Cultura
Barbarie en el sótano: nueva entrega de las crónicas de Emmanuel Carrère desde el juicio por los atentados de París

Capítulo 17
1. Que caiga la “T”
Es el objetivo de los abogados cuyos clientes están acusados de AMT (Asociación de malhechores terroristas). Que caiga la “T” representaría rebajar el cargo a AM, asociación de malhechores a secas, que se castiga con penas mucho menos severas. Estos últimos días del año, antes de que el juicio descanse dos semanas, le han dado muchas vueltas al famoso café Les Béguines, regentado por Brahim Abdeslam en Molenbeek. ¿Quién lo frecuentaba? Prácticamente, toda la banda, ya fuese como camareros, “camellos” o simples parroquianos; muchos eran las tres cosas a la vez.
¿Qué ocurría allí? ¿Veían vídeos de la organización Estado Islámico? Brahim los ponía continuamente en su computadora y bajaba la pantalla cuando casualmente entraba un flamenco. ¿Y los demás? ¿También los veían? ¿Había, —en palabras del sumario belga— “sesiones de visionado” de estas imágenes atroces?: el piloto jordano abrasado vivo en su cabina; Abdelhamid Abaaoud, el amigo de infancia de todos ellos, bromeando al volante de su 4×4 mientras arrastra a un racimo de cadáveres por el polvo sirio. Muchachos como Mohamed Amri, Hamza Attou, Ali Oulkadi, que trapicheaban con drogas en Les Béguines y de vez en cuando echaban una mano en el local, ¿se sentaban en círculo alrededor del computadora para comulgar religiosamente ante este espectáculo, suscitando la expresión de sesión de visionado que trata de establecer la fiscalía?
¿O bien, como sostienen sus abogados defensores, hacían su trabajo detrás del mostrador, paseando por la superficie de la pantalla la mirada indiferente, un tanto molesta, conque mira un partido de fútbol la gente a la que no le gusta el fútbol? ¿Eran criminales por contigüidad, así como otros son víctimas colaterales? Otra pregunta, cargada de consecuencias para ellos: ¿bajaban a la bodega? Allí se encerraba Brahim para mantener largas conversaciones por Viber o por Skype con Abaaoud, que empezaba en Raqqa a organizar los atentados. Lo tienen crudo aquellos de quienes se demuestre que bajaban al sótano con Brahim: ninguna posibilidad de que les quiten la “T”.
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
2. “Se lo preguntamos”
Después de los atentados, los investigadores belgas registinusualn Les Béguines con una hoja de ruta muy concreta. En uno de los “pisos conspiratorios” utilizados por Salah Abdeslam durante su huida, encontinusualn un tenedor con huellas del ADN de Ali Oulkadi. A primera vista un detalle abrumador, pero la defensa de Oulkadi argumentó que con toda seguridad el tenedor procedía del café, donde todo el mundo manipulaba los cubiertos. Así pues, los investigadores cumplieron su misión y precintaron 31 tenedores cuyo análisis no reveló nada concluyente. Y luego volvieron a sus hogars.
El acta indica que el registro del café desde el que se organizó toda la logística de los atentados duró en total quince minutos. La policía belga que compareció para dar explicaciones —o, mejor dicho, que no compareció, ya que testimoniaba desde Bruselas por videoconferencia, y pixelada— pasó un mal trago, sobre todo cuando le preguntaron por qué su equipo no había tenido la curiosidad de bajar al sótano. “¿Ah, sí? ¿Había un sótano?” Uno o dos días más tarde, habla otro inspector belga, también pixelado, cuyos servicios, en la primavera de 2015, interrogaron a Brahim, sospechoso de proyectos terroristas. Y después lo dejaron en libertad. “¿Por qué?” “Porque”, responde el policía, “nada en su interrogatorio nos indujo a pensar que tenía proyectos terroristas”. “Pero”, se asombra el presidente, “¿cómo llegaron a esa conclusión?” “Porque se lo preguntamos”.
3. “Anasheed”
Los anasheed eran cantos religiosos sufistas, la expresión de la más alta espiritualidad musulmana: el canto gregoriano del islam. Hoy designan también con ese nombre himnos yihadistas, con letras como la siguiente:
A Francia hay que golpearla,
Es hora de humillarla,
Buscamos el sufrimiento
y millares de muertos.
Este anasheed fue compuesto, interpretado y difundido desde Raqqa, para festejar la matanza de Charlie Hebdo, por los hermanos Fabien y Jean-Michel Clain. Figuras históricas del yihadismo francés, responsables de la propaganda del Estado Islámico, muy probablemente murieron en su derrota, en 2019, pero como no se sabe con certeza forman parte, ausentes, de los acusados en el juicio. Dedicamos dos días a reconstruir su historia, que comienza en 1999.
Familia católica del Orne: la madre es catequista, los chicos holgazanean, venden hierba y son raperos en el casco urbano de Alençon. Su hermana Anne-Diana, que declara desde su celda en la cárcel, los describe embargados por un vivo anhelo de espiritualidad. Buscan un sentido a la vida, no lo encuentran en la Biblia. El cura de Alençon no tiene nada que ofrecerles. Alguien les habla del Corán y ahí se produce el milagro: en quince días se convierten todos, y la primera es la madre catequista.
Versión extremista del islam: las paredes de la vivienda se cubren de fotos de la Meca, del techo cuelgan telas para dividir en dos las habitaciones: una parte para los hombres, la otra para las mujeres. Ellas Estados Unidosn el burka, que es aún infrecuente por entonces y que vale a la familia, en las calles de Toulouse, adonde se ha mudado, el apodo de “el clan de los Belfegor”. Toulouse, al igual que la región de Charleroi en Bélgica, es una cuna del salafismo europeo; de ahí procede Mohamed Merah, cuya familia es cercana a la de los Clain.
