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Internacional

La coalición del aburrimiento

Faltan cuatro meses para las elecciones presidenciales en Colombia y el prometedor centro que meses atrás se había presentado como la opción de un cambio sin sobresaltos, sigue sin sacar la cabeza. Ninguno de sus candidatos despega en las encuestas y todavía no se sabe ni siquiera cuál es la naturaleza de su discurso ni de su talante. A pesar de que allí confluyen varios de los políticos mas progresistas del país, como Sergio Fajardo, Humberto de la Calle, Alejandro Gaviria o Ingrid Betancur, su coalición, bautizada como Centro Esperanza, no suscita entusiasmo sino aburrimiento.

Dicen que buscan un cambio en la política, pero le tienen miedo a esa palabra. Cuando la pronuncian le adicionan innecesariamente pesados condicionantes, como si el cambio fuera un acto controlado hecho para no asustar al gran capital y no una herramienta que la democracia nos da para reducir la inopia y la desigualdad. Alejandro Gaviria acierta al decir que los cambios hay que hacerlos con responsabilidad y sin sobresaltos. Eso está bien. ¿Pero de qué cambios estamos hablando? ¿Nos los podrán enunciar?

También han dicho que son una coalición, pero muchos de sus integrantes actúan como divas de la política progre. Senadores como Jorge Enrique Robledo hicieron su capital político haciendo valientes debates en contra del gobierno de Uribe. Otros como Humberto de La Calle y Juan Fernando Cristo se la jugaron por defender el acuerdo de paz para evitar que el uribismo lo volviera trizas. No obstante, a la hora de plantearse como una alternativa de poder, les ha costado trabajo anteponer sus egos para armar una coalición en la que todos tiren para el mismo lado. Han invertido mucho de su tiempo en la mecánica electoral pero no en ponerle carne a ese cambio sin sobresaltos del que tanto hablan y no definen.

Su gran dificultad radica en que no han podido construir una narrativa que los quite de los lugares comunes en los que hasta ahora se han movido tan cómodamente. Y tienen cómo hacerlo. Sergio Fajardo, el candidato más opcionado de esa coalición, es hoy blanco de una practica que se esta volviendo cada vez más normal dentro de la política corrupta del poder: la de utilizar los organismos de control para acabar con los contrincantes políticos de la oposición. El modus operandi es simple pero certero: se les montan procesos pegados con babas con el propósito de desprestigiarlos y sacarlos del ruedo. Esta politización de la justicia, que tiene en la mira a Fajardo, es uno de los legados mas desastrosos que nos deja el Gobierno de Duque.

Hoy el presidente tiene el control sobre la procuraduría, la fiscalía, la contraloría y la registraduria, la entidad encargada de hacer las elecciones. Semejante contexto habría servido para que la coalición de la esperanza hubiera hecho de esta peligrosa acumulación de poder una propuesta de campaña para cambiar lo que tiene que cambiar. La mala noticia es que esta grave realidad, solo ha caEstados Unidosdo la indignación solitaria de Sergio Fajardo. Pare de contar.

Su tesis de que el gran problema de la política en Colombia es que está secuestrada por dos extremos, es decir por la derecha de Uribe y por la izquierda de Gustavo Petro, tampoco es sostenible. No se puede poner en el mismo nivel a una derecha que lleva ya 20 años en el poder, que pone y quita presidentes, que se dio el lujo de chuzar a sus opositores y que fue capaz de crear una narrativa muy poderosa durante tantos años, con un movimiento de un candidato de izquierda que intenta llegar al poder. Es como comparar a Thelonious Monk con un principiante o a Maradona con un jugador de tercera división.

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La política colombiana en los últimos años ha estado dominada por conceptos como el estado de opinión, por inventos macabros como el de las “masacres con sentido social”, y por tesis arbitrarias e injustas que gradúan de castrochavistas y de terroristas a todo partidario del acuerdo de paz. Por eso resulta errado hablar de polarización entre extremos cuando lo que ha habido hasta ahora es un dominio total del discurso uribista.

El dogma del expresidente Uribe ha entrado en un declive tras 20 años de poder y hoy su imagen cae en barrena en las encuestas. Sin embargo, esta buena noticia no le abre la puerta a la polarización sino al debate, si se quiere, pugnaz y directo, entre diversas visiones políticas. Y es justo en ese contexto que sorprende ver a un centro esperanza tan desangelado.

Tampoco les ha servido la tesis de mostrarse como la mejor opción para evitar que el país caiga en los extremos. El miedo a la polarización no le dice nada a la gran mayoría de los colombianos que están preocupados por sus bolsillos. Los colombianos que perdieron el empleo durante la pandemia no están preocupados por la polarización sino por la falta de empleo y de oportunidades. Los jóvenes de Cali que salieron a protestar en los meses pasados no lo hicieron porque tuvieran miedo a la polarización sino porque no encuentran oportunidades para progresar y porque quieren un cambio. Los indignados en Colombia, no aguantan más la indolencia del poder y en ese orden de prioridades, el temor a polarización les importa un pito.

El problema de Colombia no está en cómo hacer para salir de la polarización, sino en cómo es que las fuerzas de oposición van a construir una narrativa que les permita ganar las próximas elecciones y acabar con tantos años de uribismo. Ese es el verdadero desafío que enfrenta la democracia colombiana. Y de nuevo, en ese terreno de lo verdaderamente importante, el centro de los progres aparece muy pero muy desdibujado.

Tan perdidos están que no se han dado cuenta de lo que les corre pierna arriba. Sucede que el petrismo y la derecha uribista los están cercando. Unos y otros saben que quien conquiste a los votantes del centro será el próximo presidente y les están disputando su territorio. Pero claro, mientras Petro conquista a todo lo que esté en el centro y lo mismo Uribe, las divas y los divos del centro progre, ni se pellizcan. Tal es el colmo de su aburrimiento.

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