decirle, aunque en el fondo lo sepa y acaso no lo necesite. Por eso prolonga, divaga e interrumpe esa charla, y se deja envolver por una fuente de felicidad más tradicional, y su historia, como las obras que Juana le comenta y explica en el camino, no roza nunca su final.
Narrada en una sinuosa tercera persona que envuelve a sus dos protagonistas y revela, en cuidadosos encuadres y acercamientos, sus temores y sus ansias, su desconcierto y su cariño, Inacabada es, como la sinfonía de Schubert, perfecta en su entramado conciso y fugaz, en su agudeza psicológica y en la emocionante conformación de este doble retrato femenino. Pero Inacabada no solo es una de las novelas más brillantes que he leído en los últimos años, sino una obra de arte muy necesaria en nuestro tiempo; si la literatura sirve para algo, es para adentrarnos en experiencias que jamás serán las nuestras. No contamos con mejor herramienta para ser otros: para transitar de nuestro limitado punto de vista al de alguien más. Ariel Florencia Richards ha sabido transmutar su propia experiencia en una ficción que podría ayudar a incontables Juanas y Emes a comprender y comprenderse. En una época dominada por el extremismo y nuevas formas de discriminación, todos, todas, todes deberíamos atrevernos a escuchar lo que Juana nos tiene que decir.
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Cultura
Muere el escritor chileno Jorge Edwards a los 91 años, uno de los últimos exponentes de la gran literatura latinoamericana del siglo XX
El escritor chileno Jorge Edwards, autor de novelas, cuentos y ensayos, diplomático de carrera entre 1957 y 1973, crítico literario y periodista, ha fallecido este viernes a los 91 años en su casa del barrio de Salamanca, en Madrid. Premio Cervantes en 1999, era uno de los grandes de la literatura latinoamericana del siglo XX, en la que estaba encuadrado dentro del grupo Generación del 50. Edwards murió sobre las cinco de la tarde de este viernes, mientras dormía. Tras conocerse la noticia de su fallecimiento, escritores y representantes del mundo literario y cultural de España y Latinoamérica se acercaron a su hogar para despedirlo. “Fue un escritor de la primera fila de la gran literatura latinoamericana”, ha comentado por teléfono el escritor chileno Carlos Franz, desde la residencia de Edwards en la capital española. “Será recordado por obras extraordinarias de corte político, como Persona non grata, con la que fue uno de los primeros en romper con la revolución cubana. Sería injusto, sin embargo, no reconocer tantas otras obras brillantes de su carrera, como El inútil de la familia o La casa de Dostoievsky”, ha agregado Franz, que llegó hasta la casa de Edwards con otros escritores, como el peruano Jorge Eduardo Benavides, el venezolano Juan Carlos Chirinos, el presidente de la Asociación de Academias de la Lengua, Francisco Javier Pérez, y los españoles Ernesto Pérez Zúñiga y Juan Malpartida.
Edwards vivía temporadas tanto en Santiago de Chile como en Madrid, pero se instaló definitivamente en la capital española tras la pandemia de covid. Destacó, además de por Persona non grata, de 1973, por obras como Adiós, poeta, de 1990. Cinco años antes del Cervantes, logró el Premio Nacional de Literatura chilena, en 1994. Era, asimismo, miembro de la Academia Chilena de la Lengua desde 1982. “Estoy de duelo, junto con la literatura chilena. Ha muerto en Madrid Jorge Edwards”, escribió la ensayista chilena Adriana Valdés, miembro de la Academia Chilena de la Lengua y expresidenta de esta institución. Exiliado en Barcelona tras el golpe militar de Pinochet en 1973, Edwards obtuvo la ciudadanía española en 2010. La noche de este viernes, el presidente chileno, Gabriel Boric, le dedicó unas palabras a través de Twitter, enviando las condolencias a los familiares, calificándolo como “testigo atento de su época” y asegurando que la vida cultural del país lo extrañará.
La inmortalidad de los relojes hizo lo suyo. Hoy murió Jorge Edwards testigo atento de su época. Persona grata, y ahí están sus libros para recordarlo. Nuestra vida cultural lo echará de menos. Saludos y condolencias a su familia.