Los hermanos son hábiles con las palabras, sinceros, carismáticos, sobre todo Fabien: en un cuarto de hora, este coloso efusivo y jovial te convence de que Alá te ama y es la respuesta a todas las preguntas que uno se hace, a todas las miserias de las que te lamentas. Al estallar la guerra en Siria, el primero que se alista es Jean-Michel, le sigue Fabien y después toda la familia: la madre, la hermana, la sobrina Jennifer que, a su vez, también declara desde la cárcel.
Su testimonio te deja helado: toda una vida consagrada al islam duro, sin haber podido elegir nunca. Jennifer abandonó la escuela a los 14 años, su madre y sus tíos la hogarron a los 15 con un salafista de Bayona de la misma edad que ella. Él le hará cinco hijos seguidos. “No íbamos a Siria a hacer la guerra”, dice ella, “sino a construir un país, a criar a nuestros hijos, a vivir nuestra religión en una tierra islámica y sin impiedad. Yo no veía al Daesh como una organización terrorista”.
Describe Raqqa bajo la bandera negra: el mercado de esclavos, las ejecuciones en la plaza pública, difundidos en pantallas gigantes. “¿La gente las aprobaba?” “Sí, toda la gente que había allí. Y si no, nunca lo habría dicho, era demasiado peligroso”. “¿Qué le impulsó a abandonar el Daesh? ¿Esas vejaciones? ¿El piloto jordano? ¿Los hombres decapitados a cuchillo, con las manos atadas, lentamente?”. “No, para mí eso no era un problema. Me parecía totalmente normal”. “¿Qué hacían sus tíos allí?” “Hacían música. Jean-Michel cantaba y creo que Fabien era ingeniero de sonido…”
Otro anasheed de los Clain, reivindicando los atentados del 13 de noviembre:
Avanza, avanza, no retrocedas, no capitules,
no pares, invicto guerrero, mata espada en mano
a las huestes del diablo sin vacilaciones
que sangren incluso en sus habitaciones
ve derecho sin miedo hacia la felicidad
el campo de batalla y el campo de los honores
quien se opone a la sharía sufrirá terrores
por mucho que pretenda vivir en santidad
corta pues las cabezas de los ignorantes
córtales la cabeza a los soldados errantes
ya que en esta guerra todo puedes ganarlo
tu sangre y tu sudor van un día a atestiguarlo
combate hasta el encuentro con el omnipotente
corre hacia tu presa como un león rugiente.
Inicia sesión para seguir leyendo
Sólo con tener una cuenta ya puedes leer este artículo, es gratis
Gracias por leer EL PAÍS
Cultura
Asiste Hidalgo al encuentro cultural Cumbre Tajín 2023
El encuentro cultural que ofrece el festival Cumbre Tajín 2023 en el municipio de Papantla de Olarte, Veracruz, es una oportunidad para conocer e intercambiar conocimiento ancestral, formas de pensamiento, cosmovisión y fortalecer los lazos de amistad entre diferentes culturas para la creación de nuevas ideas que beneficien a la población originaria de Hidalgo, declaró el titular de la Comisión Estatal para el Desarrollo Sostenible de los Pueblos Indígenas (CEDSPI), Prisco Manuel Gutiérrez.
Te podría interesar: Habrá en Hidalgo más apoyos para el sector agrícola
El titular de la CEDSPI asistió al encuentro con el Consejo de Abuelas y Abuelos, órgano del gobierno tradicional del Centro de las Artes Indígenas en el que compartieron experiencias sobre la cultura totonaca.
“Fortalecer y difundir la riqueza cultural de los pueblos indígenas de Hidalgo es parte fundamental de las políticas públicas implementadas por el gobernador Julio Menchaca”, indicó.
El funcionario estatal, agradeció a nombre del gobernador la invitación del director del Centro de las Artes Indígenas, Humberto García, destacó que en Hidalgo se trabaja para la preservación de las riquezas culturales y sociales de la población originaria.
Te podría interesar: Hidalgo potencializa generación de empleo formal
“La atención que el gobierno estatal otorga a los pueblos indígenas Hidalgo es una prioridad y desde la CEDSPI se trabaja para apoyar el desarrollo y el bienestar de las familias originarias”, afirmó.
EAM
Cultura
¿Viajar con poco presupuesto? Aquí los mejores consejos

Viajar es una de las mejores formas de conocer nuevas culturas, disfrutar de hermosos paisajes y crear recuerdos inolvidables.
Sin embargo, muchas personas piensan que viajar es caro y que requiere de un gran presupuesto.
Te podría interesar: ¿Cuáles audífonos inalámbricos son los mejores? Esto dice Profeco
Afortunadamente, esto no es necesariamente cierto. Si eres un viajero con un presupuesto ajustado, existen muchas maneras de ahorrar dinero y disfrutar de un viaje económico.
A continuación, te presentamos algunos de los mejores consejos para viajar con poco presupuesto:
- Planifica con anticipación: Una de las mejores maneras de ahorrar dinero en tus viajes es planificar con anticipación. Investiga sobre las opciones de transporte, alojamiento y actividades que puedes hacer en tu destino. A menudo, reservar con anticipación te permite acceder a mejores precios y promociones especiales.
- Viaja en temporada baja: es una excelente manera de ahorrar dinero. Los precios de los vuelos, el alojamiento y las actividades suelen ser mucho más económicos en temporada baja que en temporada alta.
- Busca opciones de alojamiento económicas: Existen muchas opciones de alojamiento económicas, como hostales, casas de huéspedes, campings y apartamentos compartidos. Considera estas opciones en lugar de hoteles de lujo, especialmente si planeas pasar la mayor parte del día explorando tu destino.
- Usa el transporte público: Utiliza el transporte público en lugar de taxis o alquilar un coche. Además de ser más económico, también te permite conocer mejor la ciudad y su gente.
- Compra alimentos en supermercados locales: es una forma económica y saludable de alimentarte durante tu viaje. Además, te permite conocer mejor la cultura y la gastronomía local.
