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Cultura

Barbarie en el sótano: nueva entrega de las crónicas de Emmanuel Carrère desde el juicio por los atentados de París

Capítulo 17

1. Que caiga la “T”

Es el objetivo de los abogados cuyos clientes están acusados de AMT (Asociación de malhechores terroristas). Que caiga la “T” representaría rebajar el cargo a AM, asociación de malhechores a secas, que se castiga con penas mucho menos severas. Estos últimos días del año, antes de que el juicio descanse dos semanas, le han dado muchas vueltas al famoso café Les Béguines, regentado por Brahim Abdeslam en Molenbeek. ¿Quién lo frecuentaba? Prácticamente, toda la banda, ya fuese como camareros, “camellos” o simples parroquianos; muchos eran las tres cosas a la vez.

¿Qué ocurría allí? ¿Veían vídeos de la organización Estado Islámico? Brahim los ponía continuamente en su computadora y bajaba la pantalla cuando casualmente entraba un flamenco. ¿Y los demás? ¿También los veían? ¿Había, —en palabras del sumario belga— “sesiones de visionado” de estas imágenes atroces?: el piloto jordano abrasado vivo en su cabina; Abdelhamid Abaaoud, el amigo de infancia de todos ellos, bromeando al volante de su 4×4 mientras arrastra a un racimo de cadáveres por el polvo sirio. Muchachos como Mohamed Amri, Hamza Attou, Ali Oulkadi, que trapicheaban con drogas en Les Béguines y de vez en cuando echaban una mano en el local, ¿se sentaban en círculo alrededor del computadora para comulgar religiosamente ante este espectáculo, suscitando la expresión de sesión de visionado que trata de establecer la fiscalía?

¿O bien, como sostienen sus abogados defensores, hacían su trabajo detrás del mostrador, paseando por la superficie de la pantalla la mirada indiferente, un tanto molesta, conque mira un partido de fútbol la gente a la que no le gusta el fútbol? ¿Eran criminales por contigüidad, así como otros son víctimas colaterales? Otra pregunta, cargada de consecuencias para ellos: ¿bajaban a la bodega? Allí se encerraba Brahim para mantener largas conversaciones por Viber o por Skype con Abaaoud, que empezaba en Raqqa a organizar los atentados. Lo tienen crudo aquellos de quienes se demuestre que bajaban al sótano con Brahim: ninguna posibilidad de que les quiten la “T”.

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2. “Se lo preguntamos”

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Después de los atentados, los investigadores belgas registinusualn Les Béguines con una hoja de ruta muy concreta. En uno de los “pisos conspiratorios” utilizados por Salah Abdeslam durante su huida, encontinusualn un tenedor con huellas del ADN de Ali Oulkadi. A primera vista un detalle abrumador, pero la defensa de Oulkadi argumentó que con toda seguridad el tenedor procedía del café, donde todo el mundo manipulaba los cubiertos. Así pues, los investigadores cumplieron su misión y precintaron 31 tenedores cuyo análisis no reveló nada concluyente. Y luego volvieron a sus hogars.

El acta indica que el registro del café desde el que se organizó toda la logística de los atentados duró en total quince minutos. La policía belga que compareció para dar explicaciones —o, mejor dicho, que no compareció, ya que testimoniaba desde Bruselas por videoconferencia, y pixelada— pasó un mal trago, sobre todo cuando le preguntaron por qué su equipo no había tenido la curiosidad de bajar al sótano. “¿Ah, sí? ¿Había un sótano?” Uno o dos días más tarde, habla otro inspector belga, también pixelado, cuyos servicios, en la primavera de 2015, interrogaron a Brahim, sospechoso de proyectos terroristas. Y después lo dejaron en libertad. “¿Por qué?” “Porque”, responde el policía, “nada en su interrogatorio nos indujo a pensar que tenía proyectos terroristas”. “Pero”, se asombra el presidente, “¿cómo llegaron a esa conclusión?” “Porque se lo preguntamos”.

3. “Anasheed”

Los anasheed eran cantos religiosos sufistas, la expresión de la más alta espiritualidad musulmana: el canto gregoriano del islam. Hoy designan también con ese nombre himnos yihadistas, con letras como la siguiente:

A Francia hay que golpearla,

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Es hora de humillarla,

Buscamos el sufrimiento

y millares de muertos.