— Gabriel Boric Font (@GabrielBoric) March 18, 2023
“Es raro que esa expresión Persona non grata haya quedada asociado para siempre a su persona, porque Edwards era, por cierto, una persona absolutamente grata”, ha comentado el escritor chileno Rafael Gumucio. “Un hombre que vi adaptarse a los más extraños ambientes, y divertidas e inesperadas situaciones a altas horas de la noche. Siempre fue el primero en llegar y el último en irse y el único que no perdía nunca ni los estribos, ni los papeles, aunque su seriedad a esta hora era como la de Groucho Marx, cualquier cosa menos seria. Muchos escritores sufren de falsa humildad, Jorge sufría de falsa soberbia. Sabía de protocolo, pero odiaba la solemnidad”, ha agregado el autor de Memorias prematuras.
Hace un par de semanas Edwards sufrió una caída doméstica que afectó a uno de sus hombros y complicó su estado de salud. Gran intelectual y conversador, hasta entonces estaba muy activo y trabajaba en el tercer tomo de sus memorias, pero el accidente echó por tierra sus planes, por lo que esta obra quedará inconclusa. Pasó en cama sus últimos días y este viernes acudió a un hospital de Madrid porque su estado había empeorado, pero le dieron el alta. Tras quedarse dormido por la tarde, ya no volvió a despertar. Vivía junto a su hija Ximena, la menor de sus dos hijos.
Nacido en Santiago en 1931, Edwards estudió en el colegio San Ignacio, en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y en el Instituto Pedagógico de la misma universidad. Posteriormente, realizó su formación de posgrado en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey). En 1952 publicó su primer libro, El patio, un volumen de cuentos que fue muy bien acogido por la crítica. Su debut como novelista fue con El peso de la noche, en 1965. Diplomático, ocupó diferentes puestos: primer secretario en París (1962-1967), consejero en Lima (1970), encargado de Negocios en La Habana (1970-1971) y ministro consejero en París (1971-1973).
Muy amigo de Pablo Neruda, dedicó a su figura varias obras, como Adiós poeta: Pablo Neruda y su tiempo (1990) y Oh, maligna (2019). Pese a la diferencia de edad de casi 30 años con el poeta, Edwards conoció de cerca a Neruda en diferentes etapas de su vida. La última vez que coincidieron fue en París en los años setenta, poco antes del fallecimiento del Nobel, ocurrido en septiembre de 1973. “Cuando me preguntan si lo mataron, siempre digo: ‘Hubiese sido como matar a un muerto’. Neruda estaba gravemente enfermo y eso lo conocí de cerca”, comentó Edwards en una entrevista con EL PAÍS en 2016, sobre la investigación judicial que trata de dilucidar si Neruda fue asesinado por el régimen o por el cáncer de próstata que sufría.
Precisamente, tras el quiebre democrático en Chile, Edwards se marchó a Barcelona, donde fue director de la editorial Difusora Internacional y colaboró como asesor en Seix Barral. Entre 1994 y 1997 fue embajador ante la Unesco en París, organismo de la ONU del que fue miembro del Consejo Ejecutivo y presidente del Comité de Convenciones y Recomendaciones (1995-1997), que se ocupa de los derechos humanos. En 2010, fue nombrado embajador en París del Gobierno chileno de Sebastián Piñera, de centroderecha. Pero jamás dejó de ejercer su oficio, hasta el final. “No pienso terminar de escribir”, decía a este periódico hace siete años, en su gran piso del centro de la capital chilena con vista al cerro Santa Lucía, uno de los símbolos de Santiago. “Soy viejo y tengo planes. Es bueno tener planes”.