- Busca actividades gratuitas: Investigar sobre estas actividades en tu destino es una excelente manera de ahorrar dinero. Visitar parques, museos y monumentos gratuitos te permite disfrutar de las atracciones turísticas sin tener que gastar dinero.
- Camina o utiliza una bicicleta: En lugar de tomar taxis o usar el transporte público, camina o alquila una bicicleta para explorar tu destino. Además de ser más económico, también es una forma saludable y ecológica de viajar.
- Haz intercambio de idiomas: Si tienes habilidades lingüísticas, considera hacer un intercambio de idiomas con alguien en tu destino. Es una excelente manera de conocer a los lugareños y practicar tu idioma de interés.
En resumen, viajar con poco presupuesto es posible si sigues estos consejos y aprovechas las oportunidades de ahorro que existen.
GG
Cultura
Más solos sin Jorge Edwards

Miro una fotografía en blanco y negro. Es 1960 o 1961 y Jorge Edwards está delante del castillo de Chillón, a orillas del lago de Ginebra. Va de traje y corbata y se inclina un poco para sostener de la mano a un niñito que apenas camina. Ese niñito soy yo. Seguramente mi padre, su colega en la diplomacia, le encargó que me sostuviera mientras sacaba esa foto. Edwards lo hace con evidente renuencia. Yo le retribuyo esa desconfianza haciendo un puchero y tironeando para zafarme de su mano.
Nuestro siguiente encuentro ocurrió unos dieciocho años después y fue más promisorio. En 1978 o 1979 coincidimos a bordo de un mercante argentino anclado en el puerto de Valparaíso (Chile). Un dramaturgo bonaerense, que además era marinero, ofrecía un asado en ese buque. Previsiblemente, acudió una marabunta de escritores conocidos o novicios, invitados o colados. Ingerimos enormes bifes de chorizo, buenos vinos y un enorme botellón de Chivas Regal, que el dramaturgo navegante traía de algún puerto verdaderamente libre. Al caer la tarde sobre la cubierta me encontré conversando de tú a vos con Edwards. Esta vez me acogió sin renuencias. Descubrí que era típico de él crear confianzas súbitas, ajenas a la diferencia en edades y otros datos superficiales. Sentí que nos hacíamos amigos.
Yo, que lo único que deseaba era irme de Chile, le pregunté por qué diablos había regresado desde su exilio en Barcelona a la dictadura pinochetista. Para mí, aquella capital del boom literario latinoamericano era poco menos que el Paraíso. Me respondió algo así: “Allá tampoco es tan estupendo todo”. Después me acostumbraría a esas relativizaciones suyas, hijas de un escepticismo natural, de una ecuanimidad estoica. Si el sitio más perfecto es el que vemos de lejos, eso explicaría por qué Edwards siempre estaba yéndose.
En otros textos he reflexionado sobre los libros de Edwards, ahora prefiero hilar anécdotas, tal como solía hacerlo Jorge. Recordar sucedidos es una forma de continuar su memoria, que nos regaló tantas horas de relatos entretenidos, escritos y orales. Pocos años después de aquel encuentro en el buque argentino lo escuché hablar en una Feria del Libro que se celebraba bajo los plátanos orientales del Parque Forestal, en Santiago de Chile. Un escritor de mi generación, cáustico, me susurró al oído: “Vanidosa, esa pensée anecdotique”. No supe cómo refutarlo en ese momento. Sufro del “espíritu de la escalera” y sólo después reflexioné que, en el caso de un narrador, el pensamiento anecdótico puede ser el más apropiado y el menos pretencioso. El narrador ve los casos individuales, las personas le importan más que los grupos o las clases. Esa mirada particularista desconfía de las teorías y de las generalizaciones. En el cuento, en la anécdota, conviven las contradicciones y las ambivalencias. Si en sus discursos Edwards prodigaba las anécdotas no era por vanidad, como afirmó mi amigo el cáustico, sino por lo contrario. El buen escritor cuenta el caso como lo vio o lo imaginó, con sus detalles disparejos y sus ambigüedades irresolubles. Las conclusiones, las ideas, quedan para los lectores. El autor se remite a la divisa de Montaigne (santo patrono de Edwards): “¿Qué sé yo?”.
Podría desenrollar mucho más este ovillo de recuerdos, pero el espacio es breve. Salto varias décadas. En 2018 Edwards y yo fuimos invitados a los Cursos de Verano en El Escorial (Comunidad de Madrid). Él tenía 87 años y su cabeza no era la misma, se despistaba con facilidad. Di mi charla y luego asistí a la suya. Empezó improvisando, como siempre, sin seguir apunte alguno. Me temí lo peor. Pero tal parece que subir a un podio le bastaba para orientarse de inmediato. Habló durante una hora y media: sobre Stendhal, sobre el pianista Claudio Arrau, sobre personas raras de su familia. Habló de un Santiago de Chile en el que atronaban los tranvías y hasta los rebuznos. Fue una mescolanza inverosímil. Pero 70 años de “tablas” le permitían divagar sin perderse. Su memoria iba y volvía como la lanzadera de un telar tejiendo un tapiz de asociaciones libres. Pese a su aparente desorden, esa clase en El Escorial ofreció un acceso privilegiado al funcionamiento de la imaginación de un narrador. Del contacto fortuito entre datos incoherentes puede brotar la chispa que ilumine una idea original.
Jorge Edwards no fue una persona sencilla, ningún artista verdadero lo es. Sabía ser muy sociable y acogedor. Y también podía ser frío. Casi a cualquiera le abría su casa y su bar y su riquísima memoria. Era generoso incluso con sus olvidos: enterraba fácilmente las ofensas recibidas. Pero le costaba expresar sus afectos. En 2001 se alojó durante unos días en mi casa, en Berlín. Paseamos y nos divertimos mucho. Cuando se iba lo acompañé a buscar un taxi. En una esquina hice ademán de abrazarlo. Pero él reaccionó más rápido, me dio la espalda y se alejó agitando la mano por sobre su hombro. Una mano que decía: ¡nada de despedidas emocionantes! Así era Jorge.
