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Internacional

Alcohol y alcohólicos a la mesa

“Mi padre me ha preguntado esta noche si me molestaba que bebiera alcohol durante la cena de Nochebuena. Me ha pillado por sorpresa. Ha sido un detalle silencioso, una pregunta cualquiera entre 300 más, pero para mí ha significado la vida entera”, confiesa Javier Giner, autor de Yo, adicto (Paidós) en Twitter. En el hilo se multiplican las respuestas de personas que luchan contra el alcoholismo y afrontan estos días el reto de sentarse a una mesa donde las copas son sinónimos de fiesta.

@RosaMPeralta es una de las muchas personas que responde. “En hogar no bebemos alcohol en ninguna fiesta, por consideración a mi padre. Así llevamos 10 años, y jamás nos lo ha pedido. ¡Todo es muchísimo más fácil con el apoyo de los tuyos!”, escribe. Al otro lado, Javier remata su texto. “No se trata de que beban alcohol o no. Ha sido el hecho de hacer la pregunta en alto, de hacérmela a mí. Me ha hecho sentir visto y tenido en cuenta. Ha sido maravilloso”.

Su tuit y su historia me parecen de una empatía y una ternura preciosas. Creo además que estar juntos es justo eso, hacer que los demás se sientan mirados, comprendidos, amados de una u otra manera. Es tan suave y tan discreto el amor. Una pregunta cualquiera entre 300 más, eso es el amor en una vida.

En cambio, el alcohol es siempre ruidoso y protagonista, tiende a ocuparlo todo de una u otra manera. El alcohol es un euforizante anestésico y, como todas las drogas, ensimismante. Así que cuando más abierto te muestras con los otros es cuando en realidad más dentro de ti estás. De tal modo que algunas celebraciones terminan convirtiéndose en cenas de solitarios borrachos, familiares que llegan ya cocidos al primer plato, gente que se anestesia para estar con los otros antes incluso de encontrarlos, que es una manera de alejarse de ellos.

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Una de las mejores reflexiones sobre el alcohol se la leí a la alcohólica confesa Marguerite Duras. “El alcohol hace resonar la soledad”, escribió en La vida material (Alianza). Después explicaba de esa forma en que solo ella sabe cómo el alcohol es un tipo de droga que te sumerge en tu imaginación. Cómo la soledad previa al alcohol es la de echar de menos las cosas o las personas. Y cómo trago a trago comienzan a estar presentes, pero de una manera que no puedes tocar, como si fueran fantasmas. Justo así es como la vida se desdibuja para la persona alcohólica: cree que está viviendo pero no está tocando la vida.

Por lo demás, creo conveniente recordar aquí el subtítulo del libro de Giner: “Un relato personal de dependencia y reconciliación”. En él describe, igual que Duras, una soledad abrasiva, además de mucha culpa y mucho daño. Él, como cualquier otro adicto, acumula heridas y deudas impagables con los demás. Y su padre, como cualquier otro padre, podría reprocharle muchas cosas. Sin embargo, en vez de eso, tiene una pregunta llena de empatía para su hijo. Yo creo que es porque se ha leído su libro, porque ha podido entender su confesión y su dolor. Y también creo que leemos justo para eso, para entender a los otros, para poder amarlos. Quizás debiéramos leer un poema en vez de tomar un trago antes de afrontar los encuentros familiares que nos acechan. Después de todo, la Navidad se parece mucho al relato de un adicto, pues no deja de ser “un relato de dependencia y reconciliación”.

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