Su obra está considerada como “lejana de la habitual literatura chilena”, señala su biografía en la web del Instituto Cervantes, ya que “se centra en lo urbano del país y se distancia del tema ruralista”. Forma parte de la Generación del 50 con José Donoso, Enrique Lafourcade y Claudio Giaconi, que tuvieron como influencia a clásicos estadounidenses: Walt Whitman, Ernest Hemingway o William Faulkner y a rusos como León Tolstói o Fiodor Dostoievski. Le interesaban menos los temas tradicionales, lo externo, que lo que ocurría al interior de los hogares y de los propios personajes. Fue también colaborador en diversos diarios europeos y latinoamericanos, como EL PAÍS, Le Monde, Corriere della Sera, La Nación o Clarín.
Sus escritos han sido traducidos a numerosos idiomas y han recibido prestigiosas distinciones, tanto por su carrera literaria como por su trayectoria diplomática, comprometida con la democracia, la libertad y los derechos humanos. El domingo se oficiará un servicio religioso en Madrid y, posteriormente, sus restos serán cremados en el tanatorio de La Paz, han informado sus cercanos a este periódico. Sus cenizas serán repatriadas posteriormente a Chile. Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanalBabelia
Cultura
Persona muy Grata

La grata persona de Jorge Edwards con la elegante discreción de morir en un sueño, durante una siesta de media tarde que es casi siempre como morir al pardear para el día para resucitar en la conversación nocturna o navegar las lecturas de madrugada. La grata persona de Edwards se ha ido como eco o murmullo de la musical manera con la hablaba, acariciando sílabas y entonando consonancias donde el chileno parece clonar paisajes tan íntimos de monumentales y pasajes históricos tan gloriosos como sus dolores.
Lo vi entre estanterías de una vetusta librería, tomando ejemplares de aquí y de allá como quien recorre el bosque de su propia memoria. Hablaba con la mirada y sugería evocaciones de cada uno de los autores inmortales que pasaban por su manos, las novelas ejemplares, los cuentos sin tiempo y todo ese rato parecía una maestría académica en improvisada universidad. La elegante figura que salió de la librería como quien parte plaza, con su bastón trazando el hilo de los tiempos sobre arena impalpable, debe quedar como la imagen de esta misma tarde: el escritor diplomático que se aleja de tanto ruido para entregar sus cartas credenciales ante la Eternidad.
Jorge Edwards no merece quedar signado por su libro Persona non grata, aunque esas páginas premonitorias consignan el desencanto que se volvió contagio ante los abusos y contradicciones de la Revolución Cubana, propensa desde entonces a la majadería de cancelar voluntades, encarcelar ideas e ideales, censurar conciencias… hoy que se va resulta irónicamente ilustrativa la necia sobreviviencia de totalitarismos de pacotilla ya en la isla o en la estrecha Nicaragua; peor aún, hoy que se va Jorge Edwards —declarado no grato por la ingratitud de la cerrazón— persiste el pueril y descarado adoctrinamiento falaz. Y Edwards no merece que su memoria sólo quede ejemplar por ese libro donde narra su desventura diplomática en la isla verde olivo porque su obra literaria es aún más ancha y grande: autor de por lo menos dos libros entrañables donde plasmó su estrecha relación con el Poeta Pablo Neruda, no sin negar diferencias nodales con la militancia obnubilada del estalinista de Isla Negra y tiene además cuentos con lo que abrió brecha desde el principio de sus tintas y otras no pocas novelas donde destiló el alto oficio de enaltecer el lenguaje con la ponderad prosa, puntuación y pausa de un caballero andante. Edwards era de estilográfica antigua y altos vuelos, heredero del encanto que explica que no pocos chilenos son como ingleses del Cono Sur y al mismo tiempo, aunque alejado del paisaje ruralista o de tramas típicas, se interiorizaba en el alma de sus personajes en diálogos silentes, situaciones nodales de dolor o goce universal.
Lo veo alejarse con todo el altero de libros que ha pergeñado entre todos los estantes de su memoria para releer y releerse ya para siempre. Se queda un ligero brillo que iluminaba su mirada y esa discretísima sonrisa de sarcasmo y sabiduría que suelen proyectar los arcángeles más gratos desde la cúpula. Cabalga ya de noche un Premio Cervantes al encuentro de sus pares y del hombre de la triste figura que da nombre a ese máximo galardón de nuestra lengua común, afilada y tipluda estela de palabras con las que contribuyó a ensanchar la imaginación y conservar la memoria de todos los que hablamos y leemos con la letra Eñe… y ante su gratísima sombra no queda más que escribir sincera gratitud. Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanalBabelia
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Cultura
Jorge Edwards: al centro de la fiesta y al mismo tiempo en su margen

La muerte de alguien al que le gustaba vivir es siempre un hecho desconcertante. Este rasgo, el gusto por los placeres y desvelos de este mundo eran en Jorge Edwards algo más que una característica personal. Fue ese gusto lo que llevo a su carrera de escritor por derroteros únicos que lo convierten en un testigo esencial del siglo XX chileno y latinoamericano.
Edwards empezó escribiendo cuentos llenos de observaciones frescas y feroces sobre lo que llamo “El orden de las familias”. Su talento natural para mirar por las cerraduras de su clase social, una oligarquía más o menos arruinada, lo destinaba a ser como sus compañeros y amigos del boom un creador y destructor de mitos. Pero uno de esos primeros cuentos de su inolvidable libro El patio lo llevo a conocer a Pablo Neruda. Este encuentro, paralelo a la frecuentación de Enrique Lihn y Nicanor Parra, le hizo ver que había en su vida y en la de los que lo rodeaban un material invaluable para la escritura. Se convirtió entonces en el biógrafo de una cultura entera desde sus olvidadas cocinas hasta sus inolvidables salones pasando por sus oscuros pasillos sin perderse nunca del todo en el laberinto.
No dejo nunca la ficción, sino que uso la textura y la técnica de la novela para contar lo que vio y vivió desde extraño lugar en que siempre le tocó vivir: al centro de la fiesta y al mismo tiempo en su margen. Persona non grata, testimonio de un desencuentro tan personal como político, tan literario como histórico, es la máxima representación de esa doble condición de invitado principal y paria desheredado que le da a su escritura toda su riqueza. Representante del Chile de Salvador Allende en la Cuba de Fidel Castro, en vez de gozar la fiesta ofrecida vio debajo de la mesa las patadas y en vez de callarse lo que vio lo conto. Exiliado por Pinochet y mal visto por el resto del exilio chileno, buscó en España y su literatura una casa en que aguantar la tempestad. Una vez ida esta volvió a su casa primera, la cultura chilena donde siguió practicando el deporte de estar en el medio y a las afueras.
Es raro que esa expresión, “persona non grata”, haya quedado asociado para siempre a su persona. Edwards era por cierto una persona absolutamente grata. Un hombre para las cuatro estaciones que vi adaptarse a los más extraños ambientes y divertida e inesperada situaciones a alta horas de la noche. Siempre fue el primero en llegar y el ultimo en irse y el único que no perdía nunca ni los estribos, ni los papeles, aunque su seriedad a esta hora era como la de Groucho Marx, cualquier cosa menos seria.
Muchos escritores sufren de “falsa humildad”, Jorge sufría de “falsa soberbia.” Diplomático de carrera, sabía de protocolo, pero odiaba la solemnidad. Fui parte de un taller literario que intento dar en su departamento de la calle Santa Lucia, pero la primera sesión se dedicó a contar anécdotas casi nunca literarias y el taller naufrago ahí mismo. No le gustaba dictar cátedras, ni hablar de técnica literarias, técnicas que por lo demás manejaba a la perfección. No tenía por la neurosis literaria ningún respeto, aunque vivía rodeado de escritores que quería o dejaba de querer siempre por motivos personales.
Cada vez que me lo encontraba empezábamos desde cero, como si no nos conociéramos, hasta que descubría toda la gente que teníamos en común hasta encontrar, como buenos chilenos, algún parentesco. Entre medio de estas perpetuas presentaciones nos hicimos amigos. Lo recuerdo una noche subiendo una cuesta en Madrid con una botella de vino bajo el brazo preguntándome por sus posibilidades sentimentales con la dueña de casa. Tenia 82 u 83 años por entonces pero el viejo era yo. Esa imagen, una de tantas por el estilo, me gusta recordar ahora que cometió el impudor imperdonable de morirse.
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Cultura
Blink-182 cancela su gira latinoamericana por problemas de salud

La banda de punk rock estadounidense Blink-182 se ha visto obligado a cancelar su gira latinoamericana debido a que su baterista, Travis Barker, tendrá que someterse a una cirugía en un dedo de la mano. “Tuvimos uno de esos accidentes que nadie vio venir […] Tenemos que mejorarlo antes de que podamos hacer cualquier cosa”, ha explicado el cantante de la banda, Tom DeLonge, en un mensaje compartido en redes.
La banda ha tomado la decisión con tristeza. “Es algo que queríamos hacer desde hace mucho tiempo”, ha añadido DeLonge, quien ha tildado estas actuaciones como las más importantes en el mundo para una banda. Entre los eventos programados por la banda se encontraban el festival Lollapalooza, en Argentina; el Estéreo Picnic, en Colombia; el Asunciónico, en Paraguay; el Tecate Pa’l Norte y el Imperial GNP Tijuana, en México; y más actuaciones en Chile, Perú y Brasil.
El cantante ha defendido que retomarán los conciertos planificados en 2024. “Quiero que sepan que estamos devastados y que planeamos regresar”, ha señalado en el video. La afirmación del cantante ha sido contrastada por algunos de los festivales, como el Tecate Pa’l Norte, que confirman que la banda estadounidense participará en la edición del próximo año.
El cantante ha lamentado que la cancelación haya llegado en “el punto más alto” de su carrera. La banda de punk cuenta con más de 15 millones de oyentes mensuales en la plataforma de Spotify, donde sus cifras muestran la realidad de su éxito. Su canción más escuchada, All The Small Things, supera los 800 millones de reproducciones.
El trío formado por DeLonge, Barker y el bajista Mark Hoppus ha vivido una serie de idas y venidas en los últimos años. Se separaron en 2005 y en 2009 volvieron a reunirse, después de que Barker sobreviviera a un accidente de avión. En 2015, Barker y Hoppus anunciaron el abandono de DeLonge, una información que el cantante negó. Ese año, el bajista y el baterista dieron su primer concierto con Matt Skiba como sustituto del cantante. DeLonge y Hoppus reanudaron su amistad en 2022, y anunciaron la gira mundial actual, que debía dar comienzo el próximo 11 de marzo en Tijuana.
Con su decisión, el grupo pospone las actuaciones también previstas para algunas fechas cercanas, como la del 14 de marzo, donde debía actuar en el Estadio San Marcos de Lima (en Perú); o las previstas en el Palacio de los Deportes de Ciudad de México, donde iban a encadenar tres fechas: 28, 29 y 31 de marzo.
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Cultura
La desaparición

Durante los últimos cincuenta años, querido lector, Latinoamérica se ha convertido, lenta, triste e inconteniblemente, en el territorio de la desaparición.
Evidentemente, la desaparición era una realidad antes del periodo que refiero, pero los números —recurrir a este indicador, que elimina historias personales en nombre del volumen de una problemática, ya dice bastante— se disparan a partir de las dictaduras militares que asolaron el cono sur del continente, para después irlo escalando.
Entre aquellas dictaduras —que tras de sí dejaron, además del enorme vacío de la desaparición, una literatura que problematizaba el tema, es decir, que conllevó la asunción de la desaparición como conflicto político y no sólo como suceso: basta leer, por ejemplo, la imponente obra del poeta Raúl Zurita para darse cuenta— y el actual imperio de los grupos criminales, que no reconocen fronteras y que gobiernan regiones enteras del continente, también de manera dictatorial y, claro, al servicio del mismo poder económico al que sirvieron los militares, los desaparecidos se cuentan por millones.
Contar tiene dos significados
Los desaparecidos se cuentan por millones, insisto, pero también se cuentan, en el sentido de que se relatan y no sólo se suman, individualmente: la literatura, como sabía Rodolfo Walsh y como sabe Eduardo Ruiz Sosa —El libro de nuestras ausencias, la última novela del escritor sinaloense, en la que se cuenta la historia de una actriz que desaparece y cuya desaparición revuelca la vida de los dueños de una imprenta y de un grupo de actores, iluminando la violencia que se vive en el norte de México y radiografiando el subsuelo de ese país lleno de fosas clandestinas y tumbas sin nombre, es el último portento sobre este tema, además de ser una máquina lingüística estupenda y, extraño en estos tiempos, una obra verdaderamente ambiciosa— debe ser capaz de condensar en uno o en una la tragedia de todos, debe ser, pues, capaz de hacernos sentir que ese enorme vacío que nos rodea y que no para de crecer es, también, un vacío singular: la ausencia, la pérdida, la búsqueda, la terquedad, el dolor por haber perdido a una hija, un hijo, una hermana, un hermano, una amiga, un amigo, una madre o un padre.
Por supuesto, entre El libro de nuestras ausencias —en el que, paralela a la búsqueda de Orsina, la actriz desaparecida, asistimos a la reconversión de los personajes de la obra de teatro en la que ella debía actuar en personajes de la novela y, por lo tanto, vemos cómo la novela se convierte, también, en una obra sobre el origen de las violencias, encarnadas en un Visitador General de la Nueva España que, de pronto, deja de estar entre bastidores para ser un personaje central y enloquecido, una semilla, pues, del presente que habitamos— y las primeras obras que volvieron literatura el tema de la desaparición en el cono sur, no sólo han sido publicados libros extraordinarios y fundamentales —pienso, por ejemplo, en Antígona González, de Sara Uribe, El material humano, de Rodrigo Rey Rosas o Insensatez, de Horacio Castellanos Moya—, sino que algo más ha sucedido, algo que ha abierto otras dos coordenadas en nuestras letras: la de la desaparición de mujeres por feminicidio (tema al que ya dedicamos otra entrega de esta newsletter) y la de la desaparición como algo que no es privativo de las personas.
La otra desaparición
Cuando uno escucha esta palabra, desaparición, en la radio o en el pasillo de un mercado, sucede lo mismo que cuando uno tropieza con esta leyendo una pinta hecha con aerosol o el cartel que una mujer sostiene ante una oficina de gobierno: tras un calambre, lo primero en lo que pensamos es en alguien. En la víctima o en el victimario, que, ya se dijo, puede ser otra persona, un grupo delictivo o una institución. Pero en Latinoamérica la desaparición es un entramado político complejo, es decir, además de alguien, siempre está desapareciendo algo: una lengua, una tradición o un pueblo, como queda claro cuando uno lee, por ejemplo, a la escritora salvadoreña Claudia Hernández o al escritor colombiano Evelio Rosero.
Es de estas otras formas de la desaparición, quiero decir, de la desaparición como ese entramado político que se lleva, que siempre se ha llevado y que se sigue llevando a las personas, pero también aquello que da sentido a la vida y que constituye la historia de esas personas y de los colectivos de los que todos formamos parte —acá hay que poner en un lugar preponderante a la memoria—, de lo que tratan, por ejemplo, las novelas más recientes de la escritora argentina Luciana Sousa, Cuando nadie nos nombre, y la de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire, Trajiste contigo el viento.
“Como fuera, lo singular, para mí, no era tanto la posibilidad de fundar un pueblo como la voluntad de demolerlo”, escribe Sousa en Cuando nadie nos nombre, sutil, bellísima e hipnótica novela que parece respirar ante el lector y en la que se funden la desaparición de un pueblo, que ocupa el sitio de otro pueblo desaparecido antes, con la extinción de una memoria familiar cuyas mujeres —abuela, madre y nieta— intentan salvar formas particulares de la intimidad, la sensibilidad y la solidaridad.
Por su parte, García Freire, en Trajiste contigo el viento, mediante un coro de voces bordado estupendamente, particularmente vivo, cuenta los estertores de todo un mundo, narrando el del pequeño e inasible Cocuán: “Eso era lo que debía hacer: acabar con Cocuán y el corazón podrido de rata que latía en su centro. Estaba todo claro, al fin, como si alguien me hubiese aullado al oído, como si alguien me hubiese desvelado el gran secreto”.
Tardó más que con las personas, pero la literatura latinoamericana parece haber abrazado como uno de sus temas la desaparición política de las cosas, los sistemas y los entramados que dan sentido a la vida de esas personas y sus colectivos.
Como dice uno de los epígrafes que García Freire toma de Job: “No anheles la noche, cuando los pueblos desaparecen de su lugar”.
Coordenadas
El libro de nuestras ausencias fue publicado por Candaya. Cuando nadie nos nombre ha sido publicado por Tusquets, mientras que de Trajiste contigo el viento se encuentran ediciones de Himpar editores, La navaja suiza editores y Tusquets. Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanalBabelia
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Cultura
Salud en la empresa.
La salud es uno de los aspectos más importantes en nuestra vida, ya que impacta en nuestro bienestar y calidad de vida. En la actualidad, cada vez son más las empresas que se preocupan por promover la salud de sus trabajadores, ya que saben que esto se traduce en un mejor rendimiento y productividad.

Es en este contexto donde surge Comulus, una aplicación diseñada para llevar un control y seguimiento de citas médicas, así como para llevar un registro del historial médico y de los medicamentos que deben tomar los trabajadores. Pero no solo eso, Comulus también ayuda a los departamentos de recursos humanos a llevar un control de las ausencias de sus empleados, lo que les permite planificar y organizar mejor sus actividades.
Pero, ¿por qué es importante que una empresa cuente con una aplicación como Comulus? A continuación, te presentamos algunas razones:
- Promoción de la salud: Como mencionamos anteriormente, la promoción de la salud en la empresa es fundamental para garantizar el bienestar de los trabajadores. Con Comulus, los empleados pueden llevar un control de sus citas médicas, tener acceso a su historial clínico y a los medicamentos que deben tomar, lo que les permite tomar decisiones informadas sobre su salud y bienestar.
- Optimización de los recursos: Comulus también ayuda a los departamentos de recursos humanos a llevar un control de las ausencias de los empleados, lo que les permite planificar y organizar mejor sus actividades. Esto se traduce en una mayor eficiencia y productividad en la empresa.
- Seguridad de la información: Comulus ha sido concebida, diseñada y desarrollada tomando en cuenta las normas oficiales que se encuentran vigentes en el país sobre el manejo del expediente clínico, lo que garantiza que la información médica de los trabajadores esté protegida y sea confidencial.
- Interoperabilidad: Comulus sigue los estándares de HL7 para el intercambio electrónico de información clínica, lo que facilita la comunicación entre diferentes sistemas de información de salud y garantiza que la información relevante esté disponible en el momento adecuado y el formato correcto.
En resumen, Comulus es una aplicación que ofrece grandes beneficios para optimizar la salud en la empresa. Con ella, los trabajadores pueden llevar un control de su salud y bienestar, mientras que los departamentos de recursos humanos pueden optimizar sus recursos y garantizar una mayor eficiencia y productividad en todas la areas de la empresa. Todo esto, gracias a una aplicación que cumple con los más altos estándares de seguridad y privacidad en el manejo de la información médica. Concebida, diseñada y desarrollada tomando en cuenta las normas oficiales que se encuentran vigentes en el país, sobre el manejo del expediente clínico, específicamente, la NOM-004-SSA3-2012, Del expediente clínico, la NOM-024-SSA3-2012 Sistemas de información de registro electrónico para la salud. Intercambio de información en salud, y la NOM-024-SSA3-2010 Del expediente clínico electrónico, tambien siguen los estándares de HL7 para facilitar intercambio electrónico de información clínica, garantizando que la información relevante esté disponible en el momento adecuado y el formato correcto.
Seguridad de información: Es importante notar que Comulus ha revisado y armonizado sus componentes, tomando en cuenta la Guía para implementar un Sistema de Gestión de Seguridad de Datos Personales y la Guía para el Tratamiento de Datos Biomédicos.