Tuvo que morirse para que pudiera tomarme la revancha. Dos horas después de su fallecimiento un grupo de amigos llegamos a su casa en Madrid. El cadáver estaba sobre la cama, aún tibio, ya ceroso, flaco como un personaje del Greco. Aprovechando un minuto en el que me quedé solo puse mi mano sobre su frente, palmeé suavemente su cráneo, acaricié esa “noble calavera”. No pudo negarse, ni hacer gestos impacientes que significaran “nada de despedidas emocionantes”.
Después los amigos hicimos un brindis. De no ser por el pequeño inconveniente de la muerte, estoy seguro de que Jorge se habría levantado de su último lecho para brindar también. Y nos habría rogado que evitáramos ponernos sentimentales. Pero no pudo hacerlo. Y ahora yo me aprovecho de ese silencio suyo para entristecerme sin complejos. Voy a refutar aquella rima de Bécquer: “Qué solos se quedan los muertos”. Es mentira, nosotros nos quedamos más solos.
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Cultura
‘Inacabada’: la gran novela trans
Para agradecer el diploma que le concedió la Sociedad Musical de Graz en 1823, Franz Schubert le envió a su amigo Anselm Hüttenbrenner las páginas manuscritas de una sinfonía. Lo curioso era que, a diferencia de los cuatro movimientos habituales, solo incluía los primeros dos y unos pocos compases del tercero. Mucho después de la temprana muerte del compositor, a los 31 años, Hüttenbrenner al fin dio a conocer aquella sinfonía, desde entonces conocida como Inacabada o Inconclusa, la cual no se estrenó hasta 1867. Desde entonces han circulado distintas teorías sobre los motivos de Schubert para no darle un final pese a que vivió todavía seis años más. Hay quien piensa que la culpa fue de la sífilis, quien argumenta que se distrajo con otra obra —la fantasía Wanderer—, quien afirma que su estructura rítmica hacía imposible darle un final y quien cree que tal como está, con esos solitarios movimientos iniciales, es ya perfecta.
Una hija y una madre. Nada más. Aprovechando la invitación a impartir unas conferencias en Nueva York, la hija invita a la madre, identificada solo con la inicial M, al viaje: a ese tránsito en el que, piensa ella, al fin tendrán la conversación que han eludido o interrumpido o evitado por tanto tiempo. Juana, la protagonista de Inacabada, de Ariel Florencia Richards (Alfaguara Chile), no es experta en música, sino en artes visuales, pero su tema de investigación son justo aquellas obras que sus creadores no terminan por razones semejantes a las que se han esgrimido para la sinfonía schubertiana. Le fascinan tanto aquellas que solo han quedado bosquejadas y abandonadas en el camino como las que sencillamente prefieren no llegar nunca al final, de los esbozos de Van Dyck a los trazos de Heinrich Reinhold, de los retratos de Alice Neel a los lienzos de Cy Twombly.
Como la obra de Schubert, la novela de Ariel Florencia Richards es perfecta en su entramado conciso y fugaz
En el hotel de Nueva York, Juana y M son enviadas a una habitación en el piso 12½. En una de las escenas más sutiles y poderosas que he leído en mucho tiempo, de pronto la madre le revela que siente un intolerable dolor de muelas. La hija piensa que exagera, pero, cuando al fin la lleva a atenderse, la dentista le explica que su madre se ha quebrado una muela por la presión que ella misma ha ejercido sobre su mandíbula. Toda la novela está llena de estas delicadas metáforas sobre la imposibilidad, más que de comunicarse, de concluir esa conversación que se pospone una y otra vez.
Inacabada es el recuento de varios tránsitos: los paseos neoyorquinos, a ratos conmovedores y en ocasiones exasperantes, entre madre e hija; las obras inconclusas de todos esos artistas que Juana explora y documenta; las palabras que no consiguen ser pronunciadas o que son evitadas de manera consciente; y, por supuesto, la propia transformación de la hija —que, es importante recalcarlo, siempre lo ha sido: siempre es ella— desde su antiguo cuerpo y su antiguo nombre a los que ahora ha elegido. No hay duda: M adora a Juana y hace todo lo que puede para comprenderla, para asimilar su mutación o su cambio, para superar el duelo —esa melancolía materna hacia un cuerpo que cuidó con esmero y hacia el nombre que escogió y no consigue dejar de balbucir—, pero al mismo tiempo no quiere o no puede escuchar lo que su hija tiene que decirle, aunque en el fondo lo sepa y acaso no lo necesite. Por eso prolonga, divaga e interrumpe esa charla, y se deja envolver por una fuente de felicidad más tradicional, y su historia, como las obras que Juana le comenta y explica en el camino, no roza nunca su final.