Este anasheed fue compuesto, interpretado y difundido desde Raqqa, para festejar la matanza de Charlie Hebdo, por los hermanos Fabien y Jean-Michel Clain. Figuras históricas del yihadismo francés, responsables de la propaganda del Estado Islámico, muy probablemente murieron en su derrota, en 2019, pero como no se sabe con certeza forman parte, ausentes, de los acusados en el juicio. Dedicamos dos días a reconstruir su historia, que comienza en 1999.

Familia católica del Orne: la madre es catequista, los chicos holgazanean, venden hierba y son raperos en el casco urbano de Alençon. Su hermana Anne-Diana, que declara desde su celda en la cárcel, los describe embargados por un vivo anhelo de espiritualidad. Buscan un sentido a la vida, no lo encuentran en la Biblia. El cura de Alençon no tiene nada que ofrecerles. Alguien les habla del Corán y ahí se produce el milagro: en quince días se convierten todos, y la primera es la madre catequista.

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Versión extremista del islam: las paredes de la vivienda se cubren de fotos de la Meca, del techo cuelgan telas para dividir en dos las habitaciones: una parte para los hombres, la otra para las mujeres. Ellas Estados Unidosn el burka, que es aún infrecuente por entonces y que vale a la familia, en las calles de Toulouse, adonde se ha mudado, el apodo de “el clan de los Belfegor”. Toulouse, al igual que la región de Charleroi en Bélgica, es una cuna del salafismo europeo; de ahí procede Mohamed Merah, cuya familia es cercana a la de los Clain.

Los hermanos son hábiles con las palabras, sinceros, carismáticos, sobre todo Fabien: en un cuarto de hora, este coloso efusivo y jovial te convence de que Alá te ama y es la respuesta a todas las preguntas que uno se hace, a todas las miserias de las que te lamentas. Al estallar la guerra en Siria, el primero que se alista es Jean-Michel, le sigue Fabien y después toda la familia: la madre, la hermana, la sobrina Jennifer que, a su vez, también declara desde la cárcel.

Su testimonio te deja helado: toda una vida consagrada al islam duro, sin haber podido elegir nunca. Jennifer abandonó la escuela a los 14 años, su madre y sus tíos la hogarron a los 15 con un salafista de Bayona de la misma edad que ella. Él le hará cinco hijos seguidos. “No íbamos a Siria a hacer la guerra”, dice ella, “sino a construir un país, a criar a nuestros hijos, a vivir nuestra religión en una tierra islámica y sin impiedad. Yo no veía al Daesh como una organización terrorista”.

Describe Raqqa bajo la bandera negra: el mercado de esclavos, las ejecuciones en la plaza pública, difundidos en pantallas gigantes. “¿La gente las aprobaba?” “Sí, toda la gente que había allí. Y si no, nunca lo habría dicho, era demasiado peligroso”. “¿Qué le impulsó a abandonar el Daesh? ¿Esas vejaciones? ¿El piloto jordano? ¿Los hombres decapitados a cuchillo, con las manos atadas, lentamente?”. “No, para mí eso no era un problema. Me parecía totalmente normal”. “¿Qué hacían sus tíos allí?” “Hacían música. Jean-Michel cantaba y creo que Fabien era ingeniero de sonido…”

Otro anasheed de los Clain, reivindicando los atentados del 13 de noviembre:

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Avanza, avanza, no retrocedas, no capitules,

no pares, invicto guerrero, mata espada en mano

a las huestes del diablo sin vacilaciones

que sangren incluso en sus habitaciones

ve derecho sin miedo hacia la felicidad

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el campo de batalla y el campo de los honores

quien se opone a la sharía sufrirá terrores

por mucho que pretenda vivir en santidad

corta pues las cabezas de los ignorantes

córtales la cabeza a los soldados errantes

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ya que en esta guerra todo puedes ganarlo

tu sangre y tu sudor van un día a atestiguarlo

combate hasta el encuentro con el omnipotente

corre hacia tu presa como un león rugiente.

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