Narrada en una sinuosa tercera persona que envuelve a sus dos protagonistas y revela, en cuidadosos encuadres y acercamientos, sus temores y sus ansias, su desconcierto y su cariño, Inacabada es, como la sinfonía de Schubert, perfecta en su entramado conciso y fugaz, en su agudeza psicológica y en la emocionante conformación de este doble retrato femenino. Pero Inacabada no solo es una de las novelas más brillantes que he leído en los últimos años, sino una obra de arte muy necesaria en nuestro tiempo; si la literatura sirve para algo, es para adentrarnos en experiencias que jamás serán las nuestras. No contamos con mejor herramienta para ser otros: para transitar de nuestro limitado punto de vista al de alguien más. Ariel Florencia Richards ha sabido transmutar su propia experiencia en una ficción que podría ayudar a incontables Juanas y Emes a comprender y comprenderse. En una época dominada por el extremismo y nuevas formas de discriminación, todos, todas, todes deberíamos atrevernos a escuchar lo que Juana nos tiene que decir.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
Cultura
Muere el escritor chileno Jorge Edwards a los 91 años, uno de los últimos exponentes de la gran literatura latinoamericana del siglo XX
El escritor chileno Jorge Edwards, autor de novelas, cuentos y ensayos, diplomático de carrera entre 1957 y 1973, crítico literario y periodista, ha fallecido este viernes a los 91 años en su casa del barrio de Salamanca, en Madrid. Premio Cervantes en 1999, era uno de los grandes de la literatura latinoamericana del siglo XX, en la que estaba encuadrado dentro del grupo Generación del 50. Edwards murió sobre las cinco de la tarde de este viernes, mientras dormía. Tras conocerse la noticia de su fallecimiento, escritores y representantes del mundo literario y cultural de España y Latinoamérica se acercaron a su hogar para despedirlo. “Fue un escritor de la primera fila de la gran literatura latinoamericana”, ha comentado por teléfono el escritor chileno Carlos Franz, desde la residencia de Edwards en la capital española. “Será recordado por obras extraordinarias de corte político, como Persona non grata, con la que fue uno de los primeros en romper con la revolución cubana. Sería injusto, sin embargo, no reconocer tantas otras obras brillantes de su carrera, como El inútil de la familia o La casa de Dostoievsky”, ha agregado Franz, que llegó hasta la casa de Edwards con otros escritores, como el peruano Jorge Eduardo Benavides, el venezolano Juan Carlos Chirinos, el presidente de la Asociación de Academias de la Lengua, Francisco Javier Pérez, y los españoles Ernesto Pérez Zúñiga y Juan Malpartida.
Edwards vivía temporadas tanto en Santiago de Chile como en Madrid, pero se instaló definitivamente en la capital española tras la pandemia de covid. Destacó, además de por Persona non grata, de 1973, por obras como Adiós, poeta, de 1990. Cinco años antes del Cervantes, logró el Premio Nacional de Literatura chilena, en 1994. Era, asimismo, miembro de la Academia Chilena de la Lengua desde 1982. “Estoy de duelo, junto con la literatura chilena. Ha muerto en Madrid Jorge Edwards”, escribió la ensayista chilena Adriana Valdés, miembro de la Academia Chilena de la Lengua y expresidenta de esta institución. Exiliado en Barcelona tras el golpe militar de Pinochet en 1973, Edwards obtuvo la ciudadanía española en 2010. La noche de este viernes, el presidente chileno, Gabriel Boric, le dedicó unas palabras a través de Twitter, enviando las condolencias a los familiares, calificándolo como “testigo atento de su época” y asegurando que la vida cultural del país lo extrañará.
La inmortalidad de los relojes hizo lo suyo. Hoy murió Jorge Edwards testigo atento de su época. Persona grata, y ahí están sus libros para recordarlo. Nuestra vida cultural lo echará de menos. Saludos y condolencias a su familia.
— Gabriel Boric Font (@GabrielBoric) March 18, 2023
“Es raro que esa expresión Persona non grata haya quedada asociado para siempre a su persona, porque Edwards era, por cierto, una persona absolutamente grata”, ha comentado el escritor chileno Rafael Gumucio. “Un hombre que vi adaptarse a los más extraños ambientes, y divertidas e inesperadas situaciones a altas horas de la noche. Siempre fue el primero en llegar y el último en irse y el único que no perdía nunca ni los estribos, ni los papeles, aunque su seriedad a esta hora era como la de Groucho Marx, cualquier cosa menos seria. Muchos escritores sufren de falsa humildad, Jorge sufría de falsa soberbia. Sabía de protocolo, pero odiaba la solemnidad”, ha agregado el autor de Memorias prematuras.
Hace un par de semanas Edwards sufrió una caída doméstica que afectó a uno de sus hombros y complicó su estado de salud. Gran intelectual y conversador, hasta entonces estaba muy activo y trabajaba en el tercer tomo de sus memorias, pero el accidente echó por tierra sus planes, por lo que esta obra quedará inconclusa. Pasó en cama sus últimos días y este viernes acudió a un hospital de Madrid porque su estado había empeorado, pero le dieron el alta. Tras quedarse dormido por la tarde, ya no volvió a despertar. Vivía junto a su hija Ximena, la menor de sus dos hijos.
Nacido en Santiago en 1931, Edwards estudió en el colegio San Ignacio, en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y en el Instituto Pedagógico de la misma universidad. Posteriormente, realizó su formación de posgrado en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey). En 1952 publicó su primer libro, El patio, un volumen de cuentos que fue muy bien acogido por la crítica. Su debut como novelista fue con El peso de la noche, en 1965. Diplomático, ocupó diferentes puestos: primer secretario en París (1962-1967), consejero en Lima (1970), encargado de Negocios en La Habana (1970-1971) y ministro consejero en París (1971-1973).
Muy amigo de Pablo Neruda, dedicó a su figura varias obras, como Adiós poeta: Pablo Neruda y su tiempo (1990) y Oh, maligna (2019). Pese a la diferencia de edad de casi 30 años con el poeta, Edwards conoció de cerca a Neruda en diferentes etapas de su vida. La última vez que coincidieron fue en París en los años setenta, poco antes del fallecimiento del Nobel, ocurrido en septiembre de 1973. “Cuando me preguntan si lo mataron, siempre digo: ‘Hubiese sido como matar a un muerto’. Neruda estaba gravemente enfermo y eso lo conocí de cerca”, comentó Edwards en una entrevista con EL PAÍS en 2016, sobre la investigación judicial que trata de dilucidar si Neruda fue asesinado por el régimen o por el cáncer de próstata que sufría.
Precisamente, tras el quiebre democrático en Chile, Edwards se marchó a Barcelona, donde fue director de la editorial Difusora Internacional y colaboró como asesor en Seix Barral. Entre 1994 y 1997 fue embajador ante la Unesco en París, organismo de la ONU del que fue miembro del Consejo Ejecutivo y presidente del Comité de Convenciones y Recomendaciones (1995-1997), que se ocupa de los derechos humanos. En 2010, fue nombrado embajador en París del Gobierno chileno de Sebastián Piñera, de centroderecha. Pero jamás dejó de ejercer su oficio, hasta el final. “No pienso terminar de escribir”, decía a este periódico hace siete años, en su gran piso del centro de la capital chilena con vista al cerro Santa Lucía, uno de los símbolos de Santiago. “Soy viejo y tengo planes. Es bueno tener planes”.
Su obra está considerada como “lejana de la habitual literatura chilena”, señala su biografía en la web del Instituto Cervantes, ya que “se centra en lo urbano del país y se distancia del tema ruralista”. Forma parte de la Generación del 50 con José Donoso, Enrique Lafourcade y Claudio Giaconi, que tuvieron como influencia a clásicos estadounidenses: Walt Whitman, Ernest Hemingway o William Faulkner y a rusos como León Tolstói o Fiodor Dostoievski. Le interesaban menos los temas tradicionales, lo externo, que lo que ocurría al interior de los hogares y de los propios personajes. Fue también colaborador en diversos diarios europeos y latinoamericanos, como EL PAÍS, Le Monde, Corriere della Sera, La Nación o Clarín.
Sus escritos han sido traducidos a numerosos idiomas y han recibido prestigiosas distinciones, tanto por su carrera literaria como por su trayectoria diplomática, comprometida con la democracia, la libertad y los derechos humanos. El domingo se oficiará un servicio religioso en Madrid y, posteriormente, sus restos serán cremados en el tanatorio de La Paz, han informado sus cercanos a este periódico. Sus cenizas serán repatriadas posteriormente a Chile.
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Babelia
Cultura
Persona muy Grata

La grata persona de Jorge Edwards con la elegante discreción de morir en un sueño, durante una siesta de media tarde que es casi siempre como morir al pardear para el día para resucitar en la conversación nocturna o navegar las lecturas de madrugada. La grata persona de Edwards se ha ido como eco o murmullo de la musical manera con la hablaba, acariciando sílabas y entonando consonancias donde el chileno parece clonar paisajes tan íntimos de monumentales y pasajes históricos tan gloriosos como sus dolores.
Lo vi entre estanterías de una vetusta librería, tomando ejemplares de aquí y de allá como quien recorre el bosque de su propia memoria. Hablaba con la mirada y sugería evocaciones de cada uno de los autores inmortales que pasaban por su manos, las novelas ejemplares, los cuentos sin tiempo y todo ese rato parecía una maestría académica en improvisada universidad. La elegante figura que salió de la librería como quien parte plaza, con su bastón trazando el hilo de los tiempos sobre arena impalpable, debe quedar como la imagen de esta misma tarde: el escritor diplomático que se aleja de tanto ruido para entregar sus cartas credenciales ante la Eternidad.
Jorge Edwards no merece quedar signado por su libro Persona non grata, aunque esas páginas premonitorias consignan el desencanto que se volvió contagio ante los abusos y contradicciones de la Revolución Cubana, propensa desde entonces a la majadería de cancelar voluntades, encarcelar ideas e ideales, censurar conciencias… hoy que se va resulta irónicamente ilustrativa la necia sobreviviencia de totalitarismos de pacotilla ya en la isla o en la estrecha Nicaragua; peor aún, hoy que se va Jorge Edwards —declarado no grato por la ingratitud de la cerrazón— persiste el pueril y descarado adoctrinamiento falaz. Y Edwards no merece que su memoria sólo quede ejemplar por ese libro donde narra su desventura diplomática en la isla verde olivo porque su obra literaria es aún más ancha y grande: autor de por lo menos dos libros entrañables donde plasmó su estrecha relación con el Poeta Pablo Neruda, no sin negar diferencias nodales con la militancia obnubilada del estalinista de Isla Negra y tiene además cuentos con lo que abrió brecha desde el principio de sus tintas y otras no pocas novelas donde destiló el alto oficio de enaltecer el lenguaje con la ponderad prosa, puntuación y pausa de un caballero andante. Edwards era de estilográfica antigua y altos vuelos, heredero del encanto que explica que no pocos chilenos son como ingleses del Cono Sur y al mismo tiempo, aunque alejado del paisaje ruralista o de tramas típicas, se interiorizaba en el alma de sus personajes en diálogos silentes, situaciones nodales de dolor o goce universal.
Lo veo alejarse con todo el altero de libros que ha pergeñado entre todos los estantes de su memoria para releer y releerse ya para siempre. Se queda un ligero brillo que iluminaba su mirada y esa discretísima sonrisa de sarcasmo y sabiduría que suelen proyectar los arcángeles más gratos desde la cúpula. Cabalga ya de noche un Premio Cervantes al encuentro de sus pares y del hombre de la triste figura que da nombre a ese máximo galardón de nuestra lengua común, afilada y tipluda estela de palabras con las que contribuyó a ensanchar la imaginación y conservar la memoria de todos los que hablamos y leemos con la letra Eñe… y ante su gratísima sombra no queda más que escribir sincera gratitud.
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Babelia
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
Cultura
Jorge Edwards: al centro de la fiesta y al mismo tiempo en su margen

La muerte de alguien al que le gustaba vivir es siempre un hecho desconcertante. Este rasgo, el gusto por los placeres y desvelos de este mundo eran en Jorge Edwards algo más que una característica personal. Fue ese gusto lo que llevo a su carrera de escritor por derroteros únicos que lo convierten en un testigo esencial del siglo XX chileno y latinoamericano.
Edwards empezó escribiendo cuentos llenos de observaciones frescas y feroces sobre lo que llamo “El orden de las familias”. Su talento natural para mirar por las cerraduras de su clase social, una oligarquía más o menos arruinada, lo destinaba a ser como sus compañeros y amigos del boom un creador y destructor de mitos. Pero uno de esos primeros cuentos de su inolvidable libro El patio lo llevo a conocer a Pablo Neruda. Este encuentro, paralelo a la frecuentación de Enrique Lihn y Nicanor Parra, le hizo ver que había en su vida y en la de los que lo rodeaban un material invaluable para la escritura. Se convirtió entonces en el biógrafo de una cultura entera desde sus olvidadas cocinas hasta sus inolvidables salones pasando por sus oscuros pasillos sin perderse nunca del todo en el laberinto.
No dejo nunca la ficción, sino que uso la textura y la técnica de la novela para contar lo que vio y vivió desde extraño lugar en que siempre le tocó vivir: al centro de la fiesta y al mismo tiempo en su margen. Persona non grata, testimonio de un desencuentro tan personal como político, tan literario como histórico, es la máxima representación de esa doble condición de invitado principal y paria desheredado que le da a su escritura toda su riqueza. Representante del Chile de Salvador Allende en la Cuba de Fidel Castro, en vez de gozar la fiesta ofrecida vio debajo de la mesa las patadas y en vez de callarse lo que vio lo conto. Exiliado por Pinochet y mal visto por el resto del exilio chileno, buscó en España y su literatura una casa en que aguantar la tempestad. Una vez ida esta volvió a su casa primera, la cultura chilena donde siguió practicando el deporte de estar en el medio y a las afueras.
Es raro que esa expresión, “persona non grata”, haya quedado asociado para siempre a su persona. Edwards era por cierto una persona absolutamente grata. Un hombre para las cuatro estaciones que vi adaptarse a los más extraños ambientes y divertida e inesperada situaciones a alta horas de la noche. Siempre fue el primero en llegar y el ultimo en irse y el único que no perdía nunca ni los estribos, ni los papeles, aunque su seriedad a esta hora era como la de Groucho Marx, cualquier cosa menos seria.
Muchos escritores sufren de “falsa humildad”, Jorge sufría de “falsa soberbia.” Diplomático de carrera, sabía de protocolo, pero odiaba la solemnidad. Fui parte de un taller literario que intento dar en su departamento de la calle Santa Lucia, pero la primera sesión se dedicó a contar anécdotas casi nunca literarias y el taller naufrago ahí mismo. No le gustaba dictar cátedras, ni hablar de técnica literarias, técnicas que por lo demás manejaba a la perfección. No tenía por la neurosis literaria ningún respeto, aunque vivía rodeado de escritores que quería o dejaba de querer siempre por motivos personales.
Cada vez que me lo encontraba empezábamos desde cero, como si no nos conociéramos, hasta que descubría toda la gente que teníamos en común hasta encontrar, como buenos chilenos, algún parentesco. Entre medio de estas perpetuas presentaciones nos hicimos amigos. Lo recuerdo una noche subiendo una cuesta en Madrid con una botella de vino bajo el brazo preguntándome por sus posibilidades sentimentales con la dueña de casa. Tenia 82 u 83 años por entonces pero el viejo era yo. Esa imagen, una de tantas por el estilo, me gusta recordar ahora que cometió el impudor imperdonable de morirse.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
Cultura
Blink-182 cancela su gira latinoamericana por problemas de salud

La banda de punk rock estadounidense Blink-182 se ha visto obligado a cancelar su gira latinoamericana debido a que su baterista, Travis Barker, tendrá que someterse a una cirugía en un dedo de la mano. “Tuvimos uno de esos accidentes que nadie vio venir […] Tenemos que mejorarlo antes de que podamos hacer cualquier cosa”, ha explicado el cantante de la banda, Tom DeLonge, en un mensaje compartido en redes.
La banda ha tomado la decisión con tristeza. “Es algo que queríamos hacer desde hace mucho tiempo”, ha añadido DeLonge, quien ha tildado estas actuaciones como las más importantes en el mundo para una banda. Entre los eventos programados por la banda se encontraban el festival Lollapalooza, en Argentina; el Estéreo Picnic, en Colombia; el Asunciónico, en Paraguay; el Tecate Pa’l Norte y el Imperial GNP Tijuana, en México; y más actuaciones en Chile, Perú y Brasil.
El cantante ha defendido que retomarán los conciertos planificados en 2024. “Quiero que sepan que estamos devastados y que planeamos regresar”, ha señalado en el video. La afirmación del cantante ha sido contrastada por algunos de los festivales, como el Tecate Pa’l Norte, que confirman que la banda estadounidense participará en la edición del próximo año.
El cantante ha lamentado que la cancelación haya llegado en “el punto más alto” de su carrera. La banda de punk cuenta con más de 15 millones de oyentes mensuales en la plataforma de Spotify, donde sus cifras muestran la realidad de su éxito. Su canción más escuchada, All The Small Things, supera los 800 millones de reproducciones.
El trío formado por DeLonge, Barker y el bajista Mark Hoppus ha vivido una serie de idas y venidas en los últimos años. Se separaron en 2005 y en 2009 volvieron a reunirse, después de que Barker sobreviviera a un accidente de avión. En 2015, Barker y Hoppus anunciaron el abandono de DeLonge, una información que el cantante negó. Ese año, el bajista y el baterista dieron su primer concierto con Matt Skiba como sustituto del cantante. DeLonge y Hoppus reanudaron su amistad en 2022, y anunciaron la gira mundial actual, que debía dar comienzo el próximo 11 de marzo en Tijuana.
Con su decisión, el grupo pospone las actuaciones también previstas para algunas fechas cercanas, como la del 14 de marzo, donde debía actuar en el Estadio San Marcos de Lima (en Perú); o las previstas en el Palacio de los Deportes de Ciudad de México, donde iban a encadenar tres fechas: 28, 29 y 31 de marzo.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Cultura
La desaparición

Durante los últimos cincuenta años, querido lector, Latinoamérica se ha convertido, lenta, triste e inconteniblemente, en el territorio de la desaparición.
Evidentemente, la desaparición era una realidad antes del periodo que refiero, pero los números —recurrir a este indicador, que elimina historias personales en nombre del volumen de una problemática, ya dice bastante— se disparan a partir de las dictaduras militares que asolaron el cono sur del continente, para después irlo escalando.
Entre aquellas dictaduras —que tras de sí dejaron, además del enorme vacío de la desaparición, una literatura que problematizaba el tema, es decir, que conllevó la asunción de la desaparición como conflicto político y no sólo como suceso: basta leer, por ejemplo, la imponente obra del poeta Raúl Zurita para darse cuenta— y el actual imperio de los grupos criminales, que no reconocen fronteras y que gobiernan regiones enteras del continente, también de manera dictatorial y, claro, al servicio del mismo poder económico al que sirvieron los militares, los desaparecidos se cuentan por millones.
Contar tiene dos significados
Los desaparecidos se cuentan por millones, insisto, pero también se cuentan, en el sentido de que se relatan y no sólo se suman, individualmente: la literatura, como sabía Rodolfo Walsh y como sabe Eduardo Ruiz Sosa —El libro de nuestras ausencias, la última novela del escritor sinaloense, en la que se cuenta la historia de una actriz que desaparece y cuya desaparición revuelca la vida de los dueños de una imprenta y de un grupo de actores, iluminando la violencia que se vive en el norte de México y radiografiando el subsuelo de ese país lleno de fosas clandestinas y tumbas sin nombre, es el último portento sobre este tema, además de ser una máquina lingüística estupenda y, extraño en estos tiempos, una obra verdaderamente ambiciosa— debe ser capaz de condensar en uno o en una la tragedia de todos, debe ser, pues, capaz de hacernos sentir que ese enorme vacío que nos rodea y que no para de crecer es, también, un vacío singular: la ausencia, la pérdida, la búsqueda, la terquedad, el dolor por haber perdido a una hija, un hijo, una hermana, un hermano, una amiga, un amigo, una madre o un padre.
Por supuesto, entre El libro de nuestras ausencias —en el que, paralela a la búsqueda de Orsina, la actriz desaparecida, asistimos a la reconversión de los personajes de la obra de teatro en la que ella debía actuar en personajes de la novela y, por lo tanto, vemos cómo la novela se convierte, también, en una obra sobre el origen de las violencias, encarnadas en un Visitador General de la Nueva España que, de pronto, deja de estar entre bastidores para ser un personaje central y enloquecido, una semilla, pues, del presente que habitamos— y las primeras obras que volvieron literatura el tema de la desaparición en el cono sur, no sólo han sido publicados libros extraordinarios y fundamentales —pienso, por ejemplo, en Antígona González, de Sara Uribe, El material humano, de Rodrigo Rey Rosas o Insensatez, de Horacio Castellanos Moya—, sino que algo más ha sucedido, algo que ha abierto otras dos coordenadas en nuestras letras: la de la desaparición de mujeres por feminicidio (tema al que ya dedicamos otra entrega de esta newsletter) y la de la desaparición como algo que no es privativo de las personas.
La otra desaparición
Cuando uno escucha esta palabra, desaparición, en la radio o en el pasillo de un mercado, sucede lo mismo que cuando uno tropieza con esta leyendo una pinta hecha con aerosol o el cartel que una mujer sostiene ante una oficina de gobierno: tras un calambre, lo primero en lo que pensamos es en alguien. En la víctima o en el victimario, que, ya se dijo, puede ser otra persona, un grupo delictivo o una institución. Pero en Latinoamérica la desaparición es un entramado político complejo, es decir, además de alguien, siempre está desapareciendo algo: una lengua, una tradición o un pueblo, como queda claro cuando uno lee, por ejemplo, a la escritora salvadoreña Claudia Hernández o al escritor colombiano Evelio Rosero.
Es de estas otras formas de la desaparición, quiero decir, de la desaparición como ese entramado político que se lleva, que siempre se ha llevado y que se sigue llevando a las personas, pero también aquello que da sentido a la vida y que constituye la historia de esas personas y de los colectivos de los que todos formamos parte —acá hay que poner en un lugar preponderante a la memoria—, de lo que tratan, por ejemplo, las novelas más recientes de la escritora argentina Luciana Sousa, Cuando nadie nos nombre, y la de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire, Trajiste contigo el viento.
“Como fuera, lo singular, para mí, no era tanto la posibilidad de fundar un pueblo como la voluntad de demolerlo”, escribe Sousa en Cuando nadie nos nombre, sutil, bellísima e hipnótica novela que parece respirar ante el lector y en la que se funden la desaparición de un pueblo, que ocupa el sitio de otro pueblo desaparecido antes, con la extinción de una memoria familiar cuyas mujeres —abuela, madre y nieta— intentan salvar formas particulares de la intimidad, la sensibilidad y la solidaridad.
Por su parte, García Freire, en Trajiste contigo el viento, mediante un coro de voces bordado estupendamente, particularmente vivo, cuenta los estertores de todo un mundo, narrando el del pequeño e inasible Cocuán: “Eso era lo que debía hacer: acabar con Cocuán y el corazón podrido de rata que latía en su centro. Estaba todo claro, al fin, como si alguien me hubiese aullado al oído, como si alguien me hubiese desvelado el gran secreto”.
Tardó más que con las personas, pero la literatura latinoamericana parece haber abrazado como uno de sus temas la desaparición política de las cosas, los sistemas y los entramados que dan sentido a la vida de esas personas y sus colectivos.
Como dice uno de los epígrafes que García Freire toma de Job: “No anheles la noche, cuando los pueblos desaparecen de su lugar”.
Coordenadas
El libro de nuestras ausencias fue publicado por Candaya. Cuando nadie nos nombre ha sido publicado por Tusquets, mientras que de Trajiste contigo el viento se encuentran ediciones de Himpar editores, La navaja suiza editores y Tusquets.
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Babelia